El cumpleaños de Liza

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El cumpleaños de la más joven de la familia Holts había llegado. Los preparativos del festejo estaban ya organizados hace una semana atrás, tan solo faltaban unas horas para que los invitados llegaran y la celebración se llevara a cabo. Cumpliendo con la tradición familiar salieron a almorzar a su lugar favorito.

La pequeña Liza, sentada en el asiento trasero del auto, miraba por la ventanilla con una sonrisa en la cara. Ella se mostraba contenta, le alegraba pasar su día especial con su hermana mayor y sus padres. El sol brillante y el cielo escaso de nubes provocaban aún más felicidad en la niña de seis años, ella solía decir "un día soleado es un día para festejar" No era necesario aclarar que cumplir años en primavera era una de sus mayores felicidades.

Como en cada cumpleaños celebrado en ese restaurante la familia, simpatizando con los ya conocidos trabajadores, comió su pasta tradicional. Su almuerzo transcurrió entre risas, bromas y anécdotas viejas. Entre una de esas tantas la pequeña no pudo evitar que, a causa de tanto regocijo, le saliera la bebida por la nariz, mojando su vestido nuevo. Las carcajadas de sus padres y su hermana fluyeron como si se tratara de un buen show de stand up. A pesar de la molestia en su nariz Liza la estaba pasando increíblemente bien.

Dos horas después estaban de regreso a su casa. El tráfico estaba más lento que de costumbre. Les tomó diez minutos hacer una cuadra, sin embargo la familia no se desesperó. Todavía tenían tiempo pensaban ellos. Pero quince minutos más tarde seguían estancados exactamente en el mismo lugar y ya no se encontraban tan tranquilos, de todos modos no perdieron la paciencia.

La sonrisa de la pequeña Liza empezaba a decaer de apoco, o eso había notado su hermana mayor Lara. Golpeando levemente el hombro de su hermana menor le extendió sus dos manos hechas un puño, cuando la miró con los ojos le dijo que escogiera una. Liza lo pensó y con su pequeño dedo anular tocó la mano izquierda. Cuando su hermana mayor abrió la mano notó que al principio estaba vacía, pero poco a poco una flor iba creándose. La niña, con sus ojos marrones brillando, no despegó la vista de la flor formándose pétalo por pétalo. Diez segundos después la flor sin tallo de un girasol estaba frente a ella. Ella mostró sus dientes y sus mejillas se tornaron rosadas por la emoción, soltó un leve grito de felicidad y tomó el girasol de la mano de su hermana. La observó unos instantes y para sí misma se dijo que esa era la flor más bella que había visto y que a partir de ese momento sería su favorita.

Se abalanzó a los brazos de Lara y dándole pequeños besos por toda la cara le agradeció infinitamente. Sus padres las observaban con pura felicidad en los ojos, orgullosos de sus hijas. Lara le pidió que volviera a su lugar y cerrara los ojos, la niña no dudo ni un segundo en obedecer. Cuando le pidió que los volviera a abrir pareció percibir un dejo de desilusión en los ojos de su hermanita, pero sabía que cuando destapara la caja, que yacía en el medio de ambas, cambiaría totalmente de opinión.

"Abrílo" le dijo con una sonrisa. Liza, esa vez, se movió con precaución. Nunca sabía hasta que punto llegaban las habilidades de su hermana. Destapó la caja y, como había pasado con la flor, al principio no sucedió nada. Hasta que una pequeña mariposa salió volando y se posó en la pequeña punta de su nariz. Sus dos ojos fueron directo a las alas de aquel bichito. Estaba segura que nunca había visto una cosa así, la mariposa era de un turquesa fluorescente con pequeños detalles en violeta y rosa; sus colores favoritos. Parpadeó y la mariposa desapareció transformándose en otra pequeña flor, aún así los colores seguían intactos. Otro bichito voló fuera de la caja, esa vez el color predominante era el amarillo, y sus detalles eran de color verde y naranja. Cumpliendo con el mismo destino que la otra mariposa, también se transformó en una flor de un tamaño más pequeño. La risa de la niña retumbó en todo el auto, todos observándola con una sonrisa y cariño mostrado en sus ojos.

"Ahora cerra los ojos y dame una mano" volvió a hablar Lara. Su hermana menor cerró rápidamente los ojos y le tendió su mano derecha. Hizo una clase de sanguche entre sus manos, quedando la mano más pequeña en el medio, cerró sus ojos y, poco a poco, fue concentrándose hasta poder cumplir su cometido.

En su imaginación la pequeña niña se encontraba en una pradera verde de miles y miles de hectáreas. Pudo ver como Liza miraba todo a su alrededor, analizando y apreciando cada parte del lugar. Estaba sorprendida y con el corazón acelerado. Se había metido en su mente para crear un escenario con sus cosas favoritas, eso le había permitido saber cualquier cosa que ella sintiera. La felicidad iba aumentando en su pecho cada vez más.

El paisaje era multicolor, el corto pasto era de un verde bellísimo, el cielo de un celeste ideal y las nubes tan blancas como el algodón. Pero lo que más le había enamorado había sido las diferentes clases de flores. Había notado, por lo menos, siete clases distintas. Observó todo con una enorme sonrisa en su cara redonda y pequeña. Soltando un leve y agudo grito comenzó a recolectar flores. Agarró una margarita, un jazmín, un tulipán y, por supuesto, dos girasoles. Cuando tuvo suficiente corrió por la pradera, riendo y pegando saltitos de vez en cuando mientras giraba sobre sus pies. De repente se detuvo, miró el sol amarillo y brillante como el oro y cerró sus ojos. Dejó que la pequeña brisa despeinara su pelo y tomó una gran bocanada de aire. Exhalo y sonrió. Se tiró de espalda en el pasto con los brazos y piernas separadas, la misma posición que hacía para crear un ángel de navidad en la nieve. Estuvo unos segundos así, con los ojos cerrados y con una sonrisa en la cara.

Sintió como una mano se posaba en su mejilla derecha y lentamente la pequeña Liza fue abriendo los ojos. Se encontró con los ojos brillosos de su hermana mayor, pero ya no se encontraba en la pradera. Miró rápidamente a su alrededor y se dio cuenta que ya estaban en la puerta de su casa, sin embargo la niña no paró de sonreír y volvió a tirarse a los brazos de su hermana. El tráfico había pasado hacer cosa del pasado. Bajaron del auto y Lara le extendió la caja sin la tapa, Liza miró dentro y sin dejar de sonreír tomó un ramo de flores, las cuales había sacado de la pradera. Su hermana mayor le guiñó un ojo, y ambas se dirigieron al interior de la casa para empezar a colocar los adornos y ponerse ropa nueva para recibir a familia y amigos.

La pequeña Liza se dijo a sí misma que ese era el mejor cumpleaños que había tenido. 

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