Prólogo

108 18 39
                                    

«Me he perdido, ¿quién me encontrará?...»

¿Quieres jugar? —la pequeña, de aproximadamente siete años, tendió su mano hacia la niña, apenas un año menor, que tenía enfrente.

—Yo no sé jugar —fue la contundente respuesta de su contraria, que no tardó en posar sus curiosos y profundos ojos azulados sobre el rostro de aquella que le tendía la mano.

«Me encuentro enterrada bajo la vieja haya...»

—Yo puedo enseñarte —le rebatió de nuevo sin perder la esperanza, que misteriosamente, había puesto sobre aquella niña desconocida, sin llegar a apartar sus ojos verdes oscuros de ella, por miedo a perderse el detonante que pudiera causar aquella situación.

—A mí nunca me dejaron jugar, siempre tuve que hacerlo sola, y me perdí —aquellas palabras le resultaban realmente confusas a la pequeña, quién ya había retirado su mano y había optado por sentarse al lado de aquella intrigante niña que no parecía pertenecer a este mundo. Le agradaba de veras.

«Ven a socorrerme, sopla el Viento del Este...»

—Pero, ¿y si yo te busco? —en ese momento, la infante misteriosa pareció quedarse sin habla, como paralizada, tal y como si aquellas palabras hubieran significado un universo de nuevas e infinitas posibilidades para ella. Así había sido.

—Nadie ha querido buscarme nunca —realmente parecía la reflexión de un adulto, mas se expresaba a través del cuerpo de una niña—. Nunca he tenido a nadie.

«Dieciséis por seis, hermano...»

Pues yo lo haré, y te encontraré, y jamás volverás a estar sola —aquello era nuevo para la pequeña. Alguien parecía tener un sentimiento de preocupación hacia ella, alguien que no la veía como una criatura a la que apartar, sino como una compañera a la que devolverle la ilusión por jugar. Alguien que la veía como a una amiga.

—¿Y podré llamarte... amiga? —pronunció aquella última palabra con temor, como si un abismo inmenso fuera a llevarse aquel sueño de carne y hueso. La sonrisa que apareció en los labios de la de ojos verdes fue la única respuesta que la pequeña necesitó. Ahora, su avión tendría un compañero con el que volar en el cielo, surcando las nubes, sin miedo a no poder aterrizar.

«Y abajo nos vamos...»

—¿Cuál es tu nombre? —volvió a preguntar y, esta vez, fijó sus ojos curiosos sobre aquel cabello azulado que poseía su nueva amiga. Parecía que portara el mismo océano sobre su frente. Mas lo que mayormente la asombraba era el hecho de que aquella infante hubiera sido capaz de adentrarse en sus más ocultas entrañas, aquellas donde guardaba sus más profundos sentimientos ya casi olvidaos. Como si la barrera que se había esmerado tanto en construir alrededor de su corazón nunca hubiese existido.

—Me llamo Deween, Deween Sylviron, ¿y tú, como te llamas? —le contestó sin borrar la sonrisa de su dulce rostro infantil mientras esperaba pacientemente la respuesta de su compañera, al mismo tiempo que reclinaba su espalda contra el muro en el que ambas se apoyaban.

—Mi nombre es Eurus, Eurus Holmes —y, devolviéndole la sonrisa, supo que jamás podría encontrar a nadie igual.

—Mi nombre es Eurus, Eurus Holmes —y, devolviéndole la sonrisa, supo que jamás podría encontrar a nadie igual

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Nuestra Unión no es Elemental | SherlockDonde viven las historias. Descúbrelo ahora