Recuerdos del lago (One Shot)

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Rᴇᴄᴜᴇʀᴅᴏs ᴅᴇʟ Lᴀɢᴏ


Kagome e Inuyasha estaban siendo conocidos por toda la zona cercana a la aldea de la anciana Kaede, en donde habitaban como un matrimonio. A Inuyasha no terminaba de convencer la idea de viajar tanto y exponer a su esposa a tantos peligros, pero al verla feliz ayudar a otros... no podía evitar terminar de cumplir sus pedidos.

En una ocasión fueron hasta una aldea bastante alejada, e Inuyasha reconoció el nombre de aquel lugar desde que se lo dijeron a Kagome. No quería ir, estaba seguro que aquello le traería recuerdos... pero su amada pelinegra se emocionó con la idea de ayudar a unos niños que necesitaban medicinas en aquel lugar.

No hubo manera de discutirlo, al salir el sol estaban emprendiendo camino al lugar.

Inuyasha recordaba muy bien... esa aldea en donde se había criado con su madre. El lugar en donde tanto lo habían discriminado y herido, y en donde al final había perdido a su madre para siempre.

Esos aldeanos lo habían abandonado a su suerte cuando su madre enfermó, y allí en ese bosque en donde ahora él y su esposa caminaban... lo habían atacado feroces monstruos con intención de acabar con él.

Cuando llegaron al lugar, él dejó que ella fuese sola hasta la aldea y decidió esperarla en el lago que estaba a un costado de esta.

― ¿En serio no quieres venir, Inuyasha? ― ella musitó mientras le acariciaba el rostro.

El negó con la cabeza.

― Esperaré aquí a que termines, así que no te tardes ― agregó seco.

La Miko sabía que algo le ocurría, pero no era el momento de preguntarle ― se dijo a sí misma― así que besó cortamente sus labios y bajó hasta la aldea, sintiendo como Inuyasha la seguía fijamente con la mirada.

Cuando el ceñudo peliplata se convenció de que Kagome había llegado bien hasta la aldea, se dirigió hasta el lago y metió sus pies dentro del agua un momento.

Su reflejo se veía, y la última vez que estuvo en ese lugar era un niño. Fue como si no hubiesen pasado casi doscientos años desde que estuvo allí... Fue sólo un suspiro, en cambio para su madre humana eso sería una eternidad.

𝐼𝑧𝑎𝑦𝑜𝑖... 𝑙𝑎 ℎ𝑒𝑟𝑚𝑜𝑠𝑎 𝑝𝑟𝑖𝑛𝑐𝑒𝑠𝑎 𝐼𝑧𝑎𝑦𝑜𝑖― pensaba él― 𝐿𝑎 𝑟𝑒𝑐𝑢𝑒𝑟𝑑𝑜 𝑎𝑢́𝑛 𝑞𝑢𝑒𝑟𝑖𝑑𝑎 𝑚𝑎𝑑𝑟𝑒.

En ese lago, una vez ella le había contado una leyenda que él nunca había terminado de olvidar por completo.

"𝐸𝑙 𝑟𝑒𝑓𝑙𝑒𝑗𝑜 𝑑𝑒𝑙 𝑎𝑔𝑢𝑎 𝑠𝑜́𝑙𝑜 𝑚𝑢𝑒𝑠𝑡𝑟𝑎 𝑡𝑢 𝑖𝑚𝑎𝑔𝑒𝑛, 𝑝𝑒𝑟𝑜 𝑠𝑖 𝑐𝑖𝑒𝑟𝑟𝑎𝑠 𝑙𝑜𝑠 𝑜𝑗𝑜𝑠 𝑐𝑜𝑛 𝑓𝑢𝑒𝑟𝑧𝑎 𝑣𝑒𝑟𝑎́𝑠 𝑎 𝑞𝑢𝑖𝑒́𝑛 𝑎𝑚𝑎𝑠" decía Izayoi.

El pequeño Inuyasha cerraba los ojos, y al abrirlos... su madre estaba a su lado reflejada siempre. Porque ella nunca lo había dejado hasta el día de su muerte, lloró y luchó por él con uñas y dientes.

Pero aún así se fue... y él nunca pudo decirle cuanto la quería, porque las palabras no eran lo suyo. No tenía la suficiente edad para entender cuando su madre murió... que ya no podría verla jamás, porque los humanos y los demonios van a lugares diferentes cuando mueren.

Era apenas un niño cuando se quedó sólo... pero ahora tenía a Kagome.

El miedo lo embargaba cada vez que pensaba en ella y su condición de humana, es por eso que buscaba el mayor tiempo posible a su lado... y llenarla de amor, que, aunque él no pudiera decírselo en palabras, siempre se lo había demostrado.

Pasaron las horas, y cuando finalmente el semidemonio se cansó de esperar... cerró los ojos un momento. Los volvió a abrir enseguida, cuando sintió una mano posarse en su hombro.

Al recuperar la visión vio a Kagome y a él mismo reflejados en el lago. Ella le sonreía tiernamente y lo abrazaba desde su espalda.

"Si cierras los ojos con fuerza, verás lo que amas" recordó.

― Kagome... ― susurró.

― ¿Estabas dormido? Lamento despertarte ― ella musitó sentándose a su lado.

― No, no estaba... no importa ― él no apartaba su mirada del reflejo del lago.

― Oye Inuyasha... Te veo muy pensativo desde que llegamos ― ella tomó su mano con cariño ― ¿Me dirás que ocurre?

Él apretó la mano alrededor de la Kagome con fuerza y volvió a cerrar los ojos.

Era extraño para él, pero sentía la necesidad de decirle a Kagome... lo que sentía cuando estaba con ella.

― Mi madre vivía aquí junto conmigo cuando era niño. Ella decía que la persona que se refleje en estos lagos a tu lado, es la persona que amas... ― el chico seguía mirando a ambos reflejados.

La miko entendió lo que significaba que esa aldea fuera su origen natal. Aquellos aldeanos significaban el rechazo que Inuyasha sintió en su vida temprana.

― Inuyasha... ― ella susurró con ternura.

No podía decirle nada más, sólo quería manifestarle su apoyo incondicional... así que también se quedó mirando el agua cristalina en la que Inuyasha tenía perdida la mirada sin soltar su mano nunca.

― Nunca fui bueno con las palabras, Kagome― el musitó cerrando los ojos― Siempre te he dicho lo que significas para mí, que te protegeré... pero nunca te he dicho cuanto 𝑡𝑒 𝑎𝑚𝑜.

Kagome sintió sus ojos humedecerse. En efecto, era la primera vez que Inuyasha le decía con palabras tan directas... 𝑇𝑒 𝑎𝑚𝑜.

― I-Inuyasha... ― ella tartamudeó y lo miró a los ojos.

Él se volteó a verla y conectaron sus miradas.

― No es una coincidencia que te conociera, tampoco lo es que te viera reflejada en este lago. Esta aldea me trae muy malos recuerdos, de cómo las personas buscaban cambiarme, incluso Kikyo... a algo que no soy. Pero tú... 𝑇𝑢́ 𝑚𝑒 𝑎𝑚𝑎𝑠𝑡𝑒 𝑦 𝑚𝑒 𝑒𝑛𝑠𝑒𝑛̃𝑎𝑠𝑡𝑒 𝑎 ℎ𝑎𝑐𝑒𝑟𝑙𝑜.

Su mujer soltó unas lágrimas que cayeron hasta las manos entrelazadas de ellos.

― Eres perfecto, tal y como eres... ― ella musitó en un leve llanto.

Inuyasha le sonrió enternecido mientras con su mano libre limpiaba una de las mejillas de su esposa.

―Yo no era nada antes de conocerte, Kagome. Tú me sanaste y me quisiste a pesar de ser un idiota.

Kagome tuvo que reír un poco entre lágrimas.

― Y-Yo no hice nada extraordinario, yo-

― No hace falta que hagas nada, porque tú eres 𝑒𝑥𝑡𝑟𝑎𝑜𝑟𝑑𝑖𝑛𝑎𝑟𝑖𝑎 ― él la interrumpió ― Y mi madre sabía que un día te encontraría. Estoy seguro que ella estaba convencida de que te miraría a través de ese lago... y así podría confesarte mi amor con palabras.

La joven se echó a llorar en los brazos de su esposo, no podía guardarse todas esas lágrimas de emoción que corrían por sus mejillas. Él la abrazó y todo el tiempo sostuvo su mano entrelazada.

Esa tarde, Izayoi sonreía desde lo alto. Al fin alguien podría acunar a su hijo en brazos y amarlo tanto como ella lo amó desde el primer día.

"𝐶𝑖𝑒𝑟𝑟𝑎 𝑙𝑜𝑠 𝑜𝑗𝑜𝑠 𝑦 𝑣𝑒𝑟𝑎́𝑠 𝑎 𝑞𝑢𝑖𝑒𝑛 𝑎𝑚𝑎𝑠"

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