Capitulo 1. El despertar

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De entre las tinieblas de la noche que llenaban el lugar, se levantaban dos lámparas encendidas con una débil flama, junto a lo que fueron altos pilares del templo. Los dos únicos postes del dosel, que aún se mantenían de pie, sostenían una delgada cortina de seda roja que se movía con el gélido viento que soplaba. Recostada en el atrio del altar, permanecía inmutable la figura femenina de cabellos completamente descoloridos, de tez pálida casi transparente y labios de un intenso escarlata que portaba una fina armadura de plata y sostenía una espada entre los dedos amoratados por el frio, ambas salpicadas con sangre que ya había secado.

Desde el cielo, inmensos y negros nubarrones dejaron caer nieve, que poco a poco comenzó a llenar las ruinas del salón, incluso en aquel cuerpo inmóvil, acomodándose en el rostro desprovisto de vida, lavando la espada y la armadura.

Así permaneció todo en perfecta calma.

- ¿Cuándo despertará?- dijo una vos que parecía provenir de la nada.

- No lo sé – respondió otra – Ni siquiera tengo por seguro que esto haya funcionado.

- ¡Tiene que funcionar!- gritó otra vos de la misma naturaleza que las anteriores- ¡Tara, eres nuestra última esperanza!

Justo después de terminar la oración reapareció la respiración, que comenzó con pequeños y espaciados cúmulos de exhalaciones vaporosas que luego se fueron normalizando.

- Por poco pensé que esto fallaría – suspiró aliviada una de las voces. - Afortunadamente funcionó, a pesar de todo.

- Pero lo que debería preocuparnos es el hecho de que... -se detuvo notar que la joven había despertado.

Tenía abiertos los ojos, grises, con la mirada perdida. Después, le comenzó a subir el color a las mejillas y la nieve que estaba es su rostro se derritió, sus pupilas se dilataron y empezó a reaccionar. Pudo ver la nieve en medio de la obscuridad, se sentó y al darse cuenta que tenía en las manos una espada la examinó de largo a largo y a tientas la enfundó casi instintivamente. Cuando se disponía a irse, entre las ruinas resonó un quejido, ella se quedó muy quieta y despacio recorrió la cortina, bajó del altar, tomó una antorcha y la encendió con el fuego de una de las lámparas. De nuevo se escuchó el quejido y se movió al lugar de donde provenía.

Al acercarse descubrió entre grandes escombros a un hombre, delgado, cubierto de nieve y polvo. Movió dos grandes rocas, pasó los brazos alrededor de él y lo levantó.

- ¡Tara! - dijo el hombre sorprendido.

Luego ella lo sostuvo para caminar.

- Tara, - dijo preocupado- ¿Te sientes bien? ¿Qué es lo que te pasa?

Pero ella solo se limitó a observarlo con el rabillo del ojo, el hombre, no salía de su asombro y se aventuró a preguntar de nuevo.

- Tara ¿Por qué no me dices nada? - un nudo en la garganta hizo que la vos le temblara- ¿Sabes quien soy?

- No.

- ¡No puede ser! - exclamó el hombre y las piernas se le vencieron.

La joven, al no poder sostenerlo lo recostó en medio del salón, el hombre comenzó a respirar muy agitado.

- ¿Hombre, que le sucede?

- ¡El libro! - dijo con los ojos desorbitados - ¡El libro, Tara!

- ¿De qué me está hablando?

-¿Dónde está el libro? ¡Rápido, ve y búscalo, debe de estar en el atril, frente al altar!

La joven obedeció, y se fue corriendo a buscar el libro, pero en el atril no había nada. Se lo informó al hombre.

Tara, la hija de la Cuarta LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora