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Otro día más, otra ocasión en la cual ese omega despistado se encuentra dentro de esa casa; prominente y gélida. Moviéndose de esa forma patosa de aquí allá, organizando, analizando y pensando en el atuendo adecuado para el alfa narcisista.

Ese alfa que no es nada más y nada menos que su jefe. Qué desastre.

El gris, el blanco, el negro, son colores que se repiten una y otra vez en el espacio, en las telas, en los relojes de marca, en los zapatos, en la ropa intima y que por obvias razones, son más costosos que su propia vida.

Incluso, esa mínima y delgada tela que se encuentra atando en el cuello del alfa, esa corbata monótona que va con la imagen intelectual y moderna del hombre. Definitivamente, el secretario Kim es un maestro en el arte de vestir.

Un maestro que tardó tanto en aprender hacer ese simple y sencillo nudo. Un omega que tardó mucho en aceptar su lugar como un empleado que debe ocultar su olor, un omega que más que eso, parece un beta ante los ojos de los demás de no ser por esos calores que llegan durante sus celos, por esos exámenes anuales que la empresa presta como servicio médico a sus empleados para descartar alguna enfermedad o embarazo inesperado. Y sobre todo, de no ser por ese rostro delicado y aniñado, ese cuerpo delgado y esbelto; lo suficiente bonito para un omega varón.

Al menos, es un punto que tiene a su favor, uno mínimo pero que logra sacarlo de aprietos cuando otros desean denigrarlo por su sexo y escala en la jerarquía.

El secretario Kim, ese chico castaño de cabello rizado, delgado de piel acanelada es un bonito omega que no puede ni debe dejar salir su olor, ese bonito aroma a tarta de fresas que su madre adora. Es un omega resignado y dependiente de los perfumes e inhibidores de olor por orden del narcisista y egocéntrico jefe al cual acompaña de aquí allá, obedeciendo a diestra y siniestra cada orden. Porque si algo le habían dejado claro el día que lo contrataron era eso: debe ocultar su aroma, el vicepresidente no debe oler a omega, menos si está pretendiendo a alguien.

—Luce bien.

—Gracias. — su voz es suave, aterciopelada y delicada mientras ve a ese alfa con aroma a roble, tierra mojada y lluvia frente al espejo. Ese alfa prepotente que ayuda a vestir desde hace nueve años. Quién lo diría.

—¿No es muy brillante? — su voz ronca recorre la sala  principal mientras el omega se mantiene a su lado, retocando algunos detalles de ese hombre castaño. Ese tipo de la alta sociedad que no deja de observarse con el ceño fruncido.

Con ese gesto tan bonito que más de uno desea borrar.

— ¿La luz del sol?

—No secretario Kim... El aura que emana de mí. ¿No es muy brillante?

Por amor a la madre luna, ese hombre es un caso perdido.

—Si alfa Jung. Es demasiado brillante, es usted la causa de la ceguera a nivel mundial. — Y he allí una de las razones por las cuales ese patoso omega de casi treinta años trabaja con él. Una de las tantas razones por las cuales comparte tanto tiempo con el alfa sin volverse loco.

Su gran y sarcástico sentido del humor.

— Esta es la agenda para hoy, vicepresidente. — habla ignorando el gesto ridículo del hombre mientras entrega la tableta digital, ese aparato monstruoso dónde agenda absolutamente cada día desde hace nueve años. Ese aparato que le ayuda a saber perfectamente el lugar y la hora donde estará el alfa durante las veinticuatro horas del día, los siete días a la semana y los trecientos sesenta y cinco días al año. — Es el ejecutivo Kim. ¿Debería responderle?

—No, seguro dirá que el contrato en Vietnam no fue bien. No quiero escuchar ese tipo de historias y arruinar mi ánimo de la mañana.

—¿Es un pecado o qué? —De nuevo, la razón de seguir junto a ese hombre. Su vocabulario y carácter rebelde. ¿Hace cuánto no se ven omegas así? Tal vez esa era una de las tantas razones por las cuales el alfa Jung lo mantenía a su lado.

SECRETARIO KIM. [HOPEV] [OMEGAVERSE]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora