Capítulo 1: Twitter, Facebook, Tumblr e Instagram

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Me encontraba en la habitación encerrado. Sólo el flexo que, tímidamente,  permanecía encendido, conseguía dejarme ver dónde me encontraba. Estaba frente a la pantalla del ordenador sin saber exactamente qué hacer. Entre mis pestañas se encontraba: Twitter, Facebook, Tumblr e Instagram. Cada una con sus diferentes relaciones sociales.

Twitter, lo utilizaba para ver qué hacían o pensaban mis amigos y también a veces, aunque muy pocas la verdad, para escribir alguna frase romántica o filosófica para cuando me sentía inspirado.

Facebook, para ver como actores y cantantes vivían una vida de lujos y riquezas, o por lo menos,  eso era lo único que publicaban. También lo usaba para escribirme con mi primo que estaba en Australia, al cual sólo había visto una vez y, si mal no recuerdo, de pequeño. Aunque es lo que tienen las redes sociales hoy en día,  nos hacen valientes para hablar con aquel con quien no seríamos capaces de hacerlo si lo tuviéramos delante de nuestros ojos.

Tumblr, se había convertido en mi momento "filosófico" del día. Es decir, me conectaba cuando necesitaba tiempo para pensar y aquí me encontraba frases que realmente lo conseguían. También me encontraba con alguna que otra foto de cantantes muy ligeros de ropa, las cuales trataba de olvidar de mi mente lo más rápido que podia.

Instagram, era el claro ejemplo de que todos podemos ser guapos con un efecto fotográfico de por medio. En mi opinión, era la más superficial de las cuatro. Muy poco gente, y cuando digo lo de muy poca gente, reiteró en la palabra "muy", sube fotos en las que salga mal y la sociales no haya retocado. La verdad es que no entendía muy bien la finalidad  de ésta. No era muy usual que la utilizará,  ya que pensaba que salía mal en todas las fotos que me hacía. Y, como dije antes, no cumplía el requisito de salir guapo en la foto que subas.

No podía imaginar cómo sería nuestra vida sin redes sociales  y, aún peor, sin Internet ni móvil.  Era como si ya no pudiéramos entender nuestra vida sin ellos. Nos levantamos y vemos Whatsapp para ver las respuestas de aquellos que se quedaron dormido mientras hablaban con nosotros y las de aquellos que se fueron a dormir más tarde. Cuando llega la hora de salir del instituto o, en mi caso, de la universidad, nos conectamos en Twitter para escribir algo parecido a: "Por fin se acabó la uni,  ahora a descansar #RelaxTime". Cuando comemos,  aquellos que se sienten orgullosos del plato que van a deleitar, le hacen una foto a la comida y la suban a Instagram para ponernos celoso al resto de persona que lo vemos y nos vemos obligados, sin realmente querer, a darle Me gusta. Cundo se va acercando la noche, nos conectamos a Facebook para ponernos al día de lo que ha ocurrido en nuestro mundo, el de mi primo y el de One Direction.  Me debería seguir preguntando por que me aparece el Facebook de One Direction cada vez que entro. Cuando me pregunto esto, me acuerdo que es lo que tiene que tu novia sepa la contraseña de mis redes sociales.

Esta es otra de las cosas que más me irrita de la redes sociales,  la falta de privacidad que tenemos. A parte de que publicamos todo tipo de información y foto, la cuales permiten todo aque que te busque poder saber qué piensas y cómo eres. También tenemos demasiada confianza en las personas, con respecto a las contraseñas. Aunque no creo que deba entrar en esta discusión porque, como dije antes, comparto contraseñas con mi novia y no creo que sea el mejor ejemplo para decir que no lo hagamos.

Por eso, creo que era tiempo, de decir basta. De distanciarse un poco de la sociedad, o al menos, sociabilizarse pero sin pantallas de por medio. Tenia ganas de hacer una locura. Quería dejar constancia de que yo, Carlos, el chico sin padres y sin apellidos,  pero no porque hubieran muerto,  ni mucho menos, sino porque yo renegaba de ellos. No creo que dos personas que desean tu muerte por dinero, merezcan llamarse padres. Por todo esto, y mucho más, ansiaba por ser recordado, pero no por mi novia y sus padres, los cuales me habían acogido en su casa, sino toda la humanidad. Desde el más mayor hasta el más joven, desde el más inteligente hasta el menos listo, desde el más cristiano al más ateo, desde el más rico al más pobre, iban a conocer de mi existencia. Querido a realizar un hecho con el que la gente se sintiera orgullo de haber compartido planeta conmigo.

Abrí la puerta de mi habitación y grité: ¡Lucía,  vámonos a cambiar el mundo!

¡Cambiemos el mundo!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora