Capítulo II

1K 267 287
                                    

Chile, equinoccio de otoño, 2019.

Ethan abrió los ojos con brusquedad, al tiempo que ahogaba un grito. Sentía la garganta apretada, como si tuviera ganas de lanzar un terrible alarido sin poder hacerlo. El corazón le latía con fuerza, podía sentir cómo golpeaba su pecho.

Cuando fue del todo consciente de dónde estaba, sintió un horroroso malestar general que le hizo olvidar esa angustiante sensación de pérdida...

Aunque no sabía qué había perdido exactamente.

Se sentó a la orilla de la cama, se restregó la cara y desordenó su cabello corto. Todavía estaba mareado. Si antes las resacas eran un dolor de cabeza pasable, ahora eran un verdadero apocalipsis corporal. De súbito, la bilis subió por su garganta y sintió el irrefrenable impulso de vomitar. Levantarse de la cama y correr al baño sin tropezar para vaciar su estómago, supuso un esfuerzo titánico que jamás imaginó.

―Prometo solemnemente que esta es la última vez que tomo ―dijo con su voz grave y ronca al terminar de expulsar lo que quedaba en su estómago. El diafragma quedó resentido por el esfuerzo y protestaba de dolor.

Se duchó con agua fría para sentirse vivo y se lavó los dientes, pensando que el mal sabor de boca no se iba a ir en todo el día. Al salir, se miró frente al espejo por largos segundos. Se centró en el color de sus ojos marrones que comenzaban a hundirse en su cara, en las ojeras, en sus profundas patas de gallo, en las incipientes canas que comenzaban a vetear sus cabellos negros. Meditó si afeitarse o no la frondosa barba que ya tenía dos meses.

Como todos los días, desechó esa idea. Se iba a ver mucho más enfermo de lo que ya se sentía en ese momento. Pero no se arrepentía de haber salido de parranda, sus amigos insistieron en celebrar su cumpleaños. Cumplir una nueva década no sucedía todos los años y había que hacerlo como Dios manda.

Las despedidas tampoco eran algo de todos los días, consideró que era propicia la ocasión para dar a conocer su decisión y, sin mayores ceremonias, les anunció que al día siguiente se iba de la capital, solo por el placer de lanzarse a la aventura. Todos quedaron estupefactos al principio, pero pronto se recuperaron de la impresión y lo colmaron de buenos deseos. A diferencia de sus amigos, nada ni nadie lo ataba a Santiago. Podría decirse que él, Ethan O'Neill Cárcamo, era el último vestigio de su familia; sus padres ya habían fallecido, no tenía hermanos, ni tíos, primos o abuelos.

La familia era un sueño esquivo e inalcanzable y, por un momento, aquello le alegró. Era contradictorio el sentimiento, porque inmediatamente después, la soledad le pesó en el alma. Había aprendido a vivir con ella, pero no se consideraba una persona que la disfrutara en exceso.

Ethan tenía cuarenta años recién cumplidos y estaba solo, no había formado su propia familia. Oportunidades no le faltaron, pero, a la postre, nunca se concretaron. Debía admitir que él y solo él, era el responsable. Quiso a todas esas mujeres con las cuales se involucró, pero jamás logró amarlas como debía ser, con devoción, pasión, con locura... Básicamente, perder la cabeza por ellas.

Tal vez solo era una excusa barata y cursi ante al miedo al compromiso.

O tal vez su destino no era ser un hombre de familia. Así de simple.

Ese pensamiento era un deprimente premio de consuelo. No ser bueno para ser ni esposo ni padre.

¡Qué patético!

Sí, lo era. Pero se contradijo de inmediato, convenciéndose de que era mejor así. Se imaginó como un hombre casado, enamorado hasta las trancas de su esposa, ser padre de un par de niños y vivir en la casa que fue de sus padres. Una vida feliz, completa y resuelta...

[A LA VENTA EN AMAZON] En el corazón de la nereida (Libro 2 Dioses En La Tierra)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora