Vampire!

Cuatro

Nada cambió después de aquel día, y, hasta cierto punto, eso deprimió a Emilio. 

Joaquín se hundía tanto en su corazoncito que se animó a llevar su actitud cariñosa con él fuera de sus cuatro paredes para hacer aún más evidente el gran amor que le tenía. 

Lo amaba, lo amaba tanto que en aquel momento se sentía nervioso, y no entendía por qué si no era la primera vez que enredaban sus piernas en un abrazo nocturno. Joaquín acariciaba su cabello mientras él pasaba la yema de su dedo índice por su pecho. El deseo de confesársele crecía con cada segundo; sus ojos trataban de no fijarse demasiado en los otros, fallando en el intento, y sus manos cosquilleaban por subir hasta el angelical rostro y sentir la textura de aquellos bonitos labios rojos recién humectados... 

—¿Emi? 

—¿Eh? ¿Qué pasa? 

—Dímelo tú, te quedaste mirándome en silencio... Otra vez. 

Emilio bufó al verse descubierto y se estiró como pudo para tomar entre sus dientes la carne rosadita del cuello ajeno. 

—¡¿Y eso por qué?! ¡Malo, vampiro malo! 

—¿Vampiro? ¿Es en serio, mocoso? 

—Sí, estoy seguro de que eres uno... —Joaquin cambió su expresión molesta a una curiosa—. ¿Qué se siente ser inmortal? 

—No lo soy y no me gustaría serlo. 

—¿Por qué no, Emilio hyung? ¿No imaginas lo genial que sería tener vida eterna? 

—¿De qué me serviría tenerla si no podría disfrutarla contigo? Te has vuelto tan esencial para mí que se me olvidaría cómo sonreír si tú no estás. 

—Hyung... 

—Quiero amarte sin llegar a abrumarte, abrazarte sin que te sientas asfixiado, mantenerte a mi lado sin exigírtelo, que te diviertas conmigo y con tus amigos... Quiero eso y más cosas, pero no soy un idiota; sé que si me rechazas, tengo que aceptarlo, claro que lo haré... Sin embargo; eres muy confuso, yo n-no sé si te gusto tanto como tú a mí. No sé si debo detenerme ya o seguir. Dame una señal, solo eso, te prome... 

Y los virginales labios de Joaquín lo callaron al unirse, con una habilidad desconocida, a los suyos.