9: Primer beso.

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--¡A dormir! ¡No quiero escuchar ni un sólo ruido más!-- La puerta se cerró de un gran azote detrás del español quien, furioso, fue a gritarles a sus colonias simplemente por charlar un poco a mitad de la noche.

Se escucharon unos cuantos quejidos, la mitad de los jóvenes no tenían ni una pizca de sueño, pero tampoco querían arriesgarse a que el ibérico los azotara por desobedecer.

--Che, mirá a Nueva España, parece que otra vez va a escaparse para ver a su novio.-- A pesar de la anterior advertencia, Río de Plata no pudo evitar burlarse un poco de su hermano, el cual se había sentado en el colchón de su cama en cuanto el español salió.

--Sí, sí. Re ansioso que está el parce, poco le falta para empezar a comerse los dedos.-- Ambos comenzaron a reír pues, tal y como aseguraba Nueva Granada, el virreinato mordisqueaba sus uñas desesperadamente.

--Cállense el hocico, no puedo arriesgarme a que el viejo venga y me cague mis planes.

--Juro que no sé si sos demasiado valiente para seguir yéndote por las noches o simplemente un idiota sin remedio.

--Pos' que te valga verga mijo.-- Con esas últimas palabras todos finalmente guardaron silencio y se acomodaron para dormir... todos excepto Nueva España.

Tuvo que esperar un par de minutos más para asegurarse de que su molesto colonizador ya no fuera a entrar nuevamente. Se puso de pie y se acercó a la única ventana del cuarto; tuvo que hacer acoplo de toda su paciencia para poder abrirla sin que la vieja madera rechinara.

Para su suerte la habitación estaba en el primer piso, así que no le costó nada brincar para aterrizar en el patio. Al salir el viento le golpeó la cara ferozmente, tuvo que cubrir su rostro y aguantar un ligero temblor por el frío que sintió. Respiró profundamente, y sin demorarse más, comenzó a caminar con mucho cuidado hasta que perdió de vista su enorme casa. Una vez que ya no existía el peligro de que sus pisadas fueran escuchadas, el virreinato empezó a correr.

El helado aire le robaba la respiración, además de que le sacaba unas pequeñas lágrimas que se deslizaban por sus frías mejillas. Los finos huaraches que usaba para dormir no evitaban que las piedras se clavaran dolorosamente en la planta de sus pies, y al no llevar nada que lo protegiera de las bajas temperaturas, sus dientes tiritaban con violencia.

Estuvo a punto de detenerse en varias ocasiones en el recorrido hasta la mansión de los ingleses. Mientras los segundos pasaban él seguía corriendo, pero cada vez se sentía más cansado y su sueño aumentaba, tanto así que pensó en regresar a la comodidad de su cama y rendirse de una buena vez.

Ya estaba acostumbrado a los intentos de los dos imperios para arruinar sus encuentros ocasionales, pero ambas colonias nunca se rendían y siempre encontraban una manera para seguir juntos, por más difícil y agotador que pudiera llegar a ser.

Así pues, con el recuerdo de la hermosa sonrisa de su querido Trece Colonias, el virreinato obtuvo la fuerza para aumentar su velocidad hasta llegar finalmente a su destino.

Se detuvo un instante para poder recuperarse de su intensa carrera. Al ya sentirse más estable, anduvo casi de puntillas hasta estar frente a la ventada del cuarto de las colonias inglesas. Tocó dos veces el cristal, y casi inmediatamente después pudo ver el adorable rostro de Acadia.

--Nouvelle Espagne! vous arrivez enfin, Treize Colonies devenaient déjà paranoïaques. (¡Nueva España! finalmente llegas, Trece Colonias ya se estaban volviendo paranoico)

--Siento la tardanza, chamaco. Por poco y me atrapa el viejo.

--Ok, la bonne chose est que tu es déjà là. (Está bien, lo bueno es que ya estás aquí)-- Después de su rápido saludo, el contrario se hizo a un lado para que el invitado entrara.

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⏰ Última actualización: Feb 04, 2021 ⏰

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