Comunicación

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—Malfoy, ¿qué demonios estás haciendo aquí? —Potter preguntó incrédulo. Su puerta se abrió de golpe, exponiendo toda la extensión de su piso. Draco podía ver sus paredes llenas de fotos de sus amigos, varios de los cuales reconoció. Un destello de pelo azul en la más cercana a la puerta mostró a Potter persiguiendo a Teddy con deleite.

Detalló la casa de Potter rápidamente; sus habilidades de observación siempre fueron uno de sus mejores atributos. La acogedora sala de estar a la izquierda, llena de almohadas burdeos y faroles de oro; una puerta a la derecha, donde Draco podía ver un poco de un dormitorio azul claro. Era un espacio modesto, no tan grande como Draco supondría que el todopoderoso Potter poseería, pero todo el espacio se sentía exactamente como él.

Sus ojos captaron un vistazo más, un girasol de tallo largo en una mesa cerca de la puerta. Una carta, abierta y apoyada en la superficie plana.

Mi querido Harry, eres mi luz del sol y mi rayo de luz. Tuyo, Jacob.

Por supuesto, Potter estaba enamorado de un pequeño imbécil que le enviaba flores. Las plantas muertas nunca le parecieron más románticas a Draco. ¿Sabía el imbécil que su flor favorita era un lirio, y no una cosa asquerosamente brillante que hacía juego con su igualmente feo felpudo?

—Estoy aquí por eso. —señaló Draco a la basura de la muestra de afecto en la mesa de entrada de Potter antes de obligarse a sí mismo a mirar a sus ojos.

— ¿Estás aquí para... llevarte mi flor?

—Parece que ya es hora de hacerlo. —murmuró Draco antes de recordarse a sí mismo porqué estaba allí, de pie ante la puerta de Potter. No es que estuviera celoso. El tiempo había pasado desde que se habían ido de Hogwarts, sin una sola lechuza entre ellos. A pesar de todo.

Siempre empieza con el discurso, se castiga a sí mismo.

Al menos era la última vez que tenía que hacer esto.

—Estoy aquí —barajó Draco y enderezó su chaleco— como el Custodio Secundario de la Maestra del Amor.

—Maestra del amor. —repitió Potter.

—Sí, Potter. Y parece que tengo malas noticias.

—No me dirás que estás enamorado de mí, ¿verdad, Malfoy? —Potter se rio, abriendo la puerta más ampliamente— ¿Por qué no me das esta mala noticia con una taza de té?

—Preferiría no hacerlo. —vaciló Draco. Sus ojos se dirigieron al desorden del pelo de Potter, a sus agudos ojos verdes. Hacía al menos dos años que no se veían, dos años desde que ambos abordaron el Expreso de Hogwarts por última vez. Su octavo año no había sido tan desagradable como los anteriores, ningún Señor Oscuro amenazaba con quitarles todo lo que amaban, ni torneos ni troles. Sólo la escuela, las salas comunes, las fiestas y la bebida.

Y aquella vez que Potter presionó a Draco contra la pared, oliendo a sudor y tarta de melaza. Sus manos habían rozado los costados de Draco, tirando de sus caderas mientras se apretaban, gimiendo en la boca del otro en un beso caliente.

—Vamos, Malfoy, hace tanto tiempo que nadie me da malas noticias —dijo Potter, sacando a Draco de sus recuerdos—. Prácticamente horas. Prefiero oírlo sentado. —se volvió y caminó de vuelta hacia la cocina, sin darle a Draco otra opción que seguirle.

El espacio era pequeño, una mesa diminuta con tres sillas a su alrededor, unos cuantos gabinetes y una nevera al otro lado. Potter convocó con un accio una tetera y la llenó de agua, poniéndola en la estufa. Le hizo señas a Draco para que se sentara y se sentó frente a él, la mesa era tan estrecha que sus rodillas casi se tocaban.

Todo Que Perder [ Drarry ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora