La merienda

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El sonido de la pava indicando que el agua ya estaba lista me sacó de mis pensamientos. Me había levantado con un nudo en el estómago tan inmenso que me costaba respirar, tampoco había podido pegar un ojo en toda la noche. Mi cabeza no paraba de dar vueltas, yendo y viniendo; recordando y olvidando.

Un rayo de luz de sol atravesaba la ventana de la cocina, el exterior se veía de en sueño. El cielo celeste sin nubes y el sol brillante como un diamante; se escuchaba el canturreo de los pájaros y el ruido común de la ciudad no molestaba, cualquiera diría que era una tarde tranquila. Pero yo no sentía esa calma, me sentía todo lo contrario. Como si el sol, en vez de transmitirme calidez me transmitía frialdad e incomodidad. Como si el canto de los pájaros fuera una sirena de alerta o como el cielo, en vez de mostrarse extenso e infinito, me encerrara en un domo donde el único lugar donde podía moverme era la cocina.

Posiblemente estaría teniendo un ataque de pánico, pero si moría –en el peor de los casos- tendría que esperar un día más. Esa tarde no iba a morir.

La merienda estaba lista. El agua para el mate estaba puesta en el termo y el bizcochuelo en el horno para que conserve su temperatura y su olor –un viejo concejo de mi abuela. Tal vez, mi ansiedad había tomado la delantera y había puesto la pava antes de tiempo.

¿Lo que estaba por hacer estaba bien? ¿Era lo correcto? ¿Era realmente lo que yo quería?

Miré el reloj colgado en la pared, e indicaba las cinco y veinticinco minutos. Si todo iba como lo planeamos y era puntual como acordamos, en cinco minutos debería estar llegando.

Me tomé un mate cuando noté la necesidad de líquido en mi garganta y moví el aro en mi nariz de modo nervioso.

Mi cuerpo y mi mente siempre reaccionaban de esa forma estando bajo presión y en un estado total de nerviosismo. Tenía casi treinta años y todavía era algo que no tenía solución, o tal vez sí, solo que para esa situación no aplicaba.

Tomé otro mate. ¿Debería poner otra vez la pava por si las dudas? Volví a mirar el reloj, y quedaban cuatro minutos restantes. ¿Sería puntual? Muy pocas personas eran puntuales hoy en día, aunque tenía la esperanza de que llegaría en hora.

Tendría que tener un poco más de confianza, me dije.

Tres minutos.

Cada vez mi corazón se aceleraba más y el domo se iba haciendo más pequeño con cada minuto que pasaba.

Respiré hondo y, sintiendo como mi cuerpo empezaba a temblar, exhalé todo el aire acumulado en mis pulmones.

Dos minutos.

¿Era posible tener un ataque cardíaco por nerviosismo? Yo creía que no, la gente pasaba a menudo por esta clase de situaciones, pero ¿cómo mierda hacían para no llorar de miedo y nervios y aún así parecer lo más relajo del mundo?

Tomé otro mate y otro minuto pasó. Miré el horno, ¿quedaría muy mal comer una porción? Solo para saciar la ansiedad...

¡Ding Dong!

Sonó el timbre anunciando su llegada. Era hora.

Cuando abrí la puerta supe que la decisión que estaba por tomar era la más segura que podría tomar en mi vida. Sin remordimientos, solamente siendo feliz. Y, por primera vez en todo el día, la tranquilidad inundó mi cuerpo y el domo ya no existía. 

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