Hola a ti. Supongo que no te cansas de escucharme, ¿no?
A quién engaño, si no entiendes absolutamente nada de lo que digo. Para mi suerte no tienes escapatoria, así que no te queda más nada que escuchar algunos relatos aleatorios hasta que la historia que te estoy contando de mi dueño comience a ser... medianamente interesante.
Para la tercera semana de vida ya podía caminar. Sí, los perros somos más avanzados que ustedes los humanos que tardan aproximadamente ocho meses o un año entero en poder usar sus piernas.
Punto para los perros y ninguno para los humanos.
Según Lorenz, ya no era del tamaño de su mano. También me dijo que comenzaba a chillar o aullar cada que él se iba, pero siempre me detenía cuando él comenzaba a cantar o tocar cualquier instrumento.
¿Sabías que es músico? Claro que lo sabes, ya lo has escuchado antes. Aunque él se hace llamar productor, no sé cuál es el término que mejor le queda a su pasión, solo sé que tiene un don para la música. No todo el tiempo, tengo que admitir, pues hay veces que tontea por la casa cantando de la peor forma posible. En esos momentos no me queda más remedio que rogarle, de cualquier forma posible, para que se calle de una vez por todas.
Aunque, cuando pasa por una situación difícil, está calmado, triste o la mayoría de veces que está feliz, suele cantar de una forma tan hipnótica que me calma. También lo hacía cuando era pequeño.
Hay cosas que nunca cambian, esa es una de ellas.
Otra cosa que al parecer nunca va a cambiar, no importa qué, es mis ganas de escapar para molestarle. Solo hizo falta tener control de mis cuatro patas para comenzar a encontrar sitios en los que esconderme, o simplemente salir huyendo de él.
—Eros, me debes la vida y así me pagas. Ma sei coglione? —Estoy seguro de que en aquel entonces me dijo eso mezclando idiomas, así como aún me lo dice cuando me dan arranques de molestarlo.
Aunque, para esos días, de seguro era más fácil esconderme bajo mesas, repisas, muebles, camas, en alguna gaveta abierta, dentro de los zapatos de Francesco, en las macetas de las plantas de Aileen...
Seguía siendo pequeño, el mundo era mi escondite. Tenía poder sobre él.
Al parecer era muy bueno escondiéndome, tanto así que Lorenz tenía que pedir refuerzos con sus padres. Algunas veces, según él, tenía que llamar a Jaden y Liah, pero era peor porque ellos traían a mis hermanos, entonces los tres huíamos.
Lástima que no recuerdo mucho de eso, debieron ser buenos tiempos.
Lo que sí recuerdo es que comencé a hacer mis necesidades en un sitio específico, no todo el tiempo, aún no tenía completo control sobre eso. Pero al menos no me hacía pipí sobre Lorenz, eso es un buen comienzo, ¿No?
—Chiquitos pero peligrosos. —Solía decir en broma Liah. Ya no puede decir lo mismo dado a nuestro tamaño.
Según ella, desde que crecimos, podemos causar el fin del mundo si nos lo proponemos. No veo por qué lo haríamos. Si se acaba el mundo ellos se irían, lo más probable es que nosotros también. En todo caso, suponiendo que mis hermanos y yo quedemos vivos, las cosas serían caóticas y tristes. ¿Quién nos daría de comer? ¿Quién saldría a pasear con nosotros? ¿Quién me regañaría por saltar en su cama?
Peor aún, ¿quién me cantaría para calmarme?... Si Lo no está en mi vida, yo no la quiero. ¿Me entiendes?
Sería aburrido no poder molestarle. Según él ese es mi propósito de vida, pero cuando termine de contarte esta historia, sé que estarás de acuerdo conmigo al decir que mi propósito es, o más bien fue, uno muy distinto.
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Lo que Eros tiene que hacer © | #1 ✓
RomanceLorenz tiene pésima suerte en el amor y la misión de Eros, su perro, es ayudarle a encontrar pareja. 🐾 Eros siempre tuvo claro su propósito en la vida: Ayudar a Lorenz con esa chica. ¿Que cómo lo supo? El olor a sudor en sus manos, además de su cor...
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