prólogo.

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LA JOVEN DE cabellos castaños pujaba con fuerza, aferrándose el tiempo que pudiera a la vida. Aun sabiendo que gritar no ayudaría, no podía evitarlo. El dolor era demasiado grande, sentía que se partía a la mitad, sangraba fluidamente y su cama estaba empapada de aquella sustancia que tanto necesitaba para vivir. Su hermana menor le sostenía la mano, intentando tranquilizarla de cualquier manera, mientras la joven buscaba cualquier oportunidad para sostenerse a la vida, sintiéndose mareada, cansada. No estaba segura de lograr mirar los ojos de la pequeña tormenta que daba a luz

El clima combinaba a la perfección con el caos que había dentro de la habitación, Winterfell presenciaba una fuerte tormenta de nieve, aun estando en pleno verano. No se veían ese tipo de tormentas desde el anterior invierno, el viento rugía con fiereza, armonizando con los gritos de la pequeña Lysa, la pequeña doncella que poco a poco perdía la vida, intentando parir a una nueva.

—Lysa, necesito que pujes una vez más. Sé que estas cansada, pero tienes que pujar. Tu bebé viene en camino, ya casi terminas —la consolaba su segunda hermana, lagrimas se formaban en los ojos de las tres, pues estaban más que conscientes de lo que venía en un futuro.

—Tú puedes Lysa, solo una vez más, vamos, con todas tus fuerzas —le rogaba la menor de las tres, que sostenía a la mayor. Sentía sus piernas fallar, estaba asustada por su hermana y no sabía que harían sin ella. Sin ella, no podrían sobrevivir. El pequeño retoño que la mayor paría posiblemente viviría solo unas semanas si las dos menores se la llevaban.

Con un último respiro, la mayor decidió hacer caso a las palabras de sabiduría de su madre y, en lugar de soltar su aire en un grito, lo retuvo mientras pujaba con todas sus fuerzas. Supo que dio resultado al escuchar el potente llanto de su pequeño retoño que con fiereza y valentía anunciaba su nacimiento.

—¡Es una niña, Lysa! ¡Es una preciosa niña! —alcanzó a escuchar a su hermana en la lejanía, pues en su oído escuchaba un incesante zumbido que apenas y le dejaba pensar. Sudada y cansada logró sonreír.

—Deja... déjame ver... verla, Anys —susurró a la menor a los pies de su cama, sabía que le quedaba poco tiempo con la pequeña y quería verla una primera y última vez. La hermana que se encontraba entre las piernas de la mayor terminó de arropar a la bebé, con cuidado la llevó a los brazos de la nueva madre.

—Es preciosa...—logró susurrar, sorprendida de mirar el mar y el fuego en sus ojos tan pronto. Una sonrisa se encontraba en su rostro, mejillas empapadas de las lágrimas que seguían corriendo como torrentes.

La menor terminó de cortar el cordón que unía a la madre con su hija justo cuando el rostro de la mayor se iluminaba una última vez y, al mismo tiempo, sus ojos perdían toda señal de vida. La pequeña, tan tranquila en los brazos de su madre, no sabía que se sostenía por primera y última vez de su progenitora.

La menor de las hermanas rompió en sollozos y la que recién se convertía en la mayor, al perder a Lysa, tomó a la recién nacida. Debía mantenerse fuerte por su hermana menor y por la pequeña sin nombre. Dejó a su hermana llorar la muerte de su difunta hermana y salió del cuarto. Bajó unas cuantas escaleras de piedra, su corazón se encogía con cada eco de sus pisadas, miró a la bebé envuelta en frazadas para protegerla del crudo frío eterno de Winterfell y no pudo evitar enamorase de sus delicados rasgos, era solo una pequeña, cubierta en sangre y era perfecta.

—¿Qué ha pasado? ¿Qué es ese ruido? —le preguntaron en cuanto llegó al final de las escaleras, la castaña de cabellos claro se obligó a levantar la mirada de su pequeña y delicada sobrina. En su mirada se reflejaba el terror, lo perdida que se encontraba. Aquellos ojos claros que normalmente reflejaban más que travesura pura, estaban apagados y rojos de tanto llanto.

—Lo siento tanto, Lord Rickard... —fue todo lo que pudo articular antes de convertirse en un terrible desastre de lagrimas y dolor. El patriarca de los Stark comprendió inmediatamente lo que pasaba y sus ojos grises se pintaron del más triste color.

—No, Anys... Yo lo siento... Si hay algo que pudiera hacer por ustedes... —le sugirió como pudo, su mirada se perdió en los escalones que recién bajaba la joven.

—Es una niña, mi Lord. Y no podemos cuidarla solas... —comenzó, retomando la poca compostura que tenía ante la pérdida de su hermana mayor, quien las había cuidado con tanto esmero y pasión sin quejarse ni una vez— Mirarla es como ver su alma y lo que pudo ser de ella, discúlpenos... Llámenos egoístas, maldíganos si quiere, pero no soportaríamos verla crecer, sabiendo el castigo que fue su nacimiento... —se disculpó mientras extendía sus brazos hacia el Lord.

Aquel hombre, de rostro afilado, negros cabellos y ojos grises cual tormenta comprendió el dolor de las hermanas y tomó a la pequeña entre sus brazos. Rickard Stark dirigió su mirada a la pequeña recién nacida y se vio atrapado por la calma que la pequeña representaba en medio de tan grande tormenta. Se sorprendió al notar como su corazón se derretía ante la pequeña.

— ¿Su nombre? —le preguntó a la joven frente suyo mientras un solo dedo suyo acariciaba con extremo cuidado la suave mejilla de la bebé.

—No... Lysa no pudo nombrarla, mi Lord. Falleció en cuanto corté el cordón, apenas pudo sostenerla... —alcanzó a informarle, su mirada atormentada se encontraba más allá del Guardián del Norte, una mueca perpetua marcada en sus agraciados rasgos.

— ¿No tiene nombre? —se sorprendió ante la información, sus pobladas cejas se alzaron. La pequeña se sobresaltó cuando su padre alzó la voz, pero continuó durmiendo con tranquilidad.

—No, mi Lord... Y es demasiado doloroso el pensar en nombrarla... —fue todo lo que contestó, su voz claramente rasposa por el esfuerzo que hacía por no romper en llanto nuevamente.

Lord Rickard miró al pequeño retoño con mayor atención, pasando su dedo por el borde de su rostro, provocando el suspiro de la pequeña.

—Lysanne, su nombre será Lysanne —declaró el Señor de Winterfell con seguridad. La joven asintió casi robóticamente— Y no se preocupen por su crianza... Ella se quedará conmigo y crecerá aquí, en Winterfell —le anunció, levantando sus ojos de la pequeña para dirigirlos a la joven delante suyo.

—Como usted ordene, Lord Stark —se inclinó la joven Anys, agradecida de que el plan hubiese funcionado a la perfección— Le informo que no seremos molestia por más tiempo, mañana a primera hora nos marcharemos, queremos ser capaces de darle sepultura en nuestro hogar a mi querida Lysa... Espero no haya problema alguno —le avisó con el fuego propio de las tres hermanas, Lord Rickard sabía que no había otra opción y con un asentimiento se despidió de la joven, retirándose de la torre. Debía llevar a la pequeña Lysanne con la Tata y el maestre Walys para que le confirmaran que todo estuviera perfecto con la nueva integrante de la familia Stark.

Una pequeña que crecería llena de gracia y elegancia, haciendo posible el sueño sureño de su padre. Una pequeña que en su interior escondía la tormenta más grande de hielo, mar y fuego. La pequeña que se convertiría en leyenda por regresarle el honor a la casa Stark cueste lo que cueste.

La Madre }A Game of Thrones fanfic{Donde viven las historias. Descúbrelo ahora