Consuelo

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Seguía ahí, nerviosa ante las curiosas e interrogantes miradas de los siete pecados capitales. Miraba a todos lados ignorando el sudor frío de su mejilla, apenas y podía mantener su falsa sonrisa mientras balbuceaba, ¿Qué debería decir?

—Y bien, ¿nos dirás que te pasó?— volvió a cuestionar el de ojos verdes quien aún se encontraba sujetando su mano.

Con un gesto nervioso, simplemente se apartó del escurridizo rubio, ocultando su extremidad de todos los demás mientras empezaba a vacilar.

—Yo...bueno. En realidad, es para mí practica de curación— su mano libre emitió un pequeño destello posándola sobre la marca —Me lastimé a propósito para practicar ya que todavía se me hace difícil— el zorro de la codicia se vio fascinado al igual que los otros, mientras el oji verde solo entrecerró los ojos en un mohín sospechoso.

—¡Vaya!, es valiente al lastimarse para experimentar. Mis respetos majestad, lamento dudar de su voluntad— felicitó con ingenuidad el peliblanco.

—En ese caso, mejor hubiésemos asesinado a Hawk— sugirió burlonamente el capitán provocando que el pobre cerdito saliera del establecimiento despavorido.

—¡¡No!!, ¡me niego a ser un conejillo de indias! Pugo, pugo...— chilló a trote rápido, este salió del establecimiento como alma lleva el diablo, para perderse en el pueblo más cercano.

—¡Oh no!, Hawk volvió a huir— exclamó la gigante.

—¡¡No, maestro, vuelva!!— sin dudar, Ban fue detrás de este. Ya tenía suficientes sustos respecto al cerdo escurridizo, odiaría que algo le pasara por sus travesuras.

—Bien, vamos King, vamos por él— sin dejarlo reaccionar, la de coletas tomó la mano del hada para salir corriendo detrás de este último pecado, en busca del porcino.

—Voy con ustedes— enuncio el títere —Necesito comprar algo nuevo que leer— el rubio afirmó manteniendo sus manos en sus costados.

—Ustedes vayan, Elizabeth y yo nos quedaremos a limpiar. ¿No es así, Elizabeth?— la albina asintió nerviosamente.

—S-Si...—

 [...]

La princesa agradecía que el pequeño rubio no estuviese haciendo de las suyas para avergonzarla, aunque si lo pensaba bien, parecía que solo lo hacía con personas a su alrededor. Era muy desvergonzado para sus pequeñas travesías, pero cuando se trata de animarla, hacerle un cumplido o simplemente cuando pedía que se quedara a su lado, él aprovechaba esos momentos a solas, le susurraba al oído cariñosamente, le tomaba la mano con calidez con una sonrisa sin más de una intención que hacerla suspirar. 

Era tan extraño como conmovedor, era como si solo ella estuviera consiente de esa debilidad suya, ese amor infantil que brindaba, a pesar de ser opacada por un repentino "chequeo de ropa". Ni ella entendía cómo es que dejaba que manos ajenas se posaran en ella, sabía lo morboso que era y estaba fuera de su educación. Si fuese otro hombre ya estaría gritando y corriendo por su vida, pero del rubio no podía escapar, o quizás estaba tan confusa por su extraña familiaridad con el capitán que esos toques en su cuerpo le recordaban a una extraña vida pasada.

Dejó de pensar al momento de tirar la bolsa de basura en el bote. Terminó cansada sobre un banco, pero lo había logrado, la taberna estaba limpia y lista para recibir otro montón de borrachos de media noche.

—Uff, estoy exhausta— suspiró adormilada, apoyando su cabeza y brazos sobre la superficie de la mesa —No creo que a Señor Meliodas le moleste si tomo una siesta— bostezó sintiendo como cerraba los ojos lentamente dispuesta a descansar, después de todo, aquel sueño agitado consumió sus energías físicas; sin embargo, el llamado de la campanilla la alertó.

Una Princesa No Tan Inocente || MelizabethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora