El tiempo en la mar corría deprisa porque siempre había algo en lo que trabajar y si no lo había los tripulantes inventaban juegos o simplemente se encontraban algún otro navio que investigar por si este pertenecía a la Marina del Gobierno, aunque o bien por el tiempo que llevaban en alta mar o que estos estaban compuestos por madera al igual que su barco, simplemente eran pescadores o gente con los mismos ideales que ellos.
Carlos apuntaba en un pequeño libro todo lo que acontecia, en plan como si fuera el libro de navegación del barco, cosa que dejó de hacer cuando lo perdió pasando el estrecho de Gibraltar, en el librito Carlos también apuntaba cuanto agua, ron y las provisiones de comida que había en el barco.
Este hábito le duró aproximadamente 3 semanas y media, cuando Carlos perdió el libro de anotaciones comenzó a apuntarlo todo en las paredes de su camarote, cosa no muy práctica dado que se liaba con tanta anotación.
Después del primer mes de travesía sólo habían pasado Gibraltar e iban camino de Lanzarote cuando un barco sin velas, sin bandera y que se movía con unos remos inmensos comenzó a atacarles con cañones de protones, inventados a finales de los años 20, causó gran impacto en el barco y les dejó unos grandes agujeros tanto en estribor como a vavor. Carlos que no perdió los nervios en ningún momento llevó a los suyos a una dura batalla donde los grandes cañones que poseían y los fusiles automáticos eran más poderosos que un par de francotiradores y 7 de los cañones actuales más poderosos que había.
Ganada la primera batalla de Carlos en la mar sólo quedaba celebrarlo como sus tripulantes se merecían y dado que las bajas eran mínimas era hora de beber ron hasta las tantas y acompañarlo con las yerbas que el cocinero y algún tripulante más subieron a bordo. Era tal el ciego que llevaban que pasadas un par de horas de diversión, acabaron acercándose demasiado al continente africano y encayaron en una cala, cosa que les retrasó bastante para llegar a su destino