Una pequeña reforma

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Los rayos ardientes del sol se filtraban por las finas cortinas de la habitación, eran ardientes e insoportables, lo que hizo que me despertara. Al parecer iba a ser un buen día, al menos para tomar el sol. ‘Tomar el sol...’ eso me recordaba a Sharon y a lo irresponsable que resultaba ser.

Lo que supuestamente declaró ante el juez fue que se encargaría de mí a tiempo completo o todo lo que pudiera, y no lo estaba cumpliendo. Yo era la pequeña y ella la mayor aunque por lo visto habíamos intercambiado los papeles del rol.

Me levanté de la cama y fui al lavabo, ‘quizá esté exagerando...’ pensé mientras me cepillaba los dientes.

Lo nuestro fue muy duro, la muerte de nuestro padre quedaba muy reciente y todos los progresos que había realizado Ellie en la clínica se habían echado a perder. Ellie, nuestra madre, fue ingresada las navidades pasadas tras el trágico accidente de tráfico que tuvo con mi padre. El murió de camino al hospital debido a hemorragias internas graves. Ellie no se recuperó nunca, no tuvo ningun momento real de lucidez, fue una excelente cirujana casi tanto como lo fue de madre y lo perdió todo. Su carrera, sus hijas, su marido, su memoria, toda la vida en la que trabajó muy duro.

Sharon y yo fuimos a terapia varios meses, y si no fuera porque nos fuimos del estado, habríamos seguido yendo a esa terapia. A mi no me sirvio de mucho, por mucho que hubiese querido o quisiese a mis padres, yo era una persona fría y distante. Sharon se vió muy afectada a pesar de que John no fuese su padre, sino el mío, sufrió muchísimo.

Cerré el grifo, dejé caer el pijama y entré en la ducha. El agua hirviente caía sobre mi pelo, pasaba por mi espalda, mis piernas y acababa en el plato de la ducha. Sentía como todos los músculos de mi cuerpo se relajaban. Adoraba esa sensación de relajación, de pérdida de preocupaciones, de olvido de inseguridades, obsesiones y agobios. Cerré el grifo,y aun con los ojos cerrados palpé con la mano izquierda hasta dar con una gran y suave toalla.

El espejo tenía vaho, ‘menos mal, asi no me tengo que ver’ pensé. ‘Una preocupación menos’ sonreí para mí y salí del baño.

Abrí el armario, odiaba ese olor de armario de viejos, olia a pura naftalina y mi ropa estaba impregnada de ese horrendo olor. Tras vestirme me eché casi toda la colonia que me quedaba en el frasco. Me había pasado, en ese momento me estaba ahogando y atragantando con el olor de la colonia. Cogí lo primero que ví y salí.

En el pasillo estaba la señora de la limpieza, una señora voluminosa, morena con rasgos latinos y de cara amable. Le sonreí y seguí con mi camino, quería ir a mi casa a ver si la señora que había contratado había comenzado con sus tareas y para vigilar que Sharon no estaba allí estorbando.

Tras perder tres taxis y haber esperado una hora bajo el sol ardiente había llegado a casa.

Entré por el jardín trasero, y allí estaba Jordan, el hijo de Lacey, trabajando en el jardín.

- Hola señorita Chelsea, ¿que tal está?- preguntó educadamente, con una sonrisa tímida que poco a poco se iba desvaneciendo

- Buenos días Jordan, bien gracias. ¿Y tu? - no fui precisamente educada, pero tampoco irrespetuosa-. Y llámame Chelsea - al decir eso último me reí-.

El chico rondaría los veinte años y me hacía gracia que me tratara de usted, aunque yo fuera su ‘’jefa’’. Jordan era alto, moreno, esbelto, de ojos claros, cabello claro aunque no demasiado. Parecía un surfero de California, pero era jardinero y trabajaba para mi, y aunque quisiese o no le tendría todas las mañanas alegrándome la vista.

Pasé a la cocina, todo estaba reluciente, brillaba más que el sol esa misma mañana. En un rincón se encontraba Lacey sacando  lo que había en las cajas que estaban en la cocina.

Luck and Misfortune: una nueva vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora