Prólogo

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▫️Antes de criticar o dejar algún comentario ofensivo hacia el fanfic, porfavor terminar la lectura.▫️

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La belleza nocturna de un bosque sin nombre y desconocido estaba siendo irrumpido por unos pasitos suaves y delicados, por una respiración despreocupada y unos ojos curiosos que no paraban de ver asombrados las miradas penetrantes de los búhos en los árboles. Él sonrió educado, mostrando respeto como si dichos animales tuvieran la suficiente inteligencia para notarlo.

—Buenas noches, señores búhos—susurró haciendo una reverencia antes de partir a un lugar que él mismo desconocía.

Más allá, entre la oscuridad del bosque, más árboles aparecieron, una colina baja y una inmensidad de gruesa melasa; se había perdido. Su overol de marinero, ese bonito conjunto que le había regalado mamá por su cumpleaños número ocho, ahora mostraba numerosas manchas de barro, sus zapatos de suela, esos graciosos que suenan contra el piso, estaban cubiertos por lo que parecía estiércol.

Al ver que no podía seguir adelante retrocedió con un mohín, ¿dónde estaba papá? ¿Por qué de un momento al otro no volvió dentro del coche si solo iba a dar una "rápida meada"?

—¡¿Papá?!—exclamó mirando a todos lados—¡Estoy por aquí!

El niño retrocedió un poco más, su cabello marrón desordenado impidiéndole ver, y sus ojos azulados poco a poco nublados por el cansancio. En efecto, era hora pico.

El pequeño bufó molesto, nervioso porque no encontraba a su progenitor, entonces, cuando giró para intentar volver al coche, que era donde estuvieron él y su padre en un inicio, su diminuta figura chocó con una superficie dura, al menos lo suficiente para caer sobre su trasero y ensuciar sus manos de sucia tierra.

—¿Papá?

El niño levantó la mirada poco a poco, viendo como esos zapatos de suelas gastadas no eran los deportivos de papá, como esos pantalones de chándal grandes no eran los Jeans azules que él solía usar a menudo, y como esa fea camisa anticuada de cuadros no se parecía en nada a la de estilo años ochenta que su papá usaba aquella noche. Ese hombre no era su padre, papá no lucía unas arrugas en el rostro, o una mirada así de escrupulosa, los labios de su padre eran rosados, llenos y siempre húmedos de saliva... Los de este hombre estaban secos, finos y, lo que más desconcertó al niño, tenían una ligera sonrisa amistosa. Papá jamás sonreía así, él mostraba dientes y picardía, y aunque el niño no supiera el significado, podía igualmente percibir la diferencia.

Estaba nervioso, cauteloso, pero miedo era lo último que el niño sentía—Señor, ¿usted sabe dónde está mi papá?

El hombre lo observó detenidamente, observó sus ojitos llenos de esperanzas, su piel pálida como leche y sus labios rojizos de tanto morderlos; el mayor vio en el niño belleza, hermosura, una perfección lejana años luces en lo que apariencia física respecta (aunque obviamente esa no faltaba), la perfección del menor se debía a la desbordante inocencia que irradiaba, deslumbrante como un farol entre el oscuro océano.
Nunca antes, absolutamente nunca, había tenido el privilegio de presenciar una pureza parecida.

El mayor se arrodilló a la altura del niño que aún seguía en el barro por la caída—¿Qué edad tienes, pequeñín?

Sin dudar, él respondió con educación—Ocho años, señor. ¿Usted?

—¿Yo?—el niño asintió y el mayor rió por lo bajo—Oh, yo... Yo soy todo un anciano, pues tengo casi sesenta y nueve años, pequeñín—el castaño respondió con una enorme "o" en sus labios, en su infantil cabeza calculando más o menos cuanto era eso—¿Y cómo se llama este niño tan bonito?

El Señor Jeon | KookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora