CAPITULO 3

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 Cuando desperté a la mañana siguiente Moisés ya se había ido. Me levanté y me vestí, desayuné y salí hacia el trabajo. Desde nuestro pequeño encuentro al mediodía en mi casa, no había podido dejar de pensar en Fran.

Ya en el trabajo no pude concentrarme en todo el rato, pues no dejaba de pensar en Francisco y en sus manos acariciando mi cuerpo, haciéndome estremecer. Deseaba volver a sentir esa sensación pero... De repente, inmersa en esos pensamientos el teléfono me despertó, era un número desconocido, pero aún así, lo cogí:

— ¡Hola preciosa! — mi corazón empezó a latir a cien por hora, era Francisco.

— Pero ¿qué haces? ¿Por qué me llamas?

— Tú me diste el número, y... Yo... Necesito verte, hablar contigo, no dejo de pensar en tí.

— No, lo que pasó fue una locura y no debería volver a suceder.

— ¿De verdad? Dime que no sentiste nada y te dejaré en paz si es lo que quieres.

Me quedé callada, no podía decirle que no había sentido nada, no podía decirle que sus manos no me habían hecho estremecer y desear más.

— ¿Qué sentiste? — me preguntó al ver que no le respondía.

— Yo..., no sé.

— ¿Me deseaste?

— Sí, sí, deseé más y no he dejado de pensar en ti desde entonces — le confesé por fin.

— Entonces, déjame verte otra vez, prometo que no te tocaré — dijo — hablemos, dejemos que el tiempo decida, déjate llevar, ¿cuánto hace que no te dejas llevar por lo que sientes?

Sus palabras parecían sinceras.

— Está bien — acepté por fin, pues era cierto, hacía mucho que no me dejaba llevar por lo que sentía. Por una vez no iba a pasar nada, ¿no?, se dijo a sí misma.

— ¿Qué te parece si paso cuando termines de trabajar y tomamos algo? Sólo será una copa, hablaremos un poco y luego serás tú quien decida si quieres volver a verme o no. ¿Vale?

— Vale — acepté.

— ¿A qué hora sales?

— A las seis — le respondí.

Tras colgar a los cinco minutos ya me estaba arrepintiendo de haberle dicho que sí. Pero él tenía razón, debía dejarme llevar. Y todo lo sucedido hasta ese momento había pasado porque yo lo había querido. Pasé el resto del día muy nerviosa, tanto que Susana, mi mejor amiga y compañera, no tardó en darse cuenta y a la hora de la comida me preguntó:

— ¿Se puede saber qué te pasa hoy? Estás muy nerviosa y distraída.

— Es que... la otra noche conocí a un chico, en la fiesta del trabajo de Moisés.

— ¿Sí? y...

— Fue mientras esperaba que Moisés llegara, nos besamos y tuvimos... bueno, me pidió el teléfono y hoy me ha llamado. Nos veremos luego, a la hora de la salida. No se si debería ir.

— Claro que debes ir. Total, sólo os disteis un beso ¿no? Y además, ¿no te está poniendo los cuernos el cabrón de Moisés? — me preguntó mi amiga.

A ella se lo contaba todo y sabía que últimamente Moises siempre llegaba tarde a casa y que yo tenía mis sospechas.

— Bueno, no lo sé seguro, pero es lo que sospecho, tú lo sabes.

— Te los pone, ya te lo digo yo, con su secretaria, sino porque se queda siempre en la oficina hasta las tantas. Así que tú irás a esa cita con ese guapo chico.

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