Prólogo (Editado)

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HELENA 

Dicen que los dioses castigaron a la luna. Celosos por la fidelidad de los lobos y de las estrellas, la condenaron. Durante siete noches, cada cien años, ella desaparecería. Moriría para luego renacer y volver a gobernar los cielos nocturnos. Durante ese tiempo, aquellos que la amaban, estarían débiles. Vulnerables. Las bestias saldrían de sus escondites listos para cobrar venganza y arrebatarle la luz al mundo. También irían en busca de mentirosos y desobedientes, para hacerlos pagar.

Eso me decían de niña, que vendrían a buscarme en la Semana Negra si no comía mis verduras. Siempre pensé que era solo un cuento. Pero jamás imaginé que uno de los monstruos sedientos de sangre que tanto me atemorizaban creería esa historia.

Había una vez...siete noches sin luna. Pasé seis de ellas protegida entre los míos, mi manada. Tenía a mi pareja a mi lado y a la razón de mi existir, nuestra hija. Pero durante la séptima noche el diablo llegó a nuestra puerta.

Incluso ahora, cuando estoy a punto de morir, no puedo recordar bien. Sé que él murió. Lo mataron mientras intentaba conseguirnos tiempo a Adeline y a mí para que corriéramos hacía el bosque. Pese a que esa noche está envuelta en sombras, su último adiós es tan claro como el amanecer. Dejarlo atrás me costó una parte de mi alma. Y nunca pude perdonármelo. Pero haberme quedado no solo habría dejado huérfana a mi hija, sino que tal vez hubiera sido la causa de su muerte.

Uno no puede cambiar el pasado. Ni siquiera los dioses pueden.

Logramos escapar, esa bebé recién nacida y yo. Corrí, cargándola entre mis brazos. No sé de dónde saqué las fuerzas ni la velocidad para mantenerme delante de la patrulla de lobos que él mandó detrás de mí. De Adeline, en realidad. Todo se trataba de ella. Era la hija de un rey, el futuro de los cambiaformas. Era la princesa que terminaba matando al dragón. Su nacimiento había estado envuelto en una profecía milenaria, más antigua incluso que el castigo de la luna. El mañana traería guerra y destrucción, y solo ella podría brindarle paz a nuestra especie.

Corrí hacía el origen de todo, el lugar en donde había nacido. No había esperanzas para el hombre que amaba, mi corazón se había detenido al mismo tiempo que el suyo. Solo que el mío volvió a latir. En parte porque tenía una pequeña persona que dependía de mí, y porque la luna había tenido la brillante idea de unir mi alma a tres lobos: el rey, el monstruo y el protector.

Nunca olvidaré el dolor de mi espalda abierta de un zarpazo. Ni la desesperación en mi pecho al sentir el aliento de mis perseguidores en la nuca. Pero también puedo volver a sentir, años después, el alivio de regresar a mi manada natal. Eclipse rojo me recibió entre gruñidos y guardias enseñando los dientes. No pude culparlos, me habían desterrado y, pese a que el alfa era una de mis almas gemelas, yo era una extranjera. La Luna de otra manada.

Pero nos permitieron quedarnos. Porque el verdadero amor vence al tiempo. Y pese a que nuestra historia no había podido escribirse, tuvimos el cierre que merecíamos. Nunca lo perdonaré. Pero voy a estarle agradecida toda mi vida. Si hubiera sabido que mi llegada a Eclipse rojo iba a costarles tanto, lo volvería a hacer. La vida de mi hija valía las muertes. El futuro de nuestra especie lo valía.

Quizá, si hubiera contado mi historia antes, esto no hubiese sucedido. Él nunca nos habría encontrado y hubiéramos podido engañar al destino. Solo los dioses saben cuánto peso he puesto en los hombros de mi hija.

Dioses, me cuesta hasta pensar...

Mi juico final ha llegado. La muerte vino a buscarme.

Pero eso no significa que la historia termine. De hecho, para mi muerte, todavía falta...




SERÁ TARDE (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora