SERÁ TARDE (Editando)

CAPÍTULO 8 (Editado)

Adeline

Metí mi ropa en un bolso de deporte viejo, que nunca se usaba porque no hacía deporte. Guardé todo lo necesario: ropa de diario, ropa interior, artículos de aseo personal. En una mochila puse todo aquello esencial para mi estabilidad mental, incluyendo la tarjeta que me habían dejado en mi cama. "Falta poco para que las estrellas caigan". No tenía ni la menor idea de qué significaba. Las estrellas, según nuestras creencias, eran los eternos soldados de la luna. Un día se alzarían para pelear por ella la batalla final. Esa batalla determinaría el fin del mundo tal como lo conocíamos. Pero faltaba, todavía había muchas leyendas por cumplirse. No se me ocurría la relación entre aquella historia y mi madre.

Todo indicaba que la habían atacado por ser un blanco fácil, desprotegido. La lógica indicaba que los lobos de Luna sangrienta habían invadido nuestro perímetro, matado al centinela y se dirigían hacía el núcleo de la manada cuando vieron una vivienda indefensa. Atacaron, ordenadamente, se llevaron a mi madre y dejaron esa tarjeta a modo de ¿despedida? ¿advertencia? ¿presagio? Pero algo no cuadraba.

Helena podía hacer lo que la gran mayoría de los lobos no, canalizar. Al haber detectado la amenaza seguramente había escondido su olor, dando la sensación de que la casa estaba vacía. Pero no, había corrido el riesgo de asomarse por una ventana, buscar el botón de alarma y activarlo. Luego había luchado por su vida. Estaba segura, por los diferentes tipos de sangre, que incluso había logrado matar a uno de ellos, quizá a dos. Los cuchillos de la cocina estaban guardados, cuando siempre estaban a la vista. Como si no quisiera darles más armas que usar contra ella. Pero, tal vez lo más importante, el cuadro sobre la escalera, con la foto que nos mostraba a la dos sonriendo durante mi octavo cumpleaños (tras una fiesta de cumpleaños a la que ningún invitado había asistido), estaba volteado, con la foto de cara a la pared. De las fotografías de mi infancia que usualmente estaban en la repisa sobre el hogar, no quedaban ni rastros. Podría jurar que Helena las había escondido.

Eso solo confirmaba mis sospechas de que no había sido un ataque producto del oportunismo. A mi madre no la habían asesinado, como lo hubieran hecho con cualquier otro lobo. Se la llevaron de rehén y, pese a que la teoría de los chicos del rescate tenía sentido, Luna sangrienta no era una manada necesitada de recursos. No cuando entablaban relaciones con las criaturas de la noche. La vinieron a buscar. Ella era el objetivo. No tenía pruebas para defender esta teoría, no sin delatar su habilitad para canalizar. Pero estaba 100% segura de que nada había sido accidental.

Bajé las escaleras sin saber si algún día volvería a ver a mi madre. Luna sangrienta era de las manadas más sanguinarias y despiadadas del continente y, por muy poderosa que fuera Helena, no duraría demasiado. El corazón se me comprimió debido a la tristeza, aunque me negué a seguir llorando. Si quería salvar a mi madre tenía que cambiar. Y eso implicaba endurecerme y dejar de permitir que mis emociones me desborden.

Mi prioridad iba a ser Helena. La amaba y era la única familia que tenía. Éramos ella y yo contra el mundo, e iría contra todo lo que conocía por ella. No sería fácil. Pero si algo tenía era inteligencia. Para cumplir el plan que comenzaba a formarse en mi mente debía entrenar, como mínimo, para dejar de ser una presa fácil. Estaba obligada a volverme alguien capaz de matar, sobre todo si pretendía meterme en territorio enemigo. Pero, por sobre todas las cosas, iba a tener que apurar el temita ese de canalizar. Necesitaba cualquier poder que la luna pudiera darme.

Caspio, Alec y Fenrir me esperaban en la sala. Habían reacomodado los muebles que no estaban destrozados, pero la sangre seguía allí. Me detuve al ver aquella escena. Debió de ser terrible. No dejé que mi vacilación se notara y me dirigí, muy respetuosamente, por supuesto, a mi alfa.