III.

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III.

La noche estaba lluviosa y Alan observaba a Eric desde la privacidad de su vehículo. El mesero estaba por salir de su turno pero ya llevaba buen rato sonriendo y charlando con un cliente que no dejaba de llamarlo a su mesa con cualquier excusa tonta. Y cada vez que Eric se acercaba, el tipo le decía algo y el otro se reía. Le estaban coqueteando a Eric. Y lo hacían en sus narices. Sabía que no tenía por qué importarle, pero no podía evitar sentir la misma rabia que había experimentado con el chico que se había llevado a Eric aquella noche en el bar.

Buscó su teléfono y, antes de mandarle un mensaje de texto, volvió a echar un vistazo a través de la ventana del restaurante. El hombre le decía algo y entonces lo tenía por la muñeca; no era un agarre brusco, todo lo contrario, era un cortejo, sí que lo era porque también le sonreía y le daba algunos tirones suaves cuando el muchacho intentaba huir.

¿Qué onda? Ya son las diez. Estoy afuera esperándote.

—En serio tengo una agencia de modelos. Te voy a dar mi tarjeta y si te interesa me llamas —le dijo el hombre a Eric y este volvió a sonreír.

—Yo no sé hacer nada de eso. Soy deportista, no modelo —le aclaró por enésima vez y logró recuperar su brazo.

—Toma la tarjeta y me llamas. Me interesas muchísimo.

Eric asintió solo para quitárselo de encima porque el hombre, quien se hacía llamar Cristian, ya lo tenía mareado con el tema del modelaje. Además se le había insinuado durante las últimas dos horas y le había dejado una propina de mil pesos. Era lo más que había recibido en sus dos años como mesero.

Se guardó la tarjeta en su billetera y se alejó de la mesa luego de recoger el último vaso. Pero Cristian no se movió de su sitio, se quedó mirándolo embelesado hasta que el joven salió del restaurante. Y lo siguió con la mirada hasta verlo subir a un auto que pronto arrancó el motor, haciendo rechinar las llantas en el asfalto.

—¿Por qué las prisas? —preguntó Eric entre risas cuando vio que Alan conducía como un demente.

Se ajustó el cinturón de seguridad y encendió el estéreo, largando un bostezo mientras recargaba la cabeza en el asiento.

—¿Quién era ese tipo?

—¿Con el que hablaba en el restaurante?

—Sí. ¿Quién era y qué te dio? —inquirió en tono reseco.

—Se llama Cristian y tiene una agencia de modelos. Me ofreció trabajo, pero ¿me imaginas como modelo? —Y se rio ante la imagen suya en una pasarela.

Alan lo miró fugazmente, no tenía que verlo demasiado para responderle. No solo podría ser modelo, sabía que Eric, si se lo proponía, podría ser cualquier cosa. Fácilmente pasaba por un actor o cualquier celebridad.

No dijo nada. No había nada que pudiera decir en ese momento porque estaba molesto. Molesto consigo mismo porque sabía que Eric no tenía la culpa de ser atractivo; molesto consigo mismo por sentirse molesto. Por resolverse celoso cuando no debería de estarlo.

—El próximo sábado es la fiesta de Luis —comentó para cambiar de tema, en un intento por disipar su encono—; será en una quinta con alberca aclimatada. ¿Vas a ir?

Pero Eric ya tenía planes para el sábado y no pensaba dejarlos a un lado. Tenía tiempo charlando con un chico que había conocido en Grindr. Vivía en Sinaloa y estaría en la ciudad ese fin de semana. Y no le era indiferente. Ya habían compartido videollamadas, mensajes subidos de tono y fotografías sin censura.

A puerta cerrada [EXTRACTO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora