Espectros del Páramo

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-¡Psst! ¡Ciruela! ¿Me oyes? ¡Ciruela!
-Si, te oigo. Y el nombre es Ciruelo ¿Cómo sabes mi nombre? ¿De dónde me conoces?
-Solo te lo dije por el color de tu piel, y por tu forma. Y te conozco de anoche, cuando sabotearon mi plan... ¿Recuerdas? Siendo tan sutiles como un trueno en la noche.
-¿Nosotros saboteamos el tuyo? ¡Tu arruinaste el nuestro, saltando sutilmente como un guardiancito de cinco patas!
-¿Guardiancito de cinco...? ¡¿Me comparas con un mono piojoso?!
-¿Quien más saltaría así?
-No sé, algún artista incansable quizás, rogando que le presten atención, que le crean sus mentiras. Y que hay de tu amigo ¿Siempre duerme tanto? Si lo hiciera desnudo realmente parecería un tronco.-
La verdad que es asombroso el modo de dormir de Corteza, siempre encuentra la comodidad para una siesta. Colgado de una rama, sobre una piedra fría, entre espinos, nada lo detiene al momento de descansar. Y ahora, a lomo de un camonte, atravesando el triste paisaje del Páramo, a merced de sus peligros, duerme plácidamente, como en el aposento de la Baronesa Tempesta de Aldeazul.
-Si, creo que ese es su don, escapar de la realidad soñando otras vidas. Y tus mentiras, ¿Cómo las creyeron?
- No me hizo falta mentir tanto, a casi cualquier persona le apena ver una mujer llorando al costado del camino. Pero ahora sí tengo motivos para llorar, con los pies congelándose, ¿Crees que podrías alcanzar mis botas, y dármelas? realmente las necesito.- suelta la frase con una entonación de niña desvalida.
Todos los calzados cuelgan cerca de la cabeza de Ciruelo, un intento de fuga sin ellos representa un desgarro seguro en la piel de las plantas de los pies, el terreno árido y reseco del Páramo vuelve casi imposible el tránsito a pie descubierto. Sobre todo en la zona del Valle Encerrado, dónde abundan la filosas piedras que caen de los desfiladeros.

Entre quejas, susurros y haciendo un gran esfuerzo, Ciruelo se va acercando a las botas, intentando superar la primera dificultad

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Entre quejas, susurros y haciendo un gran esfuerzo, Ciruelo se va acercando a las botas, intentando superar la primera dificultad. Una vez que las tiene entre sus manos debe desatarlas, pero las finas tiras de cuero están ahorcándolas firmemente. Tironea con disimulo al principio, para no despertar sospechas en los de la caravana, pero un mal cálculo hace que caiga un bolso que estaba junto a los calzados. Kyvenlé, el hombre que fue designado como guardia de los ladrones, se da vuelta de inmediato. Ciruelo finge estar despertando, lo mira, y le dedica una mueca que simula una sonrisa. El guardia levanta el bolso, gruñendo, lo acomoda, y sigue caminando, mientras se va la tensión del estómago de Ciruelo.
Un nuevo intento. Está vez si, ya casi, un esfuerzo más. Cuando las botas están casi libres pasa un niño corriendo, pegando con un palo en el atado de calzados, provocando la caída de las botas. El resto de chicos que lo persiguen patean las botas, alejándolas del alcance. La chica mira con desesperación, imaginando, quizás, sus pies entumecidos por el frío.
Ya van a pasar cerca de las botas, algo deben hacer para recogerlas del suelo. Ciruelo mira alrededor, buscando con que levantar los calzados. Recuerda la línea de pesca que lleva envuelta en el antebrazo, bajo la muñequera de cuero. Tantas veces los salvó del hambre, y ahora debe rescatar unas simples botas. Las personas alrededor no le dan importancia al calzado, que se va llenando de polvo bajo los pasos de la caravana. El anzuelo baja hasta casi rozar el suelo. Una sola oportunidad. Una piedra del camino golpea al pequeño gancho, dando vuelta su punta en sentido contrario a las botas. Ciruelo intenta girarlo, pero un pie se afirma sobre el anzuelo.
- ¿Qué piensa que está haciendo?- interroga Kyvenlé.
-¿Qué le parece a usted, señor?- pregunta Ciruelo,temeroso.
-Creo que trata de pescar estas botas.
- Exactamente, ¡vaya! Que observador. Es que la compañera, acá, necesita...
-¡Por favor! Se me helan los pies- ruega la muchacha, desfalleciendo.
- Ustedes, los mestizos, son raros. Pescan en tierra seca, - comenta, cortando la línea de Ciruelo- se enfrían bajo el sol, -tapa los pies de la joven con una vieja manta de la montura - duermen colgados de un camonte...
- ¡Ya cállense! ¡Dejen descansar!- protesta Corteza.
- He visto cosas extrañas en mis viajes, pero como ustedes...
- ¿Y has visto caer la lluvia de piedras, que no sean de agua?- pregunta Corteza
- ¿A qué te refieres?
-Mira hacia adelante, guardián.- Corteza le señala con la cabeza. El hombre gira para mirar y observa las piedras cayendo de una forma poco natural.
Se oye un corno de alerta, y los del frente de la marcha empiezan a correr, mientras que los de más atrás tapan sus cabezas con mantas, y esconden a los niños bajo las barrigas de los camontes, tratando de evitar los golpes. Los únicos que quedan sin amparo son los tres prisioneros.
La chica se retuerce hasta liberarse de las sogas, y cae al suelo rodando hasta donde quedaron las botas. Busca en una de ellas y saca la daga que guardaba allí, entonces, de un certero giro, corta el cuero que la maniataba. Ciruelo la mira con asombro. La ve correr hacia las paredes de roca, como buscando un refugio, cuando siente el dolor de varias piedras golpeando su espalda. No puede contener el quejido, y eso llama la atención de la muchacha, quien se detiene, se calza las botas sin ajustarlas bien, y corre a tomar una manta de la gente de la caravana. Al tironear de la tela se cae un estuche grande, de cuero labrado, que se abre y revela algo más precioso para el momento que las alhajas que buscaban. Un arco, con su aljaba llena de flechas, y una espada corta en su vaina. Abraza el nuevo tesoro y corre hasta el lugar donde están Corteza y Ciruelo, "Esta es nuestra oportunidad" les dice, mientras les corta las ataduras. Corteza toma la espada, la desenfunda y la prueba haciendo una finta. "Estupenda" celebra. Ella ofrece el arco a Ciruelo. "Con esto me basta" asegura él, mientras toma la mano de la chica, y le quita con suavidad la daga. Un estremecimiento inesperado la recorre. Pero no es momento para eso.
Cubren sus cabezas con mantas a modo de capuchas, y fijan las miradas en lo alto, escudriñando la cima de las paredes. Y ahí es cuando los divisan. Los espectros del Páramo.

 Los espectros del Páramo

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