Recuerdos Enterrados. Encuentros Desesperados.

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-No otra vez, todo menos esto- Susurró la reina vampiro apenas despertó de su siesta diurna.

Fue a la cocina y tomó una fresa. Succionó su color.

-El rosa beberé, de tu cara lo haré...- Se sorprendió cantando en forma de tarareo, suspiró y luego soltó un gruñido -¡No! No me puede pasar esto, no a mí-

Se dirigió a su cuarto, tomó un suéter azul de mangas largas y se colocó unos shorts negros. En los pies unas botas negras y se alborotó el cabello. Salió flotando por su puerta y se elevó hacia lo más alto de un árbol.

-¿Por qué me siento así? ¿Por qué?- Cerró los ojos y apoyó la cabeza en el tronco del árbol -¿Por que deseo esto? Agh... ¿Por qué canté esa estúpida canción?- Abrió los ojos y observó las estrellas, infinitas, brillantes -Son hermosas- Flotó nuevamente, esta vez sin rumbo alguno. Llegó a un lago con luciérnagas esparcidas por doquier.

Se sentó en el césped y se apoyó con sus manos.

-¿Por qué me siento así? Pero... ¿Qué es lo que siento?-

A veces, Marceline simplemente se sentía de una forma extraña. Lo que más predominaba en su cabeza era el color rosa, el delicioso olor a chicle. Bonniebel. Se conocían desde niñas, Marceline era indefensa, pasaba un momento difícil, y Bonnie evolucionaba lentamente, pasando de una goma derretida y pegajosa, a una hermosa niña humanoide mitad chicle, tan dulce como éste en cada aspecto. Marceline, quién había perdido a Simon, se refugió en aquella tierna chiquilla de cabellos rosa, pronto se convirtieron en mejores amigas. Marceline adoraba a Bonniebel, no se imaginaba sin ella, lo mismo pasaba con la niña chicle, no se imaginaba sin Marceline, sin su Marcy.

Eran polos opuestos, es cierto... Pero las cosas no iban mal entre ellas. Es más, iban exelentes, eran inseparables. Marceline siempre bromeaba diciéndo que Bonnie era como un chicle en el cabello, sólo te libras de él cortando el mechón afectado. Marceline sonrió nostálgicamente al recordar aquello.

Ambas crecieron, se llevaban cada vez mejor. Marceline era rebelde y fría con todos, menos con su Bonniebel. Bonniebel era cariñosa con todo el mundo, pero lo era el triple, el cuádruple o quizás hasta el quíntuple con Marceline. No fue sino hasta que Bonnie y ella fueron un día de picnic, estaban muy contentas. En un desafortunado momento una familia de mapaches mutantes se llevaron la comida y las dejaron sin nada, y con hambre. bonniebel se hallaba muy triste, y no había notado que su amiga sollozaba a su lado.

-Marcy... ¿E-Estás llorando?- Marceline sólo la miró con los ojos irritados, asintió y se aferró a Bonniebel -¿Te hicieron daño? Marceline dime si te hicieron daño- Bonnie se encontraba preocupada por Marcy, ella no solía ponerse así.

-N-No- Sollozó Marcy en la blusa de Bonnie, ahora bañada de lágrimas -La comida, Bonnie, se llevaron la comida- Lloró aún más.

-¿Eso es?- Bonniebel sonrió y tomó la cara de Marceline entre sus manos -Marcy, en casa tenemos más comida... No llores, porfavor, me duele-

-Pero es que... Es que yo- Dejó de hablar.

-¿Tu qué? Vamos, dime-

-Preparé esa comida para tí, con mucho esfuerzo Bonnie... Quería impresionarte y que la pasáras bien conmigo- Marceline se sonrojó y bajó la mirada.

-Mírame Marcy- La pelinegra la miró -No sabes cuanto te quiero, de verdad no sabes. Siempre la paso bien contigo, y escúchame bien, pase lo que pase yo siempre te voy a querer. No necesitas impresionarme, en serio no lo necesitas. Te admiro y te quiero por quién eres, por como eres. Jamás lo dudes- Bonniebel se quedó mirándola y la cara de la pelirosa se torno de un color rojo carmesí intenso.

El Hilo Rojo (Bubbline)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora