Hacia 1950, una época mágica de la historia de Montevideo que parece evocar imágenes de viejas películas y fotos en blanco y negro, el Cementerio del Buceo era una cosa muy diferente a lo que hoy conocemos. No tenía muros hacia la Rambla y casi no era otra cosa que una extensa zona despoblada y mal iluminada que por las noches se tornaba un poco tenebrosa. Apenas si dos o tres casas se contaban en los alrededores. Allí cerca, y más específicamente en las postrimerías de la hoy llamada “curva de la muerte”, había una parada del tranvía. En ella, todas las noches, al regresar de su trabajo, se bajaba un joven periodista de un diario de la capital llamado Germán.
Cierta vez, al descender como todas las noches del tranvía, Germán vio parada allí una joven, muy bella, de larga cabellera negra que ondeaba al ritmo del viento, cubierta con un vestido de color blanco. Tenía una apariencia muy tímida y en sus manos llevaba una carpeta repleta de partituras musicales. A Germán le llamó poderosamente la atención sorprenderla a esas horas caminando en solitario por la Rambla sin otra compañía que el sonido del mar. Y como sintió por la chica una atracción irresistible, decidió hablarle. Se acercó entonces inventando cualquier excusa y le dijo lo que se suele decirse en esos casos.
La muchacha, dicen, le respondió con cortesía y en seguida los dos se pusieron a conversar animosamente. En aquel diálogo Germán pudo enterarse de que la joven se llamaba Alicia, que estaba aprendiendo a tocar el piano y que casi todas las noches iba a estudiar a un conservatorio que quedaba por allí cerca. El joven también le dejó saber a Alicia algunos detalles de su vida. Estuvieron charlando durante un rato bastante largo hasta que la joven dijo que ya se estaba haciendo un poco tarde y que debía regresar a casa. Germán se ofreció a acompañarla. Alicia, luego de unos instantes de indecisión, estuvo de acuerdo.
Los dos jóvenes caminaron juntos amigablemente por la Rambla, bajo una noche cargada de estrellas, cuando por fin llegaron a la puerta de entrada a un viejo caserón. Se trataba de un edificio de arquitectura majestuosa, la lujosa mansión de una familia de clase media-alta, distinguido y ostentoso como los de casi todas las que habitaban el barrio del Buceo por entonces. Allí los dos jóvenes se despidieron con cariño estrechando sus manos y de paso acordaron encontrarse al día siguiente en el mismo sitio y a la misma hora.
Así lo hicieron, y así también al día siguiente y al siguiente, y cuentan las voces anónimas de Montevideo que pronto aquellos encuentros nocturnos en la Rambla del Buceo entre Germán y Alicia se transformaron en un hábito. Fue como si cada noche repitieran una y otra vez la misma cita, salvo ligeras variantes. Se dice que Alicia nunca fue impuntual en ninguno de estos encuentros y que para cuando Germán se bajaba con ansiedad del tranvía, ya hacía un rato que ella lo estaba esperando.
Las cosas marchaban a la perfección, y hubieran podido seguir a así quién sabe por cuánto tiempo, pero ocurrió que un buen día Germán tratando de avanzar la relación, tuvo la idea de invitar a Alicia a concurrir juntos a un baile. El compromiso, que Alicia aceptó, consistía en asistir juntos un cierto sábado de abril a la noche a un sitio al que llamaban “El Cabaret de la Muerte”.
Durante el transcurso del baile, los dos enamorados se sintieron como sólo pueden sentirse dos enamorados al comienzo de un romance. Alicia, según se acuerda, se mostró aquella noche particularmente alegre y divertida. Estaba radiante con su vestido blanco, dominando con encantadoras contorsiones de su cuerpo la pista de baile. Germán, al lado suyo, se sentía el hombre más feliz del mundo.
Cuando el baile concluyó, Germán acompañó a Alicia hasta su casa como lo hacía cada noche. Pero esta vez no fue él quien se ofreció, sino que fue la joven quien le solicitó ese favor. Alicia sentía mucho frío ya que el vestido que llevaba, aunque en verdad hermoso, era también demasiado ligero para la brisa que soplaba en la Rambla y entonces le explicó a Germán que si los dos caminaban abrazados les sería más fácil calentarse recíprocamente. Germán, por supuesto, accedió encantado y para consolidar aquel gesto paternal le ofreció con caballerosidad a Alicia su propio saco para que se protegiera del frío. El mismo –cuenta la leyenda- lo depositó con suavidad sobre los hombros de la joven, que agradeció este gesto con palabras de cariño.
Al llegar al umbral de la puerta de la casa de Alicia, Germán le preguntó a la joven si le parecía bien que se encontraran otra vez al día siguiente. Pero no durante las horas de la noche, sino hacia el mediodía. Al escuchar esto, Alicia experimentó un notorio cambio de actitud. Parecía otra persona. La invitación la puso muy incómoda, y de hecho ella se negó al principio, articulando algunas excusas. No obstante, la insistencia de Germán pudo más que su terquedad y al final accedió.
Al otro día German llegó a la cita antes de la hora convenida, pero aunque esperó y esperó por un largo rato, Alicia jamás apareció. Mil escenas se le cruzaron en la cabeza; el intrigante comportamiento de su enamorada la noche anterior trabajaba su mente sin piedad. Pensaba, por ejemplo, que como ambos pertenecían a clases sociales diferentes, talvez ella acabó por decidirse que él no era un candidato de su altura. Pero por más que pensaba en ésta y otras posibilidades, no encontraba ninguna explicación. Para despejar aquellas dudas, y como la impaciencia comenzaba también a ganarlo, Germán decidió entonces dirigirse a la casa en que se despedían cada noche a preguntar por Alicia.
Cuentan que Germán llegó hasta aquella casa que le era tan familiar y que tocó el timbre con una mezcla de ansiedad y de temor. Como nadie respondió, luego de unos instantes volvió a llamar. Poco después, una mucama de aspecto desganado vino a abrir la puerta. Germán, sin más trámite, preguntó por Alicia. La mucama, con expresión fría, lo invitó muy amablemente al joven a pasar, y luego le dijo que aguardara en el living por un momento mientras la señora bajaba a recibirlo.
Mientras esperaba Germán comenzó a repasar con la vista, para distraerse, los objetos que poblaban aquella habitación. Era aquella una casa muy lujosa, llena de objetos que denotaban un gusto exquisito y sofisticado de su propietario. Había por allí un piano abierto, algunas partituras musicales desparramadas y un retrato de Alicia sobre el escritorio. Éste objeto acaparó poderosamente la atención de Germán. El joven tomó en sus manos y quedó contemplándolo un buen rato, como hipnotizado. Alicia estaba preciosa en aquella foto, irradiaba una belleza un poco vertiginosa, que enceguecía. En esa magia estaba cuando la voz de una señora bastante entrada en años que bajaba de las escaleras, lo devolvió abruptamente a la realidad.
-Joven, ¿qué se le ofrece? –Preguntó aquella mujer.
-Estoy buscando a Alicia- Respondió Germán, comprendiendo de inmediato que se trataba de la madre de su enamorada -¿Se encuentra?
-¿A quién? –Replicó la anciana, visiblemente contrariada.
-A Alicia –Insistió German -¿Está?
A la mujer se le llenaron los ojos de lágrimas, tragó saliva con dificultad y luego continuó con timidez:
-Joven, ella…murió- y dicho esto se llevó las manos al rostro y rompió a llorar, presa de honda amargura.
Germán quedó como petrificado. No entendía absolutamente nada. Sentía que las piernas se le aflojaban y que iba a perder el conocimiento. Luego de unos instantes de parálisis por fin pudo decir:
-Disculpe usted, señora, pero tiene que ser un malentendido. Juro por Dios que ayer a la noche acompañé a una joven que se llama Alicia hasta esta casa y la vi atravesar la puerta con mis propios ojos ¿Seguro que estamos hablando de la misma persona?-
La anciana, sin dejar de sollozar, caminó los pasos la separaban del escritorio y tomó en sus manos el portarretratos que había llamado la atención de Germán.
-¿Es esta la chica que usted dice haber acompañado hasta aquí?
Germán, consternado, asintió.
La anciana otra vez se puso a llorar. Cuando pudo, continuó:
-Mi hija, Alicia… -balbuceaba con dificultad- murió hace ya muchos años en un accidente, al ser atropellada en la Rambla por un auto cuando volvía de sus clases de piano. Si usted no me cree, puede ir hasta el cementerio y comprobarlo. Allí fue sepultada. No le resultará difícil encontrar la tumba.
Germán sintió que un escalofrío le recorría la médula. Creía estar soñando, tan descabellada, tan inverosímil la noticia que acababa de recibir. Pero a pesar de todo, y tal vez con la esperanza de comprobar que todo era un error, decidió dirigirse al Cementerio del Buceo a comprobar aquellas informaciones. No dejó pesar un segundo, y luego de atravesar corriendo a toda velocidad la distancia que separa la casa del camposanto, camino que tantas veces había transmitido en compañía de su amada, se internó con decisión en él. Poco más tarde, estaba ya deambulando por el laberinto de nichos y lápidas en busca de la tumba indicada.
A medida que avanzaba, tratando de contener en su pecho la agitación provocada por la alocada carrera, Germán miraba nerviosamente en todas direcciones. El cementerio estaba en absoluto silencio, y sólo su respiración interrumpía la perfecta serenidad de la tarde. De pronto, una ráfaga de viento muy gélida, que hacía perfecto contrapunto con la perplejidad de su alma, pasó con furia entre los mármoles, erizándole los pelos hasta la raíz. Pero Germán no dejó de buscar, sino que por el contrario siguió avanzando, en la certidumbre de que si las indicaciones de la mujer eran correctas no debería hallarse muy lejos de la tumba indicada. Poco después, luego de unos instantes de desesperación, pudo encontrarla.
Con un nudo en la garganta, con el corazón al borde del infarto, pudo comprobar una tumba, y sobre la tumba una lápida, y en la lápida una leyenda que destacaba en gruesos caracteres el nombre “Alicia”, y sobre la leyenda el saco que aquella noche le había prestado a su enamorada de la ultratumba para que se protegiera del frío.
*Hay una variante muy popular de la historia Alicia del Buceo que, en vez de un saco, involucra una bufanda de color rojo. En diversas zonas urbanas y rurales del interior del país, ficciones de semejante estructura narrativa culminan con el hallazgo sobre la tumba de camperas y abrigos de piel*
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Voces Anónimas
HorrorEl presente libro contiene una recopilación de relatos, historias y leyendas mágicas recogidas de la tradición oral de diversos países del mundo. Se trata de una adaptada al formato literario de algunas de las más destacadas narraciones salidas al a...