Lo que acecha en los bosques

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Desde la aparición de la vida en el mundo también apareció la necesidad, y desde siempre hubo seres que trabajaron para satisfacerla. Y también aparecieron aquellos que se benefician del labor de los demás. Cuando se habla del oficio más antiguo muchos lo relacionan con el placer, pero si observamos a la naturaleza podemos ver que el oficio más antiguo es ser ladrón. Hay animales que roban por hambre, y otros usurpan los refugios. En las personas pasa algo parecido. Y, como en casi todos los oficios, hay muchas variantes. Están esos que aprovechan la soledad, y atacan violentamente, confiando en la fuerza de sus puños o en el poder de las armas. Y están aquellos que prefieren actuar sigilosamente en medio de las multitudes. Otros se escabullen en las casas o tiendas en las horas de quietud y toman su botín. También hay quienes, en grupo, toman por asalto algún recinto concurrido, para tener de una sola vez las mayor cantidad de víctimas posibles. Y después de todos ellos están Corteza y Ciruelo. Dos sinvergüenzas con talento para la mentira, lo cual los llevó a tener las bolsas repletas de granos de oro , a comer grandes banquetes a la mesa del Señor de Vasavivir, a vestir lujosas ropas confeccionadas para duques y principes de Saronesa, a lucir joyas cuyo valor cubriría los impuestos anuales de alguna pequeña villa del Imperio Blanco. Aunque también les valió recibir algunas palizas de los guardias del Portal Del Sol, de las vigías en las islas Irrelanas, o pasar alguna temporada en los más profundos y hediondos calabozos de Aldeazul.
Y después de cada peripecia todo termina igual, como una mala jugada en algún viejo juego de tablero, vuelven, despojados de toda ganancia, al punto de partida.
Así que ahí se encuentran ahora, en los límites del Páramo, acechando en los bosques.
- ¡Eh! ¡Corteza! Ya despierta y para con esos rugidos, que así como huyen los animales van a huir los de la caravana.
- Calma, hermano, es estrategia- contesta Corteza, estirándose para espantar el sueño, encaramado a un sinuoso arrugal- Me van a oír y tendrán temor, entonces entramos en acción...- no puede terminar la frase, por la risa que brota de su garganta.
-Sólo el rugido los puede confundir, pues si te vieran antes... Solo pájaros podrías espantar- rieron juntos de la imagen que les vino a cada uno a la mente.
Enseguida callaron al oír las ya famosas canciones de la caravana. A lo largo del tiempo la Gente Noche de los Jardines Profundos habían aprendido que el bullicio espanta a las bestias y advierte que vienen en gran número, para que no se atrevan a atacarlos. Pero ¿como defenderse cuando no hay ataque, sino un acercamiento amistoso? Esa es la manera que eligieron los pillos del
Selbosque para tener contacto con la caravana.
- ¡Corre, por favor! ¡ Con todas tus fuerzas!- grita Corteza, mientras baja corriendo el terraplén justo delante del grupo de comerciantes- ¡Solo un poco más, hermano!
Un alarido desesperado llega desde arriba. Una figura algo redonda baja rodando en una confusión de hojas, ropas, ramas, bolsos y correas. La anciana que va al frente de la marcha se detiene, y los demás se alertan. Un trío de varones se adelantan para enterarse de que está pasando con aquellos dos.
-¡Lo perdimos! Por ahora- avisa, agitado, Ciruelo. Se gira a mirar, fingiendo sorpresa, y le señala a su hermano- Mira, ¡viajeros!
- ¡Gracias a lo alto! A ustedes los envía el Gran Protector- exclama Corteza, acercándose al trío, Ciruelo lo mira con desaprobación, sabe que con algunas cosas no se juega- no les aconsejo subir por ahí, hay un guardián rayado al que no le gusta que lo despierten de la siesta...
-¡Deténganse ahí!- ordena el más grande de los tres- ¿Qué es lo que hacían en Selbosque? ¿Quiénes son ustedes?
-¡Pero, claro! Faltaba más, ¿Cómo no presentarnos ante nuestros salvadores? Mi nombre es Ciruelo Silvestre, y mi compañero y mentor, Corteza de los Árboles, artistas incansables, trabajadores laboriosos, pensadores de la mente, para servirlos...- un aparatoso ademán acompaña la presentación.
-Sepan que con ustedes somos hermanos del camino- cuenta Corteza, intentando lograr una afinidad- hemos dando tantos pasos como ojos tiene la noche. Recorrimos tres de las cinco Naciones, obviamente la suya no, respetando y obedeciendo sus deseos, estatutos, leyes, decre...-
-¡Silencio!- lo calla la anciana- si hablas tanto andando con nosotros, no necesitaremos hacer música tan fuerte, ya sabrán un día antes que estamos por llegar.
-Tienes razón, alta madre- afirma uno del trío- en las dos cosas; lo mucho que hablan,y que podrían acompañarnos.

Relatos desde PrimiterraWhere stories live. Discover now