A las seis de la mañana, me despierta el ruido de una rica salsa cubana, que tengo programada en mi equipo de música. Necesito despertar bien arriba.
Salgo corriendo de la cama, voy al cuarto de mis hijas, las levanto. Siempre es lo mismo con ellas. Nunca quieren salir de la cama, y luego en la noche, no quieren regresar a ella.
Me meto en el baño, para realizar un baño. Salgo con mi pelo mojado, rumbo a la cocina, mientras sigo apremiando a Emily y Melina. Mis hijas. Ya el próximo año, se van para la universidad. Son mellizas, por lo que hacen todo juntas. Se llevan muy bien.
Meto la leche en el microondas, preparo unas tortillas con jamón. Un poco de ensalada para mis hijas, que están haciendo dietas para que les sirva el vestido, de la fiesta de graduación. Junto a unas tostadas.
Me seco rápido el cabello, lo levanto en una cola de caballo. Me gusta llevarlo así en mi trabajo. Me hace ver más profesional. Cuando todo está listo, me siento junto a mis hijas a disfrutar del desayuno.
— Mamá, hoy no llegaremos temprano. Vamos a ir a ver una película en el cine, con las chicas de la clase.
— Está bien, pero cuídense. Después, vienen derecho para la casa.
— Mamá, no olvides que mañana tienes que ir con nosotras, a lo de los vestidos. ¡Deja tú día libre mamá! ¡No nos hagas lo de siempre!
— ¡Está bien, ya le dije a Joe, que no me pusiera nada para mañana!
— Besos, mamá, ya llegaron los chicos a recogernos. Y luego de besarme, se van corriendo.
Yo meto todo en la lavadora de platos, la echo andar. Me voy para la habitación, me maquillo, no muy llamativamente, solo un poco de rímel, rubor y me pinto los labios. Busqué unos pendientes largos, unos pulsos dorados, entro mis pies, en unos tacones bien altos, me enfundo en mi entallado vestido.
Todo se había hecho tan rutinario en mi vida. Las mismas cosas, a las mismas horas, cada día. Tomo mi bolso, y salgo de la casa.
— Buenos días, señor Claudio. ¿Cómo sigue su esposa? —. Es el portero de mi casa.
— No muy bien señora Ema, ya sabe, es la edad.
— Ya verá que mejorará.
— Ojalá
Dice, mientras abre la puerta de salida. Me monto en mi auto negro. Un BMW último modelo eléctrico. Lo compré, porque soy una apasionada de la naturaleza, quiero contribuir, como pueda a preservarla.
Todos los días, me lleva aproximadamente veinte minutos, llegar a la empresa por el tránsito que, a esta hora de la mañana, es casi imposible. Estoy pensando seriamente mover mi empresa, hacia un lugar menos céntrico. Por suerte, el edificio tiene parqueo. Siempre entablo una pequeña charla, con la recepcionista Susana, una chica muy agradable.
— Buenos días, Susi, ¿cómo estás?
— Buenos días Ema. ¿Atareado el día de hoy?
— Como todos los días—. Le respondo en mi camino, al elevador, que se abre y subo hasta mi oficina en el último piso.
— Buenos días, Joe—. Saludo a mi asistente Joel, que ya está instalado en su buró. Se levanta para abrirme la puerta de mi oficina.
— ¿Cómo estuvo tu viaje? ¿Espero, que divertido como siempre? —. Me dice insinuantemente. Y es que él está informado, de todo lo que hago. Le tengo mucha confianza, es como un hermano para mí.
— ¡Ni te lo imaginas! —. Le contesto
Él se dedica abrir las persianas de la oficina, mientras me quito la chaqueta, que le doy para que la cuelgue, luego se sienta frente a mí, con su Tablet en la mano listo, para revisar todo lo que tengo programado para ese día.
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Doce años menor
Non-FictionY, ¡es cuando todos los nervios que existen en mi cuerpo, saltan como un resorte, como si me hubiesen electrocutado! Salgo de su agarre, obligándome a sonreír. _ Muchas gracias. Digo alejándome, sin dejar de observarlo. ¡Oh cielos! ¿Habrá salido...