Calor

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Siempre que pase por delante de ese ascensor, sentí pánico.

Ese día hacia más calor de lo normal en la ciudad de Buenos Aires.

 Bajé del colectivo, que contaba con aire acondicionado -Subirse a un colectivo con aire acondicionado en esos días de calor extremo, era la gloria misma- como si una manta recién planchada me cayera encima, una especie de atmósfera caliente y espesa que no cuenta con un rastro de brisa -típica del verano en la ciudad- me envolvió rotundamente.

 Nunca me llevé muy bien con los días calurosos, siempre me parecieron tediosos, sin embargo muchos amigos y amigas mías preferían ese clima de calor grotesco, a estar cubiertos de abrigos en los días de invierno -Yo siempre preferí el inverno, y si podía llover, mejor-. 

 Tenia que cruzar la Avenida 9 de Julio en la intersepción con Bartolomé Mitre .-La espera en aquél semáforo se hizo eterna con el sol arrasador posado en un cielo celeste sin nubes, rostizandome por completo-. Una vez del otro lado de la avenida, ya protegido por la sombra que me brindaban los edificios altos, solo restaba caminar unos veinte pasos hasta el club.

 La sede central de GEBA era por su fachada, a simple vista, un edificio más. Común y corriente. Una franja celeste que parte desde el piso hasta la altura de mi hombro se alzaba en aquella pared gastada por los años. El resto de la pared se elevaba revestida de pintura blanca bastante deteriorada hasta el noveno piso .-si uno mira hacia arriba, poedía contemplar como se descascaraba aquella pintura-. Unos tres escalones de mármol blanco me recibían hacia la entrada del club. Cruzando la puerta de vidrio .-que a mi parecer, siempre fue en contra de la fachada del edificio-. un piso de madera flotante se extiendía en el hall. A la izquierda, en un escritorio, el guardia de seguridad siempre da la bienvenida al lugar. 

GEBA es uno de los clubes históricos de Buenos Aires más emblemáticos -por lo menos lo fue hasta los años 90's -.  Fundado en 1880, siempre fue reconocido por su excelencia deportiva. Sin embargo en los últimos años, la calidad deportiva e institucional se vio en decaimiento por malas dirigencias administrativas. Hoy en día GEBA cuenta con menos de la mitad de los socios que alguna vez tuvo en sus buenos años, donde solo hacia falta mostrar el carnet de GEBA cuando la policía pedía que uno se identificara, sin necesidad de recurrir al DNI.

 A unos diez pasos del hall principal, cinco escalones en descenso llevan a un pasillo que conduce hacia el gimnasio histórico de esgrima -donde alguna vez los mejores esgrimistas del país se dieron el lujo en blandir un sable-. Antes de descender por aquel pasillo, hacia la derecha se encuentran dos ascensores. Los ascensores son manejados por operarios dentro de ellos, que sentados en una banqueta cierran la puerta del compartimiento con una especie de palanca que gira como las agujas del reloj hacia lo ancho de la puerta, bloqueándola por completo. << Solo quiero ver que hay ahí dentro >>. Una vez dentro de la cabina del ascensor, el operario oprime los botones, para así conducir a las personas hacia su destino. << Escuche gritos, te lo juro, acompañame>>.

 Ese día llegaba tarde. Iba a encontrarme con un amigo, en el gimnasio del sexto piso a las 15:00hs - por cierto, llevaba 40 minutos de retraso -. 

 Al cruzar la puerta principal de vidrio y saludar al guardia -como todos los días- me dirigí hacia las escaleras sin perder tiempo, para subir cuatro pisos por ellas. Como un rayo que cae en una noche completamente nublada y sin rastro de vientos, un ruido metálico rugió en una de las puertas de los ascensores. Los músculos de mi espalda se estremecieron y quedé rígido como una piedra mirando aquella puerta, esperando no se abriera. << Son solo diez minutos, no seas cagón >>. La puerta se abrió y lo ví ahí sentado -con el cráneo aplastado y una sonrisa pícara en su rostro pálido, mirándome-. Cerré los ojos y aplaste la palma de mis manos contra mis sienes, conté hasta diez y cuando volví a abrir los ojos, ya había desaparecido. La señora Varese, bajaba del ascensor, con un vestido rojo repleto de margaritas. Me saludo con una sonrisa y yo se la devolví.

 Subir esos cuatro pisos por escalera, siempre me dejaba sin aire -Hacía quince años que era socio del club y hacia quince años que esas escaleras me dejaban sin aire-. Me encaminé hacia el viejo vestuario de cuarto piso. En todos mis 20 años (a poco 21), jamas había visto un vestuario igual. Tenia dos pisos y un laberinto de armarios de madera se desarrollaba en ambos. Sin embargo, por la falta de socios, solo la mitad del primer piso estaba en uso -comprendan que la mayor parte de los socios, son ancianos o adultos que pasan los cuarenta y cinco años-. En el centro del vestuario, se encuentra una jaula, donde el encargado del vestuario entrega toallas y candados a los socios que así lo precisen. << Es la llave con el llavero celeste y blanco, ¡APURATE! >> Aquella jaula cuenta con una única puerta, ubicada del lado izquierdo, que siempre permanece cerrada -sin embargo aquél día encontramos la forma de abrirla... desafortunadamente-.

 Lucas me esperaba sentado en uno de esos bancos largos de madera que se hallaban en todo el vestuario, mirándome con esa cara de reproche, típica de él .- Dale, idiota, hace una hora que te espero-.dijo, mientras señalaba su reloj en la mano derecha. Buscando la mejor excusa que se me podía ocurrir en ese momento solo dije .- El bondi no llegaba -siempre la misma excusa- perdón, encima con este calor, la gente parece mas idiota-. En el fondo, los dos sabíamos que esa era la verdad, pero siempre daba el mismo pretexto. Levantando una ceja se le dibujo una sonrisa que empezaba a verse desde la comisura de la boca .- vestite rápido que no quiero irme muy tarde-. Sabía que en el fondo, no podía enojarse conmigo. Pronto comencé a desvestirme y a ponerme unos shorts azules y una musculosa negra. Me dirijí a la jaula del encargado y dándole mi carnet de socio, éste me dio un candado -Parecía una especie de transacción ilegal, siempre pensaba lo mismo- agarré el candado y asegure mi armario para ir al gimnasio del sexto piso con Lucas.

.- Lo volví a ver-. Dije, mientras subíamos las escaleras -Hace 9 años que no lo veía y hoy, por alguna puta razón, volvió a parecer-. Lucas se detuvo, se dio vuelta con esa velocidad típica de él cuando algo lo perturba .- No puede ser, eso ya paso, ya lo olvidamos... te habrás equivocado- sus ojos temblaban y una gota de sudor le corría por la frente- Además, fue hace 12 años ¿porqué recordarlo ahora? ¿no creo que quieras volver a tomar pastillas?-. Una sensación helada recorrió la parte posterior de mis piernas, subiendo hasta mi nuca, como si un hielo escalara por mi cuerpo. A pesar del calor ridículo que hacía, esa sensación me hizo olvidar la temperatura y podría jurar que una nube de vapor salió por mi boca. 

Octavo PisoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora