CAPITULO 4

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 Y me besó suavemente, mientras me abrazaba acercándome más a él. Llevó sus manos hasta mi espalda y susurrando en mi oído dijo:

Te deseo tanto, desde que te he llamado esta mañana que he estado soñando con esto.

Bajó la cremallera de mi vestido, (llevaba un vestido recto de color rojo que me encantaba) me lo quitó despacio, haciéndome poner en pie. Lo bajó, dejando al descubierto mi sujetador y luego, con la misma lentitud, lo deslizó por mis piernas hasta el suelo, dejando a la vista mis braguitas blancas.

Eres perfecta - me dijo, poniéndose de pie junto a mí. Volvió a besarme, pero esta vez, fue un beso duro, urgente y me tomó en brazos, diciéndome - te mereces que lo hagamos como Dios manda.

Crucé mis piernas por detrás de su espalda, asiéndome a sus caderas con ellas, y abrazándolo por el cuello, mientras él caminaba hacía la habitación. All llegar me tiró sobre la cama, echándose él sobre mí también y empezamos a besarnos y acariciarnos como si no hubiera otra cosa en el mundo que nuestros cuerpos y nuestro deseo. Se quitó la corbata y entonces empecé a desabrocharle la camisa, pero él cogió mis manos, las puso juntas por encima de mi cabeza y las ató con la corbata.

¿Qué haces? - pregunté.

Atarte, espero que no te importe, es como me gusta hacerlo a mí. Quiero tenerte a mi merced, a mi entera disposición.

Gemí levemente ante la perspectiva de estar a su merced como él proponía. Me besó otra vez, luego descendió por mi cuello beso a beso, hasta coronar mis pezones, tras apartar el sujetador, haciendo que me estremeciera. Luego bajó por mi estomago, hasta el nacimiento de mi pubis, me quitó las braguitas suavemente y sentí su aliento tan cerca de mi clítoris, que no pude evitar estremecerme de nuevo.

Oh, por favor, Fran - le dije, deseando que se adentrara entre mis piernas.

Pero en lugar de eso, me miró travieso y siguió descendiendo, besando mis piernas. Llegó a mi empeine, y volvió a subir beso a beso por mi pierna. Yo estaba ardiendo de deseo, quería más, quería mucho más. Llevaba mucho tiempo sin sentirme como me sentía, sin tener tantas ganas de ser poseída por un hombre. Pero parecía que él quisiera que lo deseara aún más. Y entonces, me dió la vuelta, poniéndome boca abajo, tomándome por las caderas, elevó mi culo y me dijo:

Así es como me gusta follar a mis amantes - y plantó un beso en mi nalga, luego me dió una cachetada.

¡Ay! - me quejé, aunque en realidad casi no me había dolido.

Verás, antes de que sigamos, te diré que me gusta calentarlas hasta que están tan calientes que sólo desean que las folle, ¿y sabes como las caliento?

No - respondí moviendo mi cabeza a la vez en sentido negativo.

Así - y sentí como su mano caía sobre mi culo una y otra vez, propinándome diversas cachetadas que en lugar de dolerme o cabrearme por lo que hacía, me estaban poniendo a mil, realmente me estaban calentando, haciendo que le deseara.

Dime ¿te gusta esto?

Sí - casi gemí.

Di, sí Señor. ¿Te calienta?

Sí, Señor - repetí sintiendo como mi cuerpo se convulsionaba deseoso de algo más.

Dime, ¿quieres mi polla, la deseas?

Sí, Señor.

Bien, tienes el culo rojo, de un rojo encantador - dijo entonces, acariciando mis nalgas que me quemaban.

Y entonces sentí sus dedos adentrándose en los pliegues húmedos de mi sexo, acariciándolos, y haciendo que de nuevo me convulsionara.

Creo que ya estás lista - dijo, situándose tras de mí.

Dime ¿te ha follado así tu marido alguna vez?

No, Señor - le respondí.

Claro, apuesto que del misionero y de tu encima de él no pasáis.

No quise responder a eso, me hacía sentir incomoda que en un momento tan erótico como aquel, en el que me estaba sintiendo como una Diosa del sexo, él se pusiera a hablar de mi marido.

Beso mi hombro suavemente, y oí como se bajaba la cremallera del pantalón, pues seguía vestido. Sentí entonces su glande, restregándose en mi humedad. Gemí, tragué saliva, íbamos a hacerlo, iba a poseerme.

No, espera - protesté - el condón.

Ya me lo he puesto - dijo, había sido tan rápido que ni me había dado cuenta, pero cuando deslizó su sexo dentro de mí efectivamente, sentí que estaba protegido.

¡Ah, sí! - Cerré los ojos y me dejé llevar por aquel momento de intimidad.

Sentí sus brazos alrededor de mi cintura, su aliento en mi oído, su cuerpo descansando sobre mi espalda y cuando menos lo esperaba, un embiste. Gemí al sentir como entraba y salía de mí. Luego se incorporó y sujetándome por las caderas empezó a moverse. Sentí como me poseía, como me hacía suya y me sentí libre, liberada, amada y deseada. Y no tardamos en llegar ambos al orgasmo casi al unísono. Fue una sensación liberadora. Luego nos derrumbamos sobre la cama, y Fran me desató las manos. Me abrazó contra él y me quedé dormida. 

BUSCANDO LA PASIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora