3. Julito
La avenida frente a la tienda era una gran parranda. Las personas mostraban ánimo carnavalesco, caminaban de un lugar a otro muy entusiasmadas. Algunos se alejaban calle arriba donde los números de las transversales llegaban a ser intermitentes, otros bajaban en dirección a la calle Primera.
La gran tienda era un ente recién liberado que absorbía sueños y bienestar, del mismo modo que marcaba sin ambages el linaje de las personas.
–Ni en seis meses completo el dinero para los zapatos de mi hija –rezongó una mujer afligida. No levantaba la frente mientras se encaminaba hacia el parqueo–, tendrá que seguir con sus ripios –exclamó justo al llegar al garaje.
–No coja lucha, señora, que lo único que no tiene solución en la vida es la muerte. Imite a los ricos. Siempre entran y salen risueños de la tienda y nunca se ven molestos. ¡Ríase, mujer! Haga que todo le resbale –la mujer hizo un esfuerzo por reír, sin lograrlo–. Tómese unas pastillas TTAM, son muy buenas para su problema… míreme cómo me tienen –y Julito, el cuidador de bicicleta, sonrió ampliamente.
–¡Yo no tengo dinero para esas pastillas, si son tan buenas deben de venir de afuera, seguro que las venden en dólares! Ni pa’ los zapatos de mi hija tengo… la pobre está descalza.
–Despreocúpese que ese tratamiento es gratis –aseguró Julito ante la incredulidad de la mujer que tuvo un rapto de esperanza– Tíralo Todo A Mierda, esa es la mejor medicina que existe, son mis pastillas, le harán muy bien –aseguró.
Ella sonrió momentáneamente, por compromiso, para no quedar como antipática además de miserable, pagó dos pesos por el parqueo y se perdió dando pedales hacia la inopia, calle arriba.
–Tú sí eres un alma de Dios, un angelito, nagüín –dijo Nicasio que había escuchado el sermón de Julito.
–Na’, asere, es una nueva clientica… me le hice el dulce y el bueno pa’ que me pagara los dos pesos ¡Aquí se aparecen cada zarrapastrosos queriendo pagar cincuenta centavos por mi trabajo! ¡Con lo caro que están los chivos!
–¡Dímelo a mí!, que he chocado con cada gente… no te preocupes, nagüín, que a partir de hoy vas a hacer un buen baro.
–Sí, te creo, cuéntame otra historia, en cuanto tu socita abra el garaje y te mande a parar en el medio de la calle, no gano un peso más.
–¡No jodas!, ¡ella ya no es mi socita!, ¡ahora es una descara’!
–¡Eh!, ¿y desde cuándo es eso?
–¡Ah! Pero estás detrás del palo y cogiendo sombra, nagüín, ayer tuve tremenda chángara con esa singa’. La muy hija’ e puta me botó del parqueo, me dejó sin pincha, nagüín.
–Es que ustedes vienen de casa de la pinga a robar y a estar inventando.
–¡Coño, te juro que no le robé, nagüín! Tú eres testigo de cómo yo jalaba bicicleta para esa sinvergüenza.
–Yo de lo que soy testigo es de tu sofocadera… bebes como condenado, eres un alambique; echas humo como una chimenea, lo mismo te da un tabaco, un cigarro, que un pito de marihuana; inhalas cualquier cantidad de polvo, lo que venga, hasta talco industrial. Juegas cualquier cantidad de dinero, hasta el que no tienes. Y para colmo, eres tremendo jamaliche, un barril sin fondo para la comida. Asere, ¿pa’ que tú viniste a la capital?, ¿a poner más malo esto?, ¡Porque hasta de chivatón te enrolaste!
–Nagüín, apretaste ¿eres amigo o enemigo?
–Amigo, consorte, pero no vengas a querer pintarme de guanajo, que yo sé de la pata que cojeas.
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Los ahorcados: novela policíaca
מתח / מותחןAntes de arribar a los ciento cincuenta años, Mezquida confiesa a Orestes, un ex policía moribundo, los pormenores de un asesinato ocurrido medio siglo atrás; más que una confidencia, es un recuento de las motivaciones individuales de los personajes...