baking (growing) up

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Cocinar no podía ser precisamente el pasatiempo favorito de Scrooge. No es que el pato fuera malo en ello; pero con la agenda apretada que se esperaba de un pato de negocios y aventurero como él, era extraño verlo en la cocina a menos que se encontrara suministrando previo a una aventura.

Aun así, el pato de negocios podía detectar cuando había alguien en su cocina. El aroma que emanaba era escaso, pero el sonido de los utensilios siendo utilizados no. Tampoco era discreta la voz que cantaba orgullosamente mientras sus ingredientes estaban siendo utilizados.

Extrañamente, en esta ocasión no se escuchaba a un preadolescente cantando a los cuatro vientos, y en su lugar se escuchaba la música clásica que tanto acostumbraba a escuchar Duckworth cuando sólo era él en la cocina. Irónicamente, su empleado buscaba acostumbrar al muchacho a ese tipo de música en vano; pero ahora que el mayordomo se tomaba un merecido día libre, era cuando el chico se encontraba escuchando dicho género.

Pero el hecho de que su sobrino se encontrara a solas en la cocina ya desconcertaba al escocés, y antes de darse cuenta se encontraba cruzando el umbral, observando a dicho preadolescente con harina en su rostro y las áreas desplumadas de sus alas.

Cierto, Donald ya se enfrentaba a la muda que le daría plumas de adulto para su disgusto, y el disgusto del patito equivalía a la preparación de algún postre, notando el libro de recetas de la abuela junto al bol.

Como era de esperarse, el muchacho lo miró con ojos amplios cuando se notó descubierto por su tío, dejando de mezclar y apagando el radio rápidamente en un instinto nervioso.

—Tío Scrooge, yo... —mirando la masa café en el pequeño bol, el joven pato se dio cuenta del desastre que era su plumaje y ropa, haciendo una mueca – que Scrooge intentó vanamente ignorar – cuando intentó limpiarse el cuerpo y arrastró pequeñas plumas amarillas consigo—, ¡lamento el desorden! Prometo que limpiaré después.

Su voz temblaba y no era por nerviosismo, Scrooge sabía que el diablillo solía ser problemático y mostrarse orgulloso cuando creía hacer lo correcto, pero reconocía los sollozos que quería ocultar, o el degradé rojizo de sus ojos y pico que delataban que había llorado. Reconocía que crecer podía ser un aspecto aterrador para muchas personas y había percibido que su sobrino no sería la excepción incluso antes que la primera capa de plumas cayera.

Pero ésta era una reacción que no esperaba ver: era como si su sobrino directamente temiera crecer. No podía enojarse con él si hornear era lo que levantaba su estado anímico.

—¿Qué estás preparando, Donnie? —vociferó, su bastón golpeando el suelo baldosado siendo el único sonido en la ahora silenciosa cocina, sonriendo amorosamente ante la expresión anonadada del susodicho mientras se detenía junto a él.

Hubo unos cuántos parpadeos hasta que Donald se recompuso, aclarando su garganta torpemente.

—Oh, er... —titubeó, e intentó evitar la nostalgia porque cuándo había sido la última vez en que vio al ya no tan joven patito nervioso— pensaba en hacer un mousse de chocolate. Sé cuánto le gusta a Duckworth, y pensaba en sorprenderlo cuando regresara de su día libre.

Sus manos juguetearon con el borde de su camisa azul, no viendo la sonrisa conocedora en el rostro de su tío ante el gesto. En realidad, estaba agradecido de que no cuestionara sus propósitos, manteniéndose callado cuando tomó el cucharón con el cual realizaba la mezcla, optando por concentrarse en las instrucciones en el recetario de la abuela Duck.

Mira de reojo el punto calvo en su muñeca, frunciendo el ceño con tristeza y enojo entremezclándose en sus facciones. No sólo porque pronto dejaría de ser el patito de tío Scrooge, sino porque había sido testigo de los efectos que la pubertad tenía en sus compañeros de clase, desde los cambios físicos hasta en los temas de conversación, enfocándose principalmente en los comentarios hacia tanto chicos como chicas por igual y aquellos chistes indecorosos que lo volvían una masa nerviosa y roja.

Donald no se sentía preparado para lo que vendría para él, y eso lo aterraba.

—Le falta una pizca de azúcar —alza la mirada, saliendo de su trance y observando a su tío analizar los ingredientes que tiene a su disposición—, ¿qué te parece si te ayudo?

El preadolescente parpadeó mansamente, pensando por unos instantes haber escuchado mal. Lo pensó dos veces al ver el ápice de una sonrisa en el rostro del pato escocés.

—¿Qué hay de tu papeleo? Dijiste que era muy importante, y no quería molestarte... fue por eso que pensé en venir aquí —confesó, un color rosa en sus mejillas como si hubiese sido atrapado cometiendo una travesura.

Río abrazando por al hombro a su sobrino, luchando contra su fuerza de voluntad para no despeinarlo porque equivaldría a plumas flotando en el aire, plumas que le recordarían a Donald el motivo del estrés que lo llevo a hornear a espaldas de él.

—El lado positivo de ser tu propio jefe, muchacho, es que puedes hacer el trabajo cuando quieras —sonrió con complicidad, guiñándole el ojo y sintiéndose satisfecho cuando el pato más joven resopló, riendo entre dientes mientras le acercaba el bol a su tío para agregar el azúcar que faltaba.

—Tío Scrooge, no tienes idea del mal consejo que me acabas de dar. A partir de ahora, todos mis errores serán culpa tuya —se mofa, como si no tuviera ninguna preocupación y aunque Scrooge sabe que no desvanecerá las preocupaciones de Donald por crecer, pero era un comienzo y Scrooge estaba más que dispuesto a colaborar.

Team Uncle Week 2020 ┋ DuckverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora