La lobo Cenicienta

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Había una vez, en un tiempo no tan lejano, años después de que las criaturas mágicas dejasen de llamarse monstruos atroces, una joven con el cabello tan suave como el pelaje de un conejo y la piel como porcelana parada a dos metros de la puerta principal de su casa miraba con perplejidad el pedazo de papel blanco que sostenía en sus manos.

No podía creer lo que sus ojos veían, cuando conoció accidentalmente al príncipe de las Tierras Altas nunca esperó recibir una invitación al Gran Baile Real que se llevaría a cabo esa misma noche. Eso no estaba para nada en sus planes. Si Bianca, la líder de su manada, se enteraba que había sido invitada oficialmente, la dejaría encerrada en el Cuarto Negro sin comer por un mes entero. ¿Por qué? Por el simple hecho de ser novata y no poder controlarse cuando la luna se llenaba por completo.

Pero eso no quitaba el hecho de sentirse emocionada y agradecida. Había estado escuchando sobre el Gran Baile hace semanas. Sus dos hermanastras, quienes también eran parte del clan e hijas de Bianca aprovecharon cada oportunidad que tuvieron para decir a los cuatro vientos que habían sido invitadas.

"Cenicienta" gruñó fuertemente Bianca, sus pisadas ruidosas resonando por las gruesas paredes de ladrillo.

La joven Keith rodó los ojos, molesta por aquel sobrenombre y con una agilidad sorprendente ocultó el fino trozo de hoja entre sus pechos sostenidos por un incómodo corsé.

"Necesito que te dirijas de inmediato a casa de Madame Lilith y me traigas tres de sus mejores vestidos de fiesta" soltó con la voz dura. Su orden la tomó por sorpresa. Habían estado alardeando sobre el Baile durante mucho tiempo y ¿ni siquiera tenían vestido aún? Viniendo de una líder no era muy inteligente de su parte, era como si fuese a la guerra con la estrategia creándose en el camino.

Keith no quiso decir nada. Desde que su padre fue asesinado por los Ogros del Norte y Bianca, su nueva pareja, tomara el liderazgo de la manada las cosas habían cambiado drásticamente. No solo porque ella se había convertido en mujer lobo como la profecía lo predijo, sino también que desde que Bianca tomó un rol que no le correspondía todo se volvió oscuro.

"Y estas cosas también" le tendió un papel doblado a la mitad.

Gracias a la luz del día entrando por las ventanas de la casa pudo leer las palabras escritas una debajo de la otra, formando una lista. "Lavanda, uñas de hada, pan, brócoli, dos dientes de dragón... lo siento, pero hoy no voy a poder conseguir ni uñas de hada ni dientes de dragón" dijo Keith con la voz aburrida. Cada segundo que pasaba cerca de ella más ganas de cortarle el cuello tenía.

"No pedí tu opinión, querida Cenicienta" dijo su líder con una sonrisa malvada, pero tan pronto apareció, desapareció. "Adiós". Su voz más dura que una roca.

Keith le dio una de sus peores miradas y tomando su abrigo salió dando un fuerte golpe con la puerta. Entendía que sea su Alfa pero eso no significaba que podía tratarla de esa manera, ya estaba harta. Miró con enojo el insignificante pedazo de papel con el aroma de Bianca y lo estrujó con su mano derecha haciéndolo una pelota.

Deseó poder transformarse, llegar rápidamente a la casa de Madame Lilith, conseguir las cosas de la lista y volver a su casa, arreglarse e ir al Gran Baile Real, pero no podría. La luna estaba casi llena, la mínima pérdida de control podría provocar una catástrofe. Debía apurarse para poder llegar a tiempo.

Observó el hermoso día y corrió hasta el establo donde su yegua estaba siendo alimentada. Pidió que se le entregara su caballo y, sin importarle si su vestido sufría algún daño, se subió a él sin su montura. Mientras más cómodo esté el animal más obediente era.

El sol estaba brillante, el cielo desierto y el viento travieso. El pelo rubio oro volaba ondeante fuera de sus hombros, la yegua galopaba contra la dura tierra, con una única misión: llegar lo más rápido posible.

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