ᥫ᭡ Prólogo

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El sol se escondía, las estrellas salían a bailar. Las nubes, amarronadas y amenazantes por la agonía de la noche, se preparaban para una oleada de chaparrones y vientos helados.
Sus abuelos lo esperaban en casa con la comida en el microondas. Ya les era costumbre que su nieto escapase antes del anochecer. Su tranquilidad persistía, ya que siempre terminaba volviendo para acostarse e ir a dormir. Pensaban que era su propia forma de llevar el hecho de haber sido abandonado por sus padres, bueno, no era tan así. Pero para un adolescente, que sus padres desaparezcan de la noche a la mañana era algo impactante.

Pero la realidad era otra. Un Beomgyu de quince años, entristecido y con el corazón partido en pequeños pedazos, sollozaba en el ático del granero de su abuelo. Ese era su pequeño escondite, un lugar cerrado, silencioso, y con un paisaje apasionado. Dicho lugar estaba repleto de objetos antiguos; cuadros, vasijas, libros de recetas.. cosas que no le interesaban.

Su mente vagaba lentamente de recuerdo en recuerdo, haciendo que sus lágrimas fluyan con libertad por sus mejillas.
No sabía por qué le dolía tanto. La indiferencia con la que su amor platónico lo trataba lo hacía sentirse tan pero tan mal.. A veces pensaba que, lo hacía para no hacerlo pasar un mal momento a la hora de rechazarlo. Pero, llevaba varios días así. Llorando por cada vez que lo ignoraba, llorando por cualquier cosa. Ahora mismo agradecía que su padre lo haya dejado en el trasero del mundo. Si él estuviera ahí, probablemente lo llamaría marica, o algo similar. Como siempre hacía.

"¿Necesitas ayuda?" una voz un tanto ronca y nasal lo sorprendió en un abrir y cerrar de ojos. Beomgyu rápidamente observó cada esquina del cuarto, sin encontrar nada. "Estoy aquí, pequeño Beomgyu.." volvió a decir, esta vez con un tono burlón. El mismo llevó su mirada hacia el techo, donde, en unas tablas de madera, vio a un gran gato blanco y obeso mirarlo atentamente desde la altura.

— ¿Q-quién eres tú? U-usted.. ¡no me haga daño! — Suplicó el menor, limpiando sus lágrimas con la manga de su sudadera y cubriendo su rostro con temor, mientras su voz se rompía. Luego planteó, ¿qué hacía un gato flotante y regordete revoloteando en el granero?

— Sin presiones, muchachito. — Habló el extraño ser, bajando la altura y quedando exactamente frente a él. — Tengo la solución de todos tus problemas, ¿estás interesado?

Sonaba amable, aunque hablaba con un tono pícaro y utilizaba esa distintiva voz rasgada que erizaba todos los vellos de su piel. Sin más preámbulos, el pelinegro continuó.

— ¿A qué se refiere? ni siquiera sabe quién soy. — Le respondió con algo de tensión. — Ni siquiera me llamo Beomgyu..

— Entonces me confundí, supongo. — Parló el gato, tomando su mentón entre sus patas. — ¿Choi Soobin?

Sus ojos se abrieron rápidamente con una notable preocupación. Su boca imitó la acción y el gato soltó una carcajada.

— ¿¡Soobin!? ¿¡Qué pasó con él!? — Preguntó asustado, poniéndose de pie instantáneamente. Segundos después, se dio cuenta de su error. — Está bien.. yo soy.. — Logró tartamudear antes de ser interrumpido.

— ¿Sabías que Soobin ama a los gatos? — Preguntó aquel ser, elevándose en el aire y alzando una ceja con picardía. — Gatos de todos los colores, tamaños y personalidades.. — Agregó. — Y tú lo amas a él. ¿No es eso cierto? — Viéndose acorralado, Beomgyu asintió con un movimiento leve de cabeza. — Entonces.. bien. En palabras simples, pequeño y sabio Beomgyu, tengo la maravillosa habilidad de hacer tus deseos realidad. Sé perfectamente que, después de esa información, estás deseando con todo tu ser convertirte en un adorable minino.

El menor se mantuvo en silencio, mirándolo con rareza. Comenzaba a creer que su locura y tristeza estaban haciéndolo alucinar.

— Te explico; no es una habilidad, sino, un intercambio. Pero hablaremos de eso más tarde.. — Continuó el intruso, meneando su cola larga y peluda. — Espero que mi oferta te interese. Tienes tiempo hasta mañana para darme una respuesta, ¿bien? en ese caso, búscame aquí. Te estaré esperando.

Y ¡poof! el gatito volador se esfumó en el aire. Pero no se fue sin más, porque al momento de desaparecer, algo parecido a un collar apareció en el lugar que había ocupado.
Horrorizado, el quinceañero atinó a correr hacia su hogar, con su cabeza en las nubes, olvidando el mal de amores y pensando en los pros y contras de convertirse en un enamorado micifuz. Aunque primero tenía que asegurarse de no ser parte de una ilusión.

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