Capítulo 8

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El tono de llamada suena en los parlantes del auto con un ruido monótono que parece burlarse de mi ansiedad una tras otra tras otra vez.

-¿Es que May no va a atenderme el teléfono nunca más? -protesto mientras corto la llamada.

-Probablemente -me dice Henry con gesto adusto. Llevo diez minutos ininterrumpidos llamándola.

-Voy a matarla -voy gruñendo mientras manejo- No hay manera de que quiera quedarme aquí, Henry. Quiero volver y matarla.

-Estás en tu derecho.

-Prueba llamar a Nat.

-No voy a llamar a Nat -me contesta, tranquilamente.

-¿Por qué? -arrojo el teléfono en la consola del auto.

-Porque no quiero enojarme con él ni con May. Dejaré que pase un tiempo.

Henry siempre es el que pone la cordura entre los dos. Yo soy impulso y acción. Él es reflexión y análisis. Creo que es nuestra mayor diferencia.

Se acomoda en su asiento y nos quedamos en silencio un momento. Sigo por el camino unos minutos, hasta que el blanco del paisaje es quebrado repentinamente por la edificación que emerge de entre la nieve, rompiendo con la repetición de pinos.

-¿Estás viendo lo que yo estoy viendo? -Henry se gira para mirarme cuando le hablo. Se sonríe al ver mi boca abierta por la sorpresa, y vuelve a mirar por la ventanilla.

-Parece que tu amiga te conoce bastante bien, después de todo.

-Oh por Dios, es hermosa...

La casa es una construcción moderna, con planos de hormigón que se intersectan en amplios ventanales de vidrio, de piso a techo. En el frente, se distingue la silueta de una enorme chimenea lanzando volutas de humo que se funden con el gris del cielo. Las luces de la entrada ya están prendidas, aportando el único toque de calidez que se puede ver desde afuera.

No puedo ocultar la sonrisa en mi cara. No esperaba una casa así. Quizás pensaba encontrarme con una pequeña cabaña de troncos... creo que leí demasiadas veces Heidi cuando era pequeña.

Henry me indica cómo rodear la casa para dejar el auto en el garaje, porque el sendero que circunda la propiedad ya casi está oculto por la nieve. Desde la parte de atrás la casa se ve mucho más grande, y me doy cuenta de que es porque está emplazada en una loma, lo que hace que el frente esté casi oculto y desde atrás se distingan los dos pisos que la componen. Detengo el auto y me bajo como una niña que llega a Disneyland. Subo la escalera de madera que me lleva hasta la puerta de vidrio y saco el manojo de llaves que me diera el casero. Si no me equivoco, por el emplazamiento de la casa estoy segura de que la vista desde el ventanal frontal debe ser impresionante. Cruzo el piso principal sin mirar nada a mi alrededor, sólo para llegar al ventanal. Y no me equivoco: hacia adelante se extiende el valle que cruzamos para llegar hasta aquí, coronado por una cadena de montañas nevadas que le dan un marco impresionante al escenario.

Me quedo mirando la increíble vista que tengo frente a mí y suspiro. No se bien por qué, pero suspiro. Me siento tranquila y feliz, sin otra razón aparente más que haber llegado a un lugar remoto y hermoso. Creo que definitivamente podría acostumbrarme a estar unos días aquí, aunque todavía quiero matar a May.

A mi lado, el hogar prendido repiquetea cuando chispea y vuelvo a la realidad. Me doy vuelta y Henry está dejando su bolso y mi valija en la entrada. Cierra la puerta y me mira. Está serio, como esperando lo que voy a decirle.

-Ven -le hago una seña con la cabeza y avanza, casi tímidamente, hasta el ventanal. Se para junto a mí con las manos en los bolsillos, y lanza un silbido cuando ve la vista que se abre frente a nosotros.

-Impresionante.

-¿Podrás soportar vivir conmigo veinte días completos si nos quedamos aquí? -lo miro haciendo un puchero exagerado.

-¿Quieres quedarte?

-Creo que sí...

Se agacha para besarme el cabello como toda respuesta. 

Pasa su brazo por sobre mi hombro y nos quedamos en silencio. Aunque podría decir mil cosas, no digo nada: siento que mi mente está en blanco. Aunque Henry y yo estuvimos solos en innumerables cantidad de situaciones, todo esto se siente distinto, y no entiendo bien el por qué.

-Entonces... -me alejo de su abrazo y de la ventana- ¿Cuándo vendrá Jessica? -no sé por qué recurro a Jessica, cuando en realidad el pensar que voy a tener que pasar unos días con ella en esta casa me da escalofríos.

-Wow... -lanza un resoplido, como si estuviese sorprendido, y se pasa las manos por el cabello- Primero, me sorprende que le hayas acertado a su nombre por primera vez. Segundo, no lo sé.

-¿No lo sabes? -mientras le hablo recorro el espacio amplio y abierto de la planta baja. La cocina se ubica a un lado, siguiendo con la elección de materiales rústicos de madera y hormigón. Tiene una amplia barra de mármol blanco con unos bancos de madera añeja a los lados, y enormes estantes llenos de vajilla blanca- ¿Cómo puedes no saberlo?

-Me dijo que debía terminar unas cosas de trabajo y organizarse. No lo sé -se encoje de hombros cuando lo miro- Ya me lo hará saber.

-Bueno. Deberás avisármelo con anticipación porque ese día tendré que arreglarme más de lo común -abro las puertas de los muebles de la cocina. Están exageradamente llenos de provisiones.

-¿Por qué lo dices?

-Déjame pensar... ¿porque es modelo de pasarela quizás? -abro la heladera. También está atiborrada de cosas.

-¿Y? -Henry se acerca caminando hasta la cocina, y se apoya con su hombro en la pared.

-¿Y? Y yo soy un pequeño gnomo de apenas metro sesenta, y tengo este pelo -me atizo el cabello enrulado- y esta ropa, y no quiero que me vea así.

-Eres más hermosa con tus pantalones de chándal y con tu cabello revuelto que ella en su ropa de diseñador y su peinado de peluquería. ¿Me ayudas con las valijas?

La frase salió tan rápido de su boca como desapareció. Pero desde ese momento quedaría grabada en mi mente para poder repetírmela a mi misma una y otra vez.

Siempre túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora