Nadie tiene que enterarse

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La mañana se sentía gris, como si el cielo mismo compartiera la tristeza que envolvía el hogar. Darien había terminado de subir el cierre de su pantalón, su rostro iluminado por una sonrisa maliciosa que contrastaba con la penumbra del ambiente. Había disfrutado de su momento, y su mirada oscura presagiaba nuevos problemas.

—"Estuvo delicioso, cielo. Cuando te lo propones, puedes ser complaciente con tu macho... Espero que ahora no te quede dudas de que mi palabra es ley" —dijo, dejando caer sus palabras como un peso sobre la atmósfera tensa del hogar.

En la habitación Serena se encontraba atrapada en un mar de recuerdos dolorosos. Las sombras de su infancia la acechaban; había sido víctima de abuso y ahora, enfrentándose a la misma tormenta, cada palabra de Darien resonaba como un eco desgarrador de su pasado. Las cicatrices emocionales que llevaba eran profundas; había aprendido a vivir con miedo y resignación. La impotencia y la tristeza se entrelazaban en su corazón mientras trataba de ignorar el caos que se desataba a su alrededor.

Mientras tanto...

Rinni, su hija de siete años, esperaba ansiosamente en el comedor. Temblaba en el sillón, inquieta por la actitud de su padre y preocupada por el bienestar de Serena. Había escuchado los gritos ahogados desde la habitación y sabía que algo no estaba bien. Su inocente corazón no podía comprender completamente la magnitud del sufrimiento que rodeaba a su familia.

—¿Estás lista, princesa? —preguntó Darien al entrar al comedor, intentando ocultar su verdadera naturaleza tras una fachada de normalidad.

Rinni asintió con timidez y dijo:

—Padre, iré a despedirme de mamá. Vuelvo en un momento, ¿sí?

La respuesta de Darien fue inmediata y cortante.

—¡NO! Tu madre está indispuesta. A la tarde hablarás con ella. Entra al auto; estamos retrasados.

El corazón de Rinni se hundió al escuchar las palabras de Darien. Con lágrimas acumulándose en sus ojos, insistió:

—Por favor, padre, déjame verla. Yo quiero despedirme...

Pero Darien perdió la paciencia y abofeteó a su pequeña hija con furia desmedida.

—¡YA TE DIJE QUE NO! Ella está bien, ¡carajo! Ve al auto ahora mismo.

Con el alma desgarrada y una sensación abrumadora de impotencia, Rinni tuvo que obedecer. Mientras caminaba hacia el auto, pensaba que tal vez todos los hombres eran como su padre: duros y crueles.

El trayecto hacia la escuela fue silencioso y tenso. Rinni miraba por la ventana mientras las lágrimas caían silenciosamente por sus mejillas. Cada edificio que pasaban parecía reflejar su tristeza; cada rostro ajeno le recordaba lo sola que se sentía en medio del caos familiar.

Finalmente llegaron a la escuela. Antes de permitirle bajar del auto, Darien hizo una pausa y le advirtió:

—Ya sabes que lo que pasa en nuestro hogar queda en nuestro hogar. Nadie tiene que enterarse de nuestros problemas o, de lo contrario, la única que pagará las consecuencias será tu madre. ¿Entendido?

Rinni asintió lentamente y contestó con voz temblorosa:

—Por favor, padre... ya no le hagas más daño a mamá.

Darien sonrió burlonamente.

—Todo depende de cómo ella sea conmigo. Al hombre se le debe complacer en todo lo que pide; y tu madre es una perra altanera. Le encanta llevarme la contraria.

Al llegar al aula, Rinni se sintió pequeña y vulnerable. Esperó afuera mientras sus pensamientos se arremolinaban en su mente. Las lágrimas comenzaron a brotar al recordar todo lo que había visto sufrir a su madre. La idea de entrar a un nuevo entorno la llenaba de ansiedad, pero también de un leve destello de esperanza.

Sedúceme En La Oscuridad (Serena X Seiya)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora