Capítulo 3.

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Era lunes e iba a empezar a mi primera clase, o mi primer día de prueba, como quieras llamarlo.

Estaba vestida con la ropa de Waterson, sin poder evitar sentirme culpable. Me subí al metro y me sujeté a una barra central, ya que todos los otros asientos estaban ocupados.

Alguien me quitó el gorro que me había colocado estratégicamente para que no se vieran mis pobladas cejas.

- Hola bonita. -Me susurró al oído.

Habría reconocido su irritante voz en cualquier sitio, era Ciro.

- ¿Qué se supone que haces aquí? Lo que estoy haciendo es cosa del Otro y mía, tu ya no pintas nada.- Le dije quitándole el gorro y volviéndome a tapar las cejas con éste.

- Insisto, hablar contigo es como hacerlo con una pared. Te dije que te tenía que quedar claro que eras mía hasta que no estubieras ahí arriba... Enfin, déjame que te coloque el gorro, así pareces tonta.

- Siento decirte que a mí me gusta así Ciro.

- Pues a mí no. No se te ven tus marcadas cejas, y eso que te hacen sexi.

- ¿Sexi estos felpudos dices?- No pude evitar reírme y mirar hacia otro lado, para que no pudiera ver el sonrosado de mis mejillas.

Una cosa es que el chaval no me cayera bien, y otra muy distinta que no me gustaran los cumplidos, aunque fuera mala recibiéndolos.

Cuando noté que se me habían calmado las mejillas, me aparté el pelo de la cara y le miré fijamente mintras le agradecía el comentario.

Él no vaciló en recolocarme el gorro y en desearme suerte señalándome la parada de metro en la que nos encontrabamos. En verlo salí del metro con una sonrisa de oreja a oreja, parecía una niña pequeña, pero es que me habían llamado sexi.

El día trancurrió tranquilo y aburrido. la universidad era muy grande, y nadie se fijaba en su alrededor, nadie tenía tiempo ni ganas en conocer a otro. Me sentía sola, como de costumbre. En la cafetería me fijé en una chica cargada de libros, que a duras penas podía sostenerlos. Esta era mi oportunidad de ayudar a alguien, de hacer algo bueno.

Enseguida me levanté y le cogí la mitad de la pila que cargaba, extendiendole una sonrisa que a mi pesar, no parecería muy natural.

- ¡Muchas gracias! Encantada... Soy Tamara.

- No es nada, yo soy Cara, ¿dónde quieres  llevar todo esto?

-A la biblioteca... Me gusta mucho leer, y ya es la fecha de devolución...

Enseguida asentí, y en ponerme en marcha los libros salieron disparados de mis manos, como si los hubiera tirado, cayendo encima de la chica a la que me disponía a ayudar.

Maldito, allí estaba Ciro, ¿qué mierda acababa de hacer? Hace nada había sido muy majo y me había deseado suerte, y ahora estaba decidido a quitármela toda. Tamara se giró sorprendida, mírandome amargamente.

- Muchas grácias por tu ayuda, si ya te has divertido puedes dejarme sola. - Su voz sonaba asqueada y con un leve tono de repudio.

- Yo no he sido Tamara, ¡ha sido él!- Y me apresuré a señalar a Ciro.

La chica me miró incrédula y dijo fríamente:

- Muy bien, siento haberte culpado, dile a tu amigo invisible que se relaje y eso. - Arrugó la nariz como si estuviera oliendo basura, recogió sus libros y se fué.

- ¡¿Qué acaba de pasar Ciro?!-Le exigí alterada al que supuestamente era un rey.

- Yo de ti no gritaría, pensarán que estás loca si le hablas a la nada, ¿o a caso crees que dejo que me vean?- Una sonrisa burlona se dibujó en su rostro y desapareció.

Insoportable.

Insoportable era la palabra que mejor lo describía. ¿Qué le importaba lo que hiciera? Estaba cumpliendo mi deber, ¿a qué venía ese ataque gratuíto?

Enfin, ya había perdido una oportunidad, si tubiera una calificación de este día ya se había convertido en un -1, grácias Ciro.

Enseguida el día llegó a su fin, y sí, no había logrado absolutamente nada, qué bien... Era tarde así que cogí el metro y me fuí a mi precioso apartamento, mañana martes a esta hora tendría que trabajar, pero hoy podía descansar...

Me apetecía un cigarro, tenía unas ganas irremediables, pero no quería volver a sentirbese dolo en el pecho. No grácias.

Sin embargo, quizás si lo hacía mientras me duchaba El Otro no podía verme, así que me metí en la bañera intentando pensar lo menos posible en Waterson y encencí un cigarrillo mientras me bañaba. El dulce sabor de tabaco y la sensación de alivio que me solía probocar no duró mucho, otra vez ese repentino dolor de pecho me ahogaba.

Tiré el cigarrillo lo más lejos que pude y musité perdón unas cuantas veces.

- Sabías perfectamente lo que iba a pasar, ¿porqué lo has hecho?

Levanté la vista y ví a otra hada de la misma medida que Bianca,  pero esta iba vestida de blanco y sus alas eran como las de un colibrí. Además, su cabello era marrón tirando a rubio, a diferencia del pelo azabache de Bianca, la cuál tenía los ojos marrones, pero los de ésta eran grises azulados.

- Soy Anabelle, encanta. Lo sé, ¿no soy muy parecida a Bianca verdad? Eso es porque a mi me ha mandado El Otro para ayudarte y guiarte un poco, él cree que te mereces un poco de ventaja después de ver la postura que ha decidido tomar Ciro.

- Ci... ¿Ciro? ¿A qué postura te refieres? - Estaba extrañada.

- Bueno, no parece muy deacuerdo con que vayas al cielo, pero es normal, cada vez hay menos gente en el infierno... -La pequeña hada, que se llamaba Anabelle, hizo una pausa y levantó la mirada para dedicarme una sonrisa. En eso, mi dolor desapareció.- Parece que vamos perdiendo 1 a 0... Ciro es un piltrafilla, siempre se mete dónde no le llaman, pero bueno, ya verás como al final acaba todo bien para ti.

A pesar de que Anabelle estaba muy convencida yo no lo estaba tanto... Aún no entendía muy bien como ganarme el cielo, y con Ciro rondandome sería todabía más difícil todo. Maldito "rey".

En salir de la ducha me sequé el pelo y  me consolé con la segunda y última cosa que conseguía calmarme; las estrellas.

Me fascinaban tanto.

A diferencia de la luna, ellas eran más pequeñas, pero su brillo era más especial, más blanco, más impoluto. Como si estubiera exento de toda maldad e impureza.

Desde pequeña siempre me gustaron, me hacían sentir viva en una casa de muertos. Quizás no lo estaban, pero casi.

Enseguida dejé de mirar las estrellas, no quería seguir recordando, sabía que eso acabaría mal. No era momento de volver a jugar con mi vida, esta era la segunda, y supondría la diferencia entre ir o no al paraíso.

- ¡Escuchame Ciro, te juro que voy a salir del infierno, recuérdalo!

Anabelle mi miró con una sonrisa y se recostó en mi hombro. Íbamos a ganar esta batalla.

***

Narra Ciro

- ¿No te parece graciosa, Bianca? Cree que va a poder con nosotros.

- ¿Pero porqué no dejas simplemente que rehaga su vida, Ciro?

- Porqué no, es mía. No soporto que me quiten un juguete, ya lo sabes.

Estaba claro que yo iba a ganar, al fin y al cabo era un rey, y ella una simple mortal que había acabado con su vida tiempo atrás. Me resultaba hasta gracioso que creyera que podía hacerme frente, no sabía lo puñetero que podía llegar a ser, pero se lo iba a demostrar.

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