Mensajeras de las estrellas

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Las noches se habían convertido en el único momento en el que podían estar juntos dado que aún ocultaban su relación del resto de sus compañeros. Ninguno de los dos se sentía preparado para que todos se enteraran que eran una pareja. El que se llevaban mejor era evidente para todos, se habían reducido sus peleas y Bakugou no le gritaba tanto a Deku. Pero no sabían cómo reaccionarían todos a que fueran novios, a pesar de que habían reaccionado bien a la relación de Kaminari con Shinsou, no dejaba de haber un poco de temor de ambos de que no lo tomaran con tanto entusiasmo.

Katsuki, sobre todo, temía que algunos de los amigos más cercanos de Izuku no estarían muy contentos de saberlo. Era su culpa si dudaban de él, eso le hacía rechinar los dientes y querer golpearse a sí mismo, avergonzado del daño que le había provocado a Izuku por tantos años. Y aunque ya se había disculpado con él, era consciente que tenía que hacer más cosas para resarcir el daño, por más que Deku...no, Izuku, le dijera una y otra vez que está bien, que lo perdonaba. Tenía suerte, pero jamás lo admitiría.

Hacía algo de frío, sobre todo cuando soplaba el viento, tirando las hojas amarillentas y cobrizas de los árboles. A Katsuki no le gustaba el frío, pero tenía sus ventajas, como sentir el calor de Izuku recargado en su pecho mientras que él lo rodeaba con sus brazos, calentándolos a ambos. El silencio era agradable, los dos meditando en sus propios temas, deleitándose de la compañía del otro. Izuku adoraba sentir cómo el corazón de su Kacchan latía contra él y el aroma dulce de su novio le embriagaba y lo tranquilizaba.

—¿Te acuerdas de cuando cazamos luciérnagas? —rompió el silencio Izuku, girando la cabeza para mirar a Katsuki.

Bakugou se acordaba, a pesar de haber tratado por tanto tiempo de olvidarla. Era una de sus memorias más preciadas, pero trataba de no pensar mucho en ella antes de U.A., pues le traía un amargo resentimiento.

Tenían cuatro años. La singularidad de Katsuki acababa de revelarse y estaba orgulloso de que fuera algo tan poderoso y asombroso. La singularidad de Izuku seguía sin revelarse, y en ese entonces no sabían que no lo haría, pero a Bakugou lo hacía sentirse superior el haber ganado en eso.

—¿A dónde vamos, Kacchan? —preguntó Izuku intrigado, caminando detrás de él con una red similar a la suya.

—Ya verás.

Caminaron unos cuantos metros —en su momento les pareció a ambos que eran kilómetros enteros— en la parte arbolada del parque, hasta que llegaron a su destino.

—¡Woao!

Katsuki miró con una sonrisa de satisfacción y suficiencia a Izuku que tenía los ojos bien abiertos, asombrado de la vista. Cientos de pequeñas luces revoloteaban en el claro, brillando intermitentemente.

—¡Son luciérnagas, Kacchan!

—Se dice luciérnagas —corrigió el rubio caminando hacia las luces que se dispersaron para que no las tocara. Los ojos de Izuku brillaron de emoción cuando se acercó para ponerse a su lado.

—Dice mi mamá que las luciérnagas son las mensajeras de las estrellas...

—Y que si atrapas una y le pides un deseo antes de dejarla ir suben hasta el cielo para decirle a las estrellas que lo cumplan —terminó Katsuki, sin preocuparse por corregirlo otra vez. Él conocía la historia, puesto que se las había contado a los dos una vez que se quedó a dormir en casa de los Midoriya.

—¿Para eso son las redes? —preguntó Izuku que daba saltitos sin dejar de mirar embelesado a las luciérnagas que al estar ellos quietos volvían a rodearlos.

—Pues claro que para eso son —Katsuki sacó un frasco de la mochila que llevaba, la tapa tenía muchos hoyitos—, y esto es para que las pongamos ahí.

—¿Crees que si atrapamos muchas el deseo tenga más posibilidades de cumplirse?

—Quién sabe. Pero te aseguro que yo atraparé más que tú —retó.

—Eres increíble, Kacchan —dijo Izuku sonriendo—, pero voy a intentar ganarte.

Katsuki resopló burlón y empezó a mover la red para capturarlas. Las luciérnagas volvieron a dispersarse huyendo de las redes de los dos niños que reían al intentar capturarlas.

El juego duró un buen rato, pues las luciérnagas escapaban de las redes al intentar meterlas al frasco antes de que lo cerraban. En realidad, era imposible contar cuántas luciérnagas atrapaba cada quién. Hubieran seguido jugando más tiempo, pero el grito de sus madres llamándolos para volver a casa los interrumpió.

—Pidamos el deseo ahora —dijo Katsuki sosteniendo el frasco enfrente de él, arrugaba el entrecejo tratando de concentrarse y contar a las luciérnagas atrapadas, pero dado que se movían de un lado a otro era una tarea imposible. Izuku se posicionó enfrente de él imitando su expresión, aunque no porque intentara contarlas.

Ambos cerraron los ojos, pensando su deseo con intensidad.

Cuando abrieron ambos los ojos Bakugou abrió el frasco, la veintena de luciérnagas salió volando hacia arriba. Katsuki sonrió al ver el reflejo de sus luces en los ojos verdes de su amigo. Confirmando su deseo.

—Sí, me acuerdo —contestó, estrechando a Izuku y recargando su cabeza en el hombro de su novio.

—Estaba pensando... ¿qué pediste?

—No te puedo decir.

Izuku se rio.

—Seguro pediste ser el héroe número uno.

—Eso seguro pediste tú, estúpido nerd.

Izuku agitó la cabeza suavemente.

—Pedí que fueras mi amigo para siempre —reveló—, yo sí puedo decirte porque mi deseo no se cumplió de cualquier forma. Porque ahora no somos amigos, somos más.

Bakugou bufó fingiendo indignarse, pero su corazón se sentía calientito y no pudo evitar sonreír.

—Espero que mi deseo sí se cumpla.

—¿No me puedes decir qué fue?

—No, si te digo no se cumplirá.

—Bueno, sólo dime algo. —Izuku le puso ojitos suplicantes.

—¿Qué?

—¿Pedirías lo mismo hoy?

«Ser el héroe número uno, y que Izuku esté conmigo cuando eso pase» ese había sido su deseo. La amargura y resentimiento que sentía al recordar ese momento venían de que él mismo se había encargado de destruir esa posibilidad con los años, pero ahora tenía otra oportunidad.

—Lo pediría distinto, pero sí.

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