Dos

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Emilio abultó su labio inferior al ver con quién estaba en la foto del portarretrato que lucía encima de su mesita de noche, soltó un bufido y enterró su rostro en una almohada mientas se ovillaba.  Apenas había pasado una hora desde que Joaquín salió del departamento, y él lo extrañaba tanto que sus ojitos empezaron a lagrimear. 

¿Tan rápido se acostumbró a su presencia? 

Supuso que sí, después de todo, el menor siempre lo recibía con un abrazo o con algún regaño por dejar algo fuera de su lugar. Y no, no es que le gustase ser malo con el de hebras castañas, sino que luego podía bajarle el enojo a base de cosquillas y besitos. 

Amaba escuchar a Joaquín cantar al lavar los platos con él, las sonrisas que este le daba cuando le llevaba la cena a su dormitorio, y la manera en que su manita se hundía en su cabello para relajarlo tras horas intensivas de estudio. 

El chico era todo un ángel, desde que lo conoció fue así, tan dulce y humilde que solo necesitó unos días para robarle el corazón. Sin embargo, no todo podía ser perfecto... Joaquín era el más pretendido de la preparatoria, y siempre había alguien detrás de él rogándole una oportunidad; Emilio estaba conforme con ello, lo que no iba a permitir era que acosasen a su pequeño hasta el punto de asustarlo. 

¿Y cómo solucionaba eso el poderosísimo y temerario Osorio?

¡Con mordiditas en el cuello!  Sí, era muy infantil. 

—¡Hyung, basta! 

—Pero... 

—¡No! 

—Lo siento, Bonito... —Emilio fijó sus ojos en los ajenos—. ¡Pero es que debes verle el lado positivo! Ya no tendrás un cúmulo de cartas amorosas en tu casillero. —Recibió un golpecito en el pecho acompañado de una breve risa. 

Lo que inició como un juego, terminó siendo una costumbre para el pelinegro. Estaba mal, lo sabía; mas no se le confesaría a Joaquín hasta que este le diese una mínima señal de sentir lo mismo por él. 

Chocó su lengua contra el interior de su mejilla, se acomodó en la mullida cama, tomó su cobija y, antes de viajar al mundo onírico, escuchó unos ruidos en la entrada. 

Sonrió instantáneamente, el sueño lo abandonó y, con energía renovada, salió corriendo hacia la otra habitación. 

Oficialmente estaba enamorado.

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