II.

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II.

El despertador se activó a las seis de la mañana porque había sido muy estúpido y no había quitado la alarma. Pronto apagó el molesto sonido y miró hacia su derecha solo para corroborar que Ana seguía profundamente dormida. Miró las cuantiosas notificaciones de Xbox, YouTube, Instagram y Whatsapp, pero decidió que revisaría todo cuando estuviese más despierto, porque entonces seguía dormido.

Había bebido mucho y estaba arrepentido. Alan no era mucho de beber porque sentía que su cuerpo no se recuperaba tan fácil. A lo sumo se bebía una o dos caguamas los domingos y a veces tres o cuatro cervezas los sábados por la noche. Pero en el boliche le había entrado duro luego de haberse quedado solo con Martín cuando Eric y Ana se habían marchado hacia la pista.

—Sé que no solemos hablar mucho entre nosotros, pero tengo entendido que Eric y tú son buenos amigos —le había dicho el jugador de baloncesto, con sus dos metros de altura que le intimidaban—; y verás, yo quiero mucho a mi hermano, a Eric, y por el momento anda saliendo con un putillo confundido. ¿Qué sabes de esto tú? ¿Sabes quién es el cabrón?

Alan merecía un Óscar por su actuación. Había fingido total sorpresa. Le había alzado las cejas tanto que hasta su frente se había tensado.

—¿Es gay?

—¡¿No lo sabías?! —Y Martín había apretado los dientes, mostrándolos todos en un gesto que denotaba culpa.

—No tenía idea.

—¡Mierda, cabrón! Pues no le vayas a decir que te lo dije porque se va a emputar conmigo.

—No te preocupes. No le diré nada a Eric. Y a decir verdad, tampoco me interesa si es gay o heterosexual. Es su vida privada y yo no soy nadie para juzgarlo.

—Y más te vale —le amenazó con una sonrisa amistosa.

No podía creer que Eric había hablado de lo que ocurría entre ellos. El muy hijo de puta le había jurado que era una tumba, pero entonces Martín lo sabía. Lo iba a citar, pero lo haría solo para romperle la nariz y tumbarle todos los dientes. Estaba furioso. Colérico.

Apretó los párpados y abrió el chat que tenía con Eric; leyó la última conversación y era tan corta que parecía que se hablaban en código:

¿Dónde andas?

Eric:

Trabajo. Salgo hasta las ocho.

¿Vamos al río? ¿A las nueve?

Eric:

Sí, claro.

Bien. El lugar de siempre, ¿no?

Eric:

¿234?

Sí, para no perder la costumbre.

Eric:

Vale. Adiós.

Siempre se veían en el hotel Río Grande en la misma habitación. Llevaban semanas refugiándose en ese sitio de la zona céntrica de la ciudad y, afortunadamente, el cuarto siempre estaba disponible.

Miró su foto de perfil y vio que la había cambiado por un viejo balón de baloncesto autografiado por Tony Parker. Y decidió escribirle:

Tenemos que hablar.

Esperó unos minutos por alguna respuesta, pero esta jamás llegó. Rápido dejó el teléfono sobre la mesa de noche y volvió a acomodarse entre las almohadas para dormir un poco más a un lado de su novia.

A puerta cerrada [EXTRACTO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora