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Un mes después de la boda.

Caroline:

     El viaje de novios había sido de película. El impresionante turquesa de las aguas del Mediterráneo que bañaba las Islas Griegas en las que había nacido mi marido contrastaba demasiado con el agujero gris en el que yo había crecido.

     Aquel ritmo de vida más pausado con el que podías saborear cada instante. Había sido toda una experiencia, así como mi boda. Incluso el Gobernador del Estado asistió como invitado.


     Pero, todo lo bueno llega a su fin y aquí fue donde comenzó la tortura de la que no fui consciente hasta que mi hija me hizo abrir los ojos... Vuelvo a adelantar acontecimientos.

— No creo que te puedas quejar— apostilló Ulises con los brazos en jarra después de que yo deshiciera la última maleta del viaje " de mi vida" en nuestra nueva casa, a pocos kilómetros de mis padres—. Seguro que el padre de tu hijo te habría llevado de gira a ver mendigos a los suburbios.

     Me di la vuelta y me metí en el cuarto de baño a vomitar. Mi mundo se había derrumbado sobre mí con el positivo de hace casi cuatro meses. Una vez a solas las lágrimas hicieron acto de presencia sin previo aviso. Estaba muy sensible por las hormonas. Ni siquiera contaba con el apoyo de mis padres por la manera en la que se enteraron.

     Había sido en la cena previa a mi boda. 

— Desde luego que no es oro todo lo que brilla, Fred— le dejó caer mi futuro marido como quien no quiere la cosa.

— Caroline, ya sabes que debes...

Me temo— le cortó él asegurándose que mi madre también estuviera presente—. Me temo que tendremos que adelantar la boda antes de que comiencen los cuchicheos. El día de la fiesta de mi primo Caroline y yo nos separamos después de que le presentara a mi familia— mintió como si tuviera preparado aquel discurso—. Me llamaron diciéndome que Caroline se había metido en una orgía de marginales... Ni siquiera sabemos quién es el padre. Ella iba borracha... O drogada.

     Cerré los ojos dejando que mis lágrimas bajaran por mis mejillas. Mi padre, en lugar de defenderme, se puso en pie y tras pedir la cuenta nos ordenó regresar a casa. Una vez allí mi madre se puso a gritarme toda clase de reproches hirientes y demoledores. Mi padre me dio una bofetada que me tiró al suelo. Mi cabeza chocó contra éste y se hizo la oscuridad para mí.

     La boda se celebró, eso sí, por todo lo alto poco después. En el pueblo no se hicieron conjeturas porque para aquel entonces ya llevaríamos unos tres años de relación en la que nunca dimos de qué hablar.

     Ulises había jugado perfectamente sus cartas y había salido ganador.

     Aquel fue el inicio de mi vida en la jaula de oro de los Tautópolis.


Días después.

Primer hogar de Ulises y Caroline.

     Abrí la puerta con el atronador motor frente a mi casa. Ulises no se encontraba. Me había llamado diciendo que se retrasaría por el trabajo.

     El enorme motero rubio de profundos ojos tristes me miraba sorprendido.

— Creo que se ha equivocado de casa— rompí el incómodo silencio.

    Él levantó la vista del vientre que comenzaba a notarse y me miró a los ojos.

— No me he equivocado. Busco a Ulises Tautópolis.

    Su profunda voz ronca me hizo temblar de pies a cabeza. Era un hombre con un atractivo animal arrebatador, pero peligroso.

     Le seguí cuando entró sin ser invitado y cerré la puerta de la casa. Me fui a la cocina y salí con un té de melocotón fresco. Hacía bastante calor durante aquella época del año.

— ¿Dónde está tu hombre, fresita? — Preguntó sentándose en el gran butacón cerca del sofá.

— Se va a retrasar un poco por temas de trabajo. ¿Quiere usted té?

— Nunca tomo nada que no haya preparado por mí mismo. ¿Tienes agua mineral?

— De botella— me apresuré a decir.

— Tráela sin abrir.

     

    El motero se la tomó de un trago sin dejar de vigilarme lo que me puso aún más nerviosa. Acaricié mi vientre de modo automático y él clavó nuevamente la mirada sobre éste.

— Enhorabuena por el embarazo, fresita. ¿De cuánto estás? — Lo observé sin responder. Volví a bajar la mirada—. Te voy a contar un par de cosas de nosotros porque veo que eres totalmente civil. Lo primero, nunca jamás nos hables sino lo hacemos primero. Lo segundo, nunca jamás nos ignores si te hablamos, las cosas no suelen acabar bien en ése sentido. ¿De cuánto estás?

— Casi cuatro meses.

— Ya veo.

     El motero sacó un teléfono básico y marcó un número. Me puse en pie y le dejé a solas para llamar a mi marido. 

— Estoy en el trabajo. ¿Qué coño pasa?

— Perdona, cariño. Es que ha venido un hombre en una moto y...

— Estoy en tu casa, Ulises— habló el aludido al quitarme el móvil—. Tienes cinco minutos para aparecer...— colgó y me lo devolvió.

     El tono nada amigable de aquel motero hizo que saltaran todas mis alarmas. Mi primer impulso fue salir corriendo a casa de mis padres. Él me sujetó la muñeca sin apretar adivinando mis intenciones.

— No voy a hacerte daño, fresita. En cuanto a lo de la fiesta... Tu hombre nos la debía. 

— De verdad que no quiero saberlo. Eso son asuntos vuestros.

— Sabia elección.

     Ulises llegó poco después y se encerró en su despacho a hablar con el desconocido. Todavía seguía en la habitación cuando el hombre se largó.

— ¿Qué quería?

     En lugar de responder, mi marido de dio una bofetada tremenda. Caí en la cama y él se colocó sobre mí para continuar con el castigo.

   Tardó varios días en llevarme al hospital para que me atendieran. Para entonces ya había perdido al bebé.

  Ulises se justificó diciendo que se había puesto celoso por encontrarme en casa con aquel hombre. Que en adelante jamás abriera la puerta a nadie y que si volvía a hacerlo me mataría. Decidí no ponerlo a prueba. Si no se había inmutado al hacerme perder al bebé seguramente tampoco lo haría si le llevaba la contraria. 

     Poco después nos mudamos a California lejos del pueblo donde nací y crecí. Lejos de mis padres. Lejos de los moteros. Al principio no fue tan malo. Él me había permitido inscribirme en la universidad para estudiar pedagogía a tiempo que se iba labrando un futuro que le catapultara directamente a la Casa Blanca.

     Me enteré de la muerte de aquel atractivo motero por una de las puyas de mi marido.

— Bueno, el padre de tu bebé seguramente estará ya con el bastardo en el infierno. Se mató hace unos cuantos meses en una carrera clandestina.

    Había pasado más de un año de la visita aquella, un tiempo en el que me había vuelto a quedar embarazada y en el que había tenido a mi pequeña Noah que sin duda era lo mejor que me había pasado en la vida.

     Claro que sentí pena por aquel motero con el que había perdido la virginidad. Él era tan prisionero de su vida como yo de la mía. Deseaba que ahora al menos hubiera encontrado la paz. 



Mommy's little manDonde viven las historias. Descúbrelo ahora