PRÓLOGO

129 29 17
                                    


— ¿Puedo ayudarle en algo?

Lo miro, es alto y musculoso. Viste unos vaqueros, que dejan muy bien marcado su exuberante bulto. Cuando logro apartar mi vista de esa parte de su anatomía, descubro unos muy bien formados pectorales, un poco más arriba, unos carnosos labios, junto a unos ojos negros de ensueño, debajo de unas espesas y largas pestañas. Deberían ser las mías así, pienso. Su voz me saca de mis pensamientos.

— ¿Puedo ayudarle en algo?

Y me tiende su musculosa mano, para ayudarme a poner de pie, después de mi aparatosa caída, por culpa del tacón de mi zapato. La agarro y me pongo de pie, pero me falta el equilibrio, estoy a punto de volver ir a parar al piso, cuando sus fuertes brazos me agarran por mi cintura, pegándome a su cuerpo. Y, ¡es cuando todos los nervios que existen en mi cuerpo, saltan como un resorte, como si me hubiesen electrocutado!

Salgo de su agarre, obligándome a sonreír.

— Muchas gracias.

Digo alejándome, sin dejar de observarlo. ¡Oh cielos! ¿Habrá salido de mi imaginación? ¡Es exacto, al príncipe de mis sueños! ¡Ese, que creamos en nuestra imaginación todas las chicas!

¡No lo puedo creer!

Doce años menorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora