Capítulo 2

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La moto quemaba rueda mientras se dirijía al centro de la ciudad. Jamás había ido a tanta velocidad pero debía hacerlo o no llegaría. Entonces, llegó al cruce de la calle principal. Si seguía recto, llegaría al instituto, pero ella quería girar a la izquierda. El semáforo se puso en rojo y frenó, apoyando el pie en la carretera. Aún no estaba segura de lo que iba a hacer. Le resultaba sospechoso aquel mensaje que le habían dejado en el Whatsapp, pero debía ir. Todos querían formar parte de la pandilla de aquella gente. Pero era muy raro que se lo pidieran a ella.

El semáforo se puso en verde y arrancó rápidamente. Solo tenía un segundo para elegir si recto o si girar a la izquierda.

-¡Izquierda! ¡Izquierda! ¡Cuidado!- Gritó un hombre.

-¿Qué?- Dijo Clar frenando de nuevo.

Clar miró hacia la acera derecha y vio a un hombre gritando y corriendo en dirección contraria a la que ella había llegado.

Un coche cruzó desde la izquierda a toda pastilla, saltándose el semáforo. Si hubiera arrancado la habrían llevado por delante. Le había pasado a escasos centímetros y casi no había visto el coche.

Clar se quedó pálida, pero los claxóns de los coches la hicieron arrancar. Al final... giró a la izquierda.

Durante diez minutos dudó si dar la vuelta, pero siempre seguía hacia delante, hacia el puerto. Cada vez le olía más a sal, y más ganas de llegar tenía.

Y entonces, los edificios fueron desapareciendo. Las casas y los edificios más viejos de la ciudad fueron haciendo aparición. Se alejaba de la ciudad y se acercaba al muelle viejo, al que solo iban los pescadores furtivos y los adolescentes para fumar, de botellón, temas de drogas y las demás movidas.

Ya solo eran unos campos dorados por los que avanzaba, y ante ella apereció la valla blanca de "seguridad". Aparcó la moto y la encadenó a una vieja farola, seguramente ya fundida. Se acercó a la puerta de entrada, sobre la que colgaba el letrero de madera podrida con las palabras, originales de.   Muelle
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Sobre ellas, pintadas en rojo, estaban toscamente escritas las palabras: Puta Madre. Ahora Es Nuestro.

Cruzó, y sus pies hicieron crujir la vieja y desgastada madera por los años y la sal, de la que estaba hecho el muelle.

El pulso se le aceleró.

-¿Hola?-Gritó.

Se estaba sintiendo muy estúpida. ¿Por qué había dicho aquella gilipoyez?

Nadie contestó. Ella caminó hacia el extremo justo del muelle y vio el agua sucia, llena de basura. Aquello le daba pena. Respiró profundo, y notó, incluso sobre la peste de la basura, el aroma salado del mar.

De repente, unas manos empujaron sus hombros hacia delante. Se asustó y clavó los pies en la madera, pero se caía hacia el agua. Y cuando casi estaba horizontal, alguien la agarró de la camiseta y tiró, hasta que estuvo diagonal. Si la mano tiraba, se salvaba, si la soltaba, un bañito sucio.

Los portadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora