Los ahorcados: novela políciaca (Parte 3)

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5. Pepito

Pepito sentía lástima de su viejo televisor de válvula. Sufría al imaginar que un frío ártico quemaba sus entrañas. Por él vendió su alma al Diablo durante una reunión en su trabajo, en la que salió a colación su alcoholismo y una acusación de cornudo.

Sufría, de la misma manera, al escuchar el sonido moledor de erres y rastrero, emanado de la bocina del aparato por el cual había sido tan vilipendiado, inclusive, por amigos y compañeros de trabajo de toda la vida, quienes le discutieron el bono dador del derecho a comprarlo.

Después del divorcio fue a parar a un apartamentico confinado y húmedo de un edificio con aspecto tenebroso. La división de bienes había sido una verdadera rapiña de todo cuanto tenía. Perdió hasta las pertenencias heredadas de sus padres. Entró al nuevo hogar solamente con el televisor; se aferró a él de tal manera, que ni las desventajosas leyes antiesposos lograron arrebatárselo.

Allí, en medio de una soledad avasalladora, pasaba horas sentado detrás del televisor destapado, con la intención de descifrar la clave para liberarlo de la maldición.

Paneque, un vecino colindante y de similar trayectoria conyugal; el televisor marcaba la diferencia, se solidarizó con el vecino recién llegado y, para fomentar la amistad entre ellos, diariamente recalaba en el apartamento contiguo con una bendecida botella de algún ron de marca.

El gesto creó una cofradía alcohólica que hizo remover el solipsismo en la mente de Paneque, al despertar su antaño conocimiento de electrónica de cuando trabajó como técnico de la RCA Víctor. Allí llegó con su estuche con herramientas para el trabajo con la electricidad.

Durante una de las iterativas sesiones de exorcismo televisivo, el vecino determinó, y así se lo hizo saber a Pepito, que la aberración en el sistema de sonido del aparato se debía a su procedencia.

–¡No me vengas con esa, mi socio!..., ¿te me vas a rajar ahora?

Paneque se empinó de la botella de ron.

–¡Oye, oye, para ahí, no sigas chupando, mi hermanito! –exclamó Pepito, y de un golpe le arrebató la botella de la mano— Si tienes sed, pégate a la pila del agua.

El hombre sediento soltó una carcajada fantoche; liberadora de un hipo de igual calaña.

–¡Ya la tengo! –gritó eufórico, dando la impresión de que los constantes saltos del hipo le habían desprendido alguna solución enquistada en la mente— Para que el televisor hable en nuestro idioma, sustituye todas sus válvulas originales por las viejas válvulas de los malos... ¡Esas sí eran las caballas! —bajó la cabeza en señal de duelo— Total, yo no tengo ni televisor, esa sala' me lo quitó to', hasta los niños.

El compañero, en un arranque de solidaridad, le devolvió la botella de ron.

–Tócate, mi hermanito.

Paneque bebió un largo trago. Erguidos en la posición de sentado miraron con tristeza el último cuarto de ron. Dos botellas anteriores posaban debajo del centro de mesa.

–Dime, mi hermanito, ¿de dónde voy a sacar válvulas antiguas a estas alturas de la vida?... si desde hace un burujón de años que de los malos aquí no entra na'.

–Salgamos a cazarlas, por ahí deben de existir aparatos de esa gente arrinconados en alguna esquina.

6. Nora

A las diez de la mañana llegó Nora, la dueña de la casa, que no alcanzó a ver el cadáver. Fue interceptada en la escalera cuando intentaba entrar desapercibida, escurriéndose con sigilo.

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⏰ Última actualización: Dec 19, 2018 ⏰

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