13. No temas, todo estará bien

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La contienda prevalecía. Era difícil poder darle la vuelta a una situación como esta, pero no imposible. Las tropas de Tyrannt sufrieron un duro golpe cuando la caballería pesada de Wetzlar contraatacó, mermados hasta que quedaron hechos un mar de sangre y huesos. Era como si de repente, el fénix fuese sido tragado por el dragón.

Pero no, como siempre, las incandescentes alas volverían a alzarse como lo habría estado haciendo durante generaciones. ¿O no? En esta ocasión, los acompañaba un cuervo, ave de mal augurio. ¿Acaso este había sido la pieza defectuosa que acabaría con todo sueño y esperanza de salir victorioso?

La compañía del lado derecho había sido aniquilada por completo, incluso el capitán Hans resultó herido gravemente en batalla, para último ser ejecutado con un severo ataque al cuello. Ver a su líder agonizar, chorrear increíble cantidad de sangre, hizo que la moral de sus hombres cayera hasta abajo. El espíritu se esfumó de las almas de los aguerridos del flanco derecho, cayendo uno por uno hasta que el número fuera escaso. Sin embargo, por el otro lado, la compañía del otro soldado tuvo mejor suerte. El soldado de corta estatura, quien usaba siempre un casco, aún permanecía de pie (tras que su caballo fuera herido de gravedad) junto a algunos de sus hombres.

La promesa seguía en pie.

Enfrente suyo, tenía al mismísimo líder de la caballería pesada, un hombre grande y fuerte, alguien temido por la mayoría incluyendo a sus propios hombres. Su arma era un garrote, negro y hecho de fierro, contando con algunos picos. Un solo golpe bastaba para sacar volando los sesos de aquellos que osaron ponérsele frente suyo. ¿El nombre de aquel individuo? Rudolf el Rinoceronte. 

—Enano, tan solo mira tu alrededor —dijo Rudolf, sonriendo, mirando sentado desde su caballo al capitán que lideraba el flanco izquierdo—. Quedan muy pocos de tus hombres, no van a aguantar ni el peso de una mosca a este paso. ¡Mírate a ti, apenas puedes ponerte de pie!

Era cierto, el capitán permanecía con la rodillas flexionadas, encorvado, tratando de respirar y aguantar el agotamiento de la batalla. Había peleado contra varios soldados de la caballería pesada, quitándose dos a lo mucho, pero habían sido tan de otro mundo que no le restaban muchas energías.

Alrededor de ellos, soldados del ejército de Wetzlar se habían reunido, formando un circulo solo para Rudolf y el capitán. Este encuentro iba a ser un mano a mano.

—Como veo que estás desfalleciendo, te daré ventaja. ¡¿Ves?! ¡Soy alguien generoso!

El soldado de Tyrannt alzó su espada y arremetió contra su enemigo. En lugar de chocar armas, Rudolf movió los tirantes de su caballo, evitando así el golpe. Tanto él como sus hombres se rieron de lo sucedido, pues el capitán casi tropezaba.

—¡Aún sigue efectiva la ventaja!

El capitán volvió a atacar, pero nada pasó cuando una vez más, Rudolf movió su caballo. Las risas volvieron a escucharse entre todos. Incluso con solo esos dos movimientos, bastaron para quitarle el aliento al capitán del flanco izquierdo. Pero había alguien que no terminó de contentarse con lo que estaba pasando: Racse Thicnairs.

—¿Qué está haciendo ese imbécil? —Con su gran vista, pudo notar el encuentro, frunciendo el ceño hasta tal punto de que varias venas resaltaran en su frente. Con su enorme mano, tomo de la armadura a su segundo al mando—. ¡Esto es un campo de batalla, no un coliseo! ¡¡Ve y ordénales que combatan al enemigo a matar!! ¡¡¡No está permitido divertirse!!!

—¡S-S-Sí, señor!

El segundo al mando galopó lo más rápido que pudo, veloz como el viento. Al mismo tiempo, la diversión continuaba para los de Wetzlar. El capitán lucía aún más agotado que antes, incapaz de moverse para atacar.

Lord Diablo y las armas de la guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora