Descubrí que Henry es un hombre de muchos talentos. Sabe hacer toda cantidad de cosas y lo que no sabe, lo aprende intentándolo una y otra vez, poniendo una cara de tal concentración que me hace reír cada vez que lo veo. Le gusta estar activo, ocupando su tiempo en cosas útiles, investigando y aprendiendo. En este primer día en la casa lo vi palear la nieve del camino del garage y arreglar una ventana que no cerraba del todo bien, por la que entraba el gélido aire del exterior. También lo miré cortar leña bajo una constante y profusa nevada, admirando desde la seguridad de mi ventana y sin ningún pudor su trasero moviéndose bajo la fuerza del hacha. Lo siento, pero aunque sea mi mejor amigo puedo admirar su trasero porque, básicamente, es perfecto.
Y no es que yo me quedé sentada mirando el cielo, claro que no. Afuera las temperaturas están por debajo de los cero grados, la nieve se acumula segundo a segundo y Henry me sugirió que dividamos tareas, así que yo me dediqué a hacer cosas dentro de la casa.
Afuera poco a poco las sombras van ganando terreno y los últimos rayos de sol acarician la planicie blanca, despidiéndose hasta un nuevo día.
-Bueno, bueno, bueno... -su voz se acerca mientras revuelvo la preparación en la olla- ¿Qué tenemos aquí? -se acerca por detrás y asoma su cabeza por sobre mi hombro.
-Es una sopa de zapallo -soplo un poco en la cuchara y la acerco a su boca para que la pruebe. Sus labios se abren suavemente mientras me mira a los ojos, y sonríe al sentir el sabor dulce y picante en su lengua.
-Así da gusto volver de trabajar -hace un ademán por demás exagerado de fuerza.
-Si si, eres todo un hombre y yo la damisela cocinera -lo empujo suavemente, alejándolo- Ve a bañarte. Cenaremos en unos minutos.
Estampa un sonoro beso en mi mejilla y sube apresuradamente de a dos los escalones, hasta que lo pierdo de vista.
Termino de acomodar los platos en la mesa y él baja con su cabello húmedo, una camiseta blanca y unos holgados pantalones deportivos grises, de algodón. Sé que no es su intención, pero todos sabemos que los pantalones deportivos de algodón dejan poco a la imaginación, y mi imaginación y mis ojos viajan directamente donde no deberían. Me sonrojo porque creo que él nota mi mirada indiscreta, y también por estar pensando en cosas que no debería. Y me enojo conmigo misma, por qué no.
-¿Qué pasa? -me dice, casi sonriendo.
Sí, creo que me vio mirar su... su... pantalón.
-Nada. ¿Cómo está afuera la nieve? ¿Pudiste despejar el camino?
-Si, un poco -me contesta tranquilamente, con esa tranquilidad que lo caracteriza- Pero está nevando demasiado y creo que si sigue así deberé hacerlo todos los días. De lo contrario se complicará nuestra salida de aquí. Hey, esto está delicioso -me dice probando la primer cucharada.
-¿Nos quedaremos varados aquí? -mi cuchara queda a mitad del camino de mi boca, esperando su respuesta.
-Espero que no.
-¿"Espero"? ¿No crees que deberíamos irnos mañana, para evitar...?
-Por cómo está nevando afuera no podremos ir a ningún lado ni hoy, ni en los próximos días. Sólo nos queda trabajar todos los días para despejar el camino y evitar que el auto quede sepultado.
-No puedo quedarme varada aquí.
-Yo tampoco.
-Tengo cosas que hacer.
-Yo también -extiende su mano y acaricia mi antebrazo suavemente- Te prometo que haré todo lo que esté a mi alcance para que vuelvas a casa cuando lo necesites.
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Siempre tú
RomanceLaura es una exitosa arquitecta con una vida aparentemente calma, en un equilibrio perfecto de trabajo y diversión. Con una familia que siempre está para ella y un grupo de amigos dispar pero muy fiel, entre los que se encuentra uno muy especial par...