Capitulo 2

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Me quedé de una pieza al descubrir que Francisco era el hijo del jefe de mi marido. Quería morirme, pero traté de mantener la compostura.

— Este es Moisés, uno de mis mejores abogados, a partir de mañana quiero que trabajéis juntos. — Le dijo el jefe de mi marido a su hijo.

— Encantado. — Dijo Francisco tendiéndole la mano a Moisés y mirándome a mí.

Moisés le estrechó la mano y dijo:

— Encantado, esta es mi esposa, Elisa.

Francisco estrechó mi mano con total indiferencia, como si nada hubiera sucedido unos minutos antes entre nosotros.

— Mucho gusto, señora.

Luego él y Moisés se pusieron a hablar. Yo cada vez me sentía más incómoda y tenía más ganas de salir de allí, verlos, hablar juntos, me incomodaba, temía que Moisés notara algo, hasta que Moisés se dio cuenta de mi incomodidad y tras disculparse con Francisco y despedirse de su jefe, nos fuimos a casa.

Durante todo el trayecto en coche hasta casa, no hice más que pensar, tratar de analizar los porqués.

¿Por qué me sentía tan atraída por Francisco? ¿Por qué me había dejado llevar por la pasión y la locura? ¿Por qué había dejado que Francisco me hiciera el amor en aquella terraza? ¿Por qué por unos minutos me olvidé por completo de mi marido? Todas esas preguntas daban vueltas y más vueltas en mi cabeza, mientras a la vez, pensaba en que Moisés cada vez le dedicaba más tiempo a su trabajo y menos a mí, que cada vez me escuchaba menos cuando le contaba mis problemas y que cada vez me aburría más a su lado, por no contar, que sabía a ciencia cierta que se enrollaba con su secretaria cada vez que tenía ocasión (que era casi cada día, obviamente) sentía que cada vez Moisés y yo nos alejábamos más el uno del otro. Como si él quisiera irse por un camino y yo por otro.

Cuando entramos en el ascensor Moisés, me preguntó:

— ¿Te pasa algo, cariño?

— No, nada.

Le miré a los ojos y luego le abracé con todas mis fuerzas.

Me arrodillé ante él y empecé a desabrocharle el pantalón.

— ¡Oh, no cielo, estoy muy cansado, quiero irme a la cama! — me dijo bostezando, el ascensor se paró y la puerta se abrió.

Me levanté decepcionada, saqué la llave de mi bolso y abrí la puerta, entrando en casa, dejé la llave sobre el mueble y sin mirarle le dije:

— Está bien, me voy a dar una ducha.

— Bien, yo me voy a la cama. Buenas noches.

— Buenas noches.

Entré en el baño, me desnudé, encendí la ducha y dejé que el agua me recorriera mientras cerrando los ojos recordaba lo sucedido con Francisco aquella noche. Como me había hecho sentir de nuevo deseable y viva. Recordando aquel momento recorrí mi cuerpo con mis manos, me acaricié los senos, luego bajé hasta mi sexo, y metí mis dedos en mi entrepierna acariciándome el clítoris. Soñé que sentía los labios de Francisco en mis labios, besándome y que su verga se introducía de nuevo en mí. Masajeé mi clítoris y poco a poco logré llegar hasta el éxtasis, saliendo de mi sueño de pasión.

Al día siguiente, como de costumbre, Moisés y yo desayunamos juntos, en el mismo ambiente enrarecido de cada mañana, como si fuéramos un matrimonio que después de muchos años de casados ya no tuvieran nada que decirse.

Después de que se marchara me dediqué a hacer las labores de la casa pues no trabajaba, lo había dejado al casarme con Moisés, pues él me lo había pedido diciendo que él ganaba lo suficiente para mantenernos a los dos y que no hacía falta que yo trabajar, así tendría la casa bien atendida. Me había costado bastante dejar mi trabajo como profesora, ya que me apasionaba trabajar con niños, pero... acepté dejar de trabajar solo por Moisés y el amor que le tenía, hubiera hecho cualquier cosa por él, le amaba ciegamente, pero con el paso de los años, él... el amor ya no era lo mismo, todo había cambiado, él solo quería una mujer florero de la que fardar delante de sus amigos y compañeros de trabajo.

Iba a vestirme para ir al gimnasio cuando sonó mi teléfono móvil.

— ¿Diga?

— ¡Hola preciosa! — Era la voz de Francisco y al oírla todo mi cuerpo empezó a temblar. Sentí como mi corazón se aceleraba y...

— ¡Hola!

— ¿Cómo estás?

— Bien.

— Llamaba para saber si podemos quedar, vernos a la hora de comer por ejemplo. —Sugirió.

— No sé, no creo que sea buena idea. — Traté de excusarme.

— Si lo dices por tu marido, no te preocupes, tendrá el resto del día ocupado.

— Bueno, sí, pero no es solo por eso. Yo...

— ¿Te arrepientes de algo? — Me preguntó.

—- No, pero...— tenía tantas dudas, era la primera vez que engañaba a mi marido y aunque sabia casi a ciencia cierta que él lo hacía, no quería pagarle con la misma moneda, pero... — esta bien, quedemos para comer, así podremos hablar — pensé que lo mejor era poner todo en claro, decirle que lo que había sucedido no iba a suceder más.

— Vale. Pasaré a buscarte por tu casa, si te parece bien.— Propuso Francisco. – Y hazme un favor, no te pongas ropa interior debajo del vestido, como hiciste anoche.

— Bueno, yo... Está bien. — Acepté finalmente sintiendo como mi sexo se humedecía al imaginar lo que podría pasar.

— ¿A las dos?

— A las dos. — Reafirmé.

Me fui al gimnasio sintiendo aquel nerviosismo que solo él me hacía sentir rondando por mi estómago. Y en el gimnasio casi no pude concentrarme pensando en él. Recordé que habíamos follado sin protección la noche anterior y... miré en el calendario en que etapa de mi periodo estaba. Con Moisés habíamos acordado no tener hijos, él decía que no le gustaban, aunque yo me moría por tener, aunque fuera solo uno, pero él decía que no quería verme gorda y embarazada, que eso afearía mi figura y que su mujer debía estar siempre guapa y espléndida, además de que añadía que los hijos iban a quitarnos mucho tiempo y dinero y no estaba dispuesto a ello.

A la una llegué a casa, me duché, me peiné y me puse el vestido rojo que dejaba entrever el nacimiento de mis senos, sin ropa interior debajo... A las dos en punto sonó el timbre...

Francisco estaba allí, guapísimo. Llevaba un traje de color negro, camisa blanca sin corbata y con un par de botones abiertos. Llevaba un ramo de rosas rojas que me ofreció:

— Para la mujer más guapa.

Sonreí cogiendo el ramo.

— Gracias.

Fran entró, cerró la puerta tras de mí y luego entramos los dos hasta el salón. Yo me dirigí a la cocina, cogí un jarrón, puse agua y después las rosas. Después las dejé sobre la encimera, mi giré hacía él que se había quedado en la puerta.

— ¿Qué le diré a Moisés? — le pregunté señalando las rosas.

— Que te las ha regalado un admirador secreto.

— No se lo va a tragar — señalé.

Entonces se acercó a mi despacio, hasta que estuvo a solo unos pocos centímetros. Puso su mano en mi cadera, mientras nuestros ojos se miraban incesantemente. Sentí su mano subiendo la falda del vestido.

— Necesito comprobar algo — musitó.

Y entonces me dio un suave beso en los labios. Yo sentí como mi corazón se aceleraba, como mi sexo se estremecía y después sus dedos rozaron mi piel, los metió entre mis piernas y acarició suavemente mi clítoris. Pegué un respingo y mi respiración se aceleró durante unos segundos.

— Buena chica — dijo, justo en el momento en que puse mis manos sobre él y le empujé para apartarlo de mí diciéndole:

— Esto no ha sido buena idea. No voy a ir a comer contigo.

— ¿Qué? — preguntó confundido.

— Vete, por favor, vete, déjame.

Se apartó de mí, dio media vuelta y salió de mi casa. Y cuando oí la puerta cerrarse, deseé correr hacía él y decirle que no quería que se fuera, que volviera, y que quería hacer el amor con él hasta que me doliera todo el cuerpo. 

BUSCANDO LA PASIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora