¤◎¤ Capítulo 11 ¤◎¤

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Se permitieron conducir solo una hora antes de que Adrien decidiera abandonar el auto, sobre todo porque Marinette le dijo que Nino definitivamente ya habría dejado de seguirlos, y, ya que el auto mismo era extremadamente sospechoso, sería mucho más fácil y más práctico dejarlo y conseguir otro. Adrien encontró que su razonamiento era lo lógico suficiente – además movido por el hecho de que Marinette conocía a Nino y a Alya personalmente – así que dejaron el auto en la carretera y corrieron. El camino fue largo, pero no fue problema para ninguno.

Después de otra hora de alternar entre correr y caminar, con las manos entrelazadas para que Marinette no se quedara atrás y Adrien no fuera tan adelante, encontraron un claro vacío en medio del bosque que estaba al lado de la carretera. Adrien pensó que debían parar ahí para descansar un poco, y Marinette estuvo de acuerdo. Había un arroyo de agua fresca pasando el pequeño claro; el aire era claro, cálido y relajante, y Marinette deseó por un momento que se quedaran por toda la eternidad.

A salvo, cálidos y juntos.

—Siéntate aquí,— Adrien dijo, dejándose caer en el gras y palmeando su lado. Marinette obedeció, uniéndose a su amante, y mirando el espeso follaje. Los rayos del sol lo atravesaban, creando figuras en el suelo, y de súbito, se sintió cansada. Muy cansada.

Se apoyó en Adrien, somnolienta, y antes de saberlo, estuvo cabeceando en el hombro del mayor. Adrien, también, parecía estar luchando por mantener los ojos abiertos y muy pronto se quedó dormido también, acurrucado en Marinette, bajo la cálida luz del sol.

Pero para cuando despertaron, el sol se estaba poniendo.

—Maldición,— Adrien maldijo, mientras se sacudía de los últimos vestigios de sueño y se ponía en pie. —Eso fue un error.

Marinette se puso de pie, también, mirando al suelo. Sabía que había sido su culpa.

—Lo siento.

—No,— Adrien dijo rápidamente, con una disculpa reflejada en sus ojos mientras se inclinaba hacia Marinette. —No, no te culpaba. No es tu culpa.

—Sí lo es—, dijo Marinette, —Yo... me quedé dormida.

—Y yo también,— dijo Adrien. —Lo que significa que es en parte mi culpa también. Pero está bien, podemos superar esto.— Se irguió, mirando a la distancia. —Debería haber una especie de refugio cerca. Podemos quedarnos ahí por la noche e irnos apenas salga el sol.

—¿Por qué no solo ir de noche?— sugirió Marinette. —Así podríamos ganar mucha más distancia.

Adrien la miró, con dolor en sus ojos.

—No me gusta la oscuridad.

Marinette estaba a punto de preguntar por qué, pero decidió no hacerlo. No importaba, de todos modos, porque al final ella seguiría a Adrien sin importar qué. Aun así, no podía evitar preguntarse si la razón por la que a Adrien no gustaba la oscuridad era el hecho de que – aparte de controlarlo – Adrien parecía personificar el fuego, lo que era luz, vida y calor; lo opuesto a la oscuridad.

Tenía sentido, para ella al menos.

Así que Adrien tomó su mano nuevamente y corrieron, abriéndose paso a través del bosque, bajo la tenue luz del atardecer. Alcanzaron la carretera en 20 minutos y encontraron un viejo motel – desierto y antiguo – a otros treinta minutos. Muy pocas habitaciones estaban intactas, pero, como siempre, Adrien se las arregló para encontrar uno que no estuviese tan mal comparado a los otros, y ahí fue donde se quedaron.

Adrien jaló una silla de algún lado, encendiendo luego un cigarro con el fuego que ondulaba alrededor de las yemas de sus dedos, mientras Marinette se recostaba en la cama, y ninguno decía una palabra. Era simple, pero a Marinette le gustaba de esa manera, porque no podría haber pedido nada más.

Dragon de feu (Dragón de fuego) (Adrinette)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora