INVIERNO - INVIERNO

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(2015)
El firmamento se precipitaba sobre  avenidas de la ciudad, la melancolía tomaba protagonismo en los golpes causados por las gruesas gotas que retumbaban sobre los tejados, era el escenario perfecto para hallarse consigo misma, Alice, docente de secundaria, de estatura media, recóndita, jovial, dueña de una mirada asquerosamente sincera y una sonrisa ampliamente franca, ese día transcurría la mañana mientras suspiraba mares desde su ajimez, perdida en el horizonte que calmaba esa ola de exilio que se negaba a extinguirse, sus pensamientos se vieron interrumpidos por un alardoso sonido que provenía desde su celular.
De saber que aquel mensaje sería el comienzo de su destrucción  sin lugar a dudas no le habría dado lectura, aquel texto había sido enviado desde  un número desconocido.


                          "Hola Alice, tengo una encomienda para usted, de parte de Adrián"

Tan breve como eso, pero inmensamente, consternador.
Adrián, ex esposo de Alice  quien se encontraba al otro lado de algún océano,  padre de sus dos pequeñas, Sarah y Valentina, el mensaje concluía con una simple pregunta:


                                                                 "¿Dónde nos podemos ver?"                   
                                                                                                                                     Atentamente John Zandanel.  

Un tanto atribulada por no saber de qué se trataba, respondió al remitente con una llamada, al escuchar aquella voz familiar al otro lado del teléfono, ella le saludó con amabilidad, era su antiguo vecino, John, un hombre alto de quizás unas cuatro décadas vividas, con una cabellera negra que hacia contraste con sus portentosos ojos cafés, a quien había visto un par de veces en su vida y del que hacía mucho tiempo no sabía, la voz de aquel hombre, suave, amable y cálida le decía que al día siguiente le haría la entrega de lo que hasta ese momento ella desconocía, acordaron verse en un centro comercial de la ciudad en la que ella habitaba, la llamada culminó después de unos segundos, por su parte a Alice le quedó resonando en sus oídos aquella voz y por alguna razón se mostraba indiferente ante el encuentro planificado con John. 

Al caer el ocaso se dirigió a la esperada reunión como habían acordado, con su portafolio lleno de responsabilidades, cada paso llevaba prisa, era el tipo  de persona a la que se denominaba vulgarmente como "reloj en sala vieja", mientras él, la esperaba en el estacionamiento del centro comercial, al llegar, sus miradas se cruzaron por primera vez, ella le saludó con calidez y él posó su mano sobre su cabellera, alborotándolo como quien saluda a una caprichosa niña, ella incomodada por la acción protestó:

— ¡Hey! ¡no me despeines, por favor! —Él sonrió maravillosamente y la abrazó. 

Ella aún  no entendía que todo aquello que te despeina te llena de felicidad.
Tomaron asiento en un rincón cálido del lugar, compartieron un café mientras sus miradas colisionaban de vez en cuando, y se esquivaban como si supieran que al mirarse profundamente sería causa de muchas consecuencias en el futuro...
Minutos de  trivialidades, conversaciones que hablaban de sus vidas durante el tiempo que no se habían visto, a medida que pasaba la charla, una sensación afable invadía el cuerpo de Alice, y por lo que supo tiempo después, toda la humanidad de John estaba mucho más ansiosa y feliz que la de ella, hablaron de lo pésimo que les había ido en cuestiones de amor, él le indicaba lo mal que la estaba pasando, que en esos precisos instantes quien correspondía al título de su esposa, madre de sus tres hijos,  le había roto el corazón, siendo infiel con otro amante.
La noche se hizo presente entre su compañía, y debían partir, el momento fue tan ameno que olvidaron la razón por la que estaban ahí, la encomienda que había enviado Adrián, y resultando no ser más que un poco de dinero para sus adoradas hijas, sin embargo, agradecía la fascinante idea de haberle enviado como encomienda real, a un  amigo,  Dios no pone personas en nuestro camino por casualidad, insospechadamente había nacido una amistad que prometía ser estupenda.
Desde aquel día no  pudieron dejar de concurrir telefónicamente, mensajes, llamadas que hacían emocionantes los crepúsculos del occidente, él había partido, pero le hacía participe de los más bellos paisajes, desde una isla llamada Samoa. 
Sin importar los desvelos a causa de la diferencia de horarios, la dicha se penetraba en sus entrañas, compartiendo deleitables tertulias durante  varios  especiosos y eternos meses, se conocían como si de años de amistad se tratase, en cada caída del sol ya adormecido se hacían un espacio en los huecos de la noche.
Ella a la distancia era su compañía mientras él preparaba sus alimentos, de vez en cuando John entonaba la guitarra y ella absorbía las melodías que nunca concluía, eran sofocadas en el ambiente por algún olvido o porque simplemente no era experto en dicho instrumento, fueron días buenos, ella por fin podía definir a un amigo de verdad.
Encantadoras experiencias vividas que se  podrían mencionar todas, pero siempre cabe destacar aquellos más importantes de aquel tiempo,  su lejanía era para ella lo más prodigioso, porque pese a todo lo sentía cercano.
Una tarde soleada al regresar del trabajo, John le llamó, esperaba ávida acompañarle en su viaje de regreso a casa, en el que juntos podían observar el mar perseguirlos cuando el tacómetro era mucho menos rápido que los latidos que golpeteaban el pecho de Alice, todo se intensificó cuando él, junto con las olas del mar, rompieron el silencio:
— ¡Anoche soñé contigo!
— ¿Fue agradable? ¿Me contarías cómo fue?
—Fue maravilloso, pero huidizo.
Alice sintió un extraño sentimiento recorrer su ser, no se igualaba a cualquier otro que pudo haber sentido antes, y empezó a interrogarse por ello, ¿qué demonios había sido eso?

La distancia era una aliada segura en ocasiones, pero nunca abandonaron la costumbre de escucharse por las tardes, él vestía los días de Alice con colores que ella jamás pensó que le lucieran bien, y para ese entonces, John ya le había confesado que le encantaba sentirse  cerca de ella.
Las canciones, los poemas crearon un puente que los unía cada día un poco más, contárselo todo, o tal vez  casi todo,  solían decirse a diario cuanto les agradaba estar juntos, de cierta manera, él ya era parte de su rutina, Alice sospechaba que su conciencia estaba siendo ocupada por una indudable incógnita, ¿le empezaba a gustar John?
Sí, estaba clarísimo, porque sin mirarla, sin siquiera rozarla le provocaba escalofríos, eso era preocupante, y se negaba rotundamente a aceptar que comenzaba a quererlo, pero ya no lo reconocía como amigo, la necesidad de verle, abrazarle y besarle se lo confirmaban.
En una de sus jornadas nocturnas, John, con naturalidad le comentó a Alice que tendría una cita con una mujer, con quien cerraría un negocio de importancia, ella sintió como si millones de pedazos de hielo, filosos le quebraran las costillas, cortando su respiración, esa simple "cita"  acomplejó su estado libre de dudas y temores, segura de que estaba preparada para abrirle la puerta a una oportunidad...
Después de traspasar una larga tormenta, de refugiarse y ponerse en contra de la brisa, ella no entendía por qué tanto dolor, si ellos no eran más que amigos, ella necia que no se queda con palabras atoradas, le manifestó su disgusto por dicho asunto, al que él supuestamente desistió.

                                                                     ¿Desistir? ¿Por qué razón?

En ese tiempo, John correspondía al caos proveniente del corazón de Alice, ésta desconocía ese hecho, los sentimientos de amistad  se habían  aislado en algún  rincón del sucio bar, para abrirle el paso a aquellos más fuertes e intensos, pero ninguno de los dos era tan valiente como para atreverse  a dar el siguiente paso, tal vez por  miedo a que su amistad pudiera verse afectada, ninguno de los dos quería arriesgarse, y a veces, las dudas resultan ser las mayores certezas.  

ExpectativasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora