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* relaciones sexuales.


Despertó tarde una vez más. Le dolía toda la cabeza y su piel parecía estar entretejida con las sábanas. Ahora no solo le costaba aguantar el pesar de sus ojos; sus brazos y piernas no obedecían a sus instintos. Sus cabellos eran un total desastre y, durante todos aquellos días, no habían ánimos ni para cepillar sus dientes, bañarse, bajar las escaleras, alimentar a los gatos o siquiera caminar. Andaba regodeándose en bebidas, café, goma de mascar y té de sabores.

—Uh... —traía una jaqueca desde ayer que se diseminaba por la parte frontal de su cara, y le era un fastidio— Agua... —palpó el suelo desde la colchón y halló la botella, vacía— Ugh...

Terco prefirió bañarse y asearse antes de volver a repetir el ciclo lánguido. Ya se había desprendido de sus ropas para ir al baño y cerrar la puerta como de costumbre. Sin embargo, esa mañana la dejó abierta para que llegase el fulgor de los rayos del sol a su cuerpo, brindándole una calidez grata a su alma. Aquello le había dado las ganas suficientes para entrar a la ducha de una vez y sumergirse en los fríos cántaros. Era extraño sentir el calor de las luces entremezclado con la gélida agua, pero fue indescriptible y deleitoso. Sintió sus malestares abandonarle por unos instantes y suspiró. Sus manos se paseaban por sus costillas, ahora algo más prominentes; sus brazos delgados; su pequeño estómago; sus muslos... Y se sintió bien.

Esta vez evitó el espejo; no quería deprimirse con ello. Se cepilló los dientes evitando su reflejo y cuando acabó prendió la radio en una estación al azar. Comenzó a tocar un harpa y cerró sus ojos. Así mismo se vistió, con los párpados caídos, y antes de colocarse unos zapatos la puerta sonó.

Abandonó la habitación, bajó la estrecha escalera y dejó la melodía ser. Se oyeron traqueteos por el techo, lo que significaba que los gatos merodeaban en los tejados cazando aves. Se cruzó con cosas en el suelo y las apartó con su pie descalzo. Abrió la cortina de la única ventana que no estaba tapizada con maderas en el primer piso y lo vio... A través del cristal, esperando en la puerta.

No le hizo más espera y abrió, con la sangre recorriéndole como chorros de agua descendiendo de una fuente, y su visita fue amena. Su visita fue como una medicina y un aliento. 

Ninguno habló, ninguno se movió. Sus ojos contrastaban temor, pero el orgullo se les iba resquebrajando de a poco en sus ojos cuando admitieron cuánto les afectaba estar fingiendo descaradamente que se necesitaban del uno al otro. 

Jungkook se lanzó a abrazarle.

—Tae... —respiró en su cuello mientras siente su nariz enrojecer por las lágrimas que brotaban. Sintió en sus manos la espalda de Taehyung y tuvo deseos de arroparlo, protegerlo y nunca haberlo dejado solo por mero egoísmo. Sufría entre sus brazos, y Taehyung también lloró— Qué estás haciendo...

—No lo sé... —su voz intentaba no romperse— Yo solo... Quería ser mejor...

Jungkook se separó de él y la vieja puerta se cerró sola de un solo golpe, rechinando.

—¿M-Mejor cómo? —quiso saber.

—Mejor —replicó, agachando la mirada y limpiando su rastro de lágrimas—. Como tú...

Jungkook inquietó.

—¿Cómo yo? —buscó los ojos decaídos del pecoso— ¿Por qué?

Taehyung alzó su mirar, su inexpresión enmarañaban los latidos del corazón y solo dejaba el desasosiego plantado en el cuarto.

"¿Por qué?" quiso entender Jungkook.

—Porque eres hermoso.

Suspiró al escucharle y evitó sus marrones orbes. Sintió su corazón latir como si fuese la primera vez que Taehyung le hacía caer enamorado, y un sonrojo se les vino a la cara. 

caótico, libro 2 • taekookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora