Libro 2 [4]

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– Ese día Aiz se sentó en medio de la entrada de la ciudad. En la única entrada, donde no había nadie vigilando. Solo ella y nadie más. –


– Esperó por un largo tiempo. Incluso empezó a amanecer antes que se diera cuenta. Sintió las manos frías por la temperatura de la mañana. De hecho, todo estaba frio, desde sus mejillas hasta las puntas de los pies. Estaban helando y temblando. Tal vez si no fuera por que ella era aventurera que ya había ganado tres niveles habría colapsado. Pero no, Aiz ni siquiera estaba cerca de ello. –


Paso ~


Paso ~


– Pasos de unas botas. Casi podía reconocer ese sonido por el tiempo que tardaban en sonar. –


Paso ~


Paso ~


– Salió de su escondite que estaba en las sombras del zaguán. –


Crujido ~


– Las botas se detuvieron inmediatamente. Aiz se interpuso, mientras temblaba por el frio. Él rostro de la persona que estaba buscando jamás se había visto igual. Impresionado, totalmente abatido, incapaz de procesar su llegada. Por poco y suelta la mochila que sostenía mientras daba un paso atrás. –


"¿Aiz...?".


– Aiz lo miro con intensidad. Bell sintió la necesidad de evitarlo. Él chico que normalmente estaba indiferente y casi desinteresado de cualquier cosa había mostrado algo diferente. Aiz estaba inmóvil. Ninguno sabia que decirse. –


– Aunque Aiz continuaba mirando, Bell solo mantenía la vista apartada. Cuando Aiz trato de decir algo, se ahogó de repente. –


["¿Justo ahora no puedo decir nada?"]


– Bell miro hacia un lado, soplo hacia el viento y cerro los ojos. Estaba recomponiéndose a si mismo. Aiz lo noto. Sabia que si Bell se recomponía iba a ser difícil. No debía dejar que Bell regresara en sí. Tenía que actuar, si no las probabilidades de convencerlo se volverían 0. –


– Pero a todo esto... –


– Ni siquiera había planeado que decir. –


– Sus conversaciones eran de siempre los mismo. Siempre igual. Solo comer, dormir o practicar con la espada. Tampoco era como que él se prestara para otras cosas, pero...... ahora mismo podía maldecir las cosas que no llegaron a hacer. –


– Siempre atrapados en la mansión. Ella sabia que era su culpa ya que jamás quería salir de ahí. Siempre se negaba con sus, "estoy cansado", "no parece haber buen clima", "estoy resfiado". –


– Lo peor es que se comía un helado mientras lo decía. –


Libro 2: Historia de AizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora