Capítulo 3.

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______ se consideraba con suerte al poder tener un gran despacho con aire acondicionado. El calor en San Antonio en estas épocas era agotador. Todas las mañanas que se iba de su hogar, ______ siempre sentía aquél vacío en el pecho al momento en el que Oliver se iba en el auto de su padre. Ella no podía encontrar algún lugar dónde cuidasen a Oliver ya que ninguna cubría sus horas de trabajo y por mucho que ______ desease estar mas tiempo con él, sabía muy bien que era muy difícil. Ser directora de aquél hospital le quitaba demasiado tiempo. La paga era muy buena y era necesario ya que todas las terapias de Oliver no eran nada baratas y ______ le había conseguido unas muy buenas en aquel mismo hospital, así podía estar cerca de su hijo cada vez que tuviera agendada su cita.

Pero lo que aún le dejaba otra sensación de inquietud era su vecino, Justin. Hace 5 días ella se había presentado amablemente para después ofrecerle sus deliciosas galletas y aún así, Justin no se había presentado para darle las gracias y decirle que estaban deliciosas. _____ estaba segura que lo eran.

—______ —Jenny asomó la cabeza por su despacho y le sonrió. Jenny había llegado al mismo tiempo que ella al hospital y desde ahí, ____ le había agarrado cariño y la consideraba su única amiga.

—Jenny. Pasa, pasa —se levantó y le dio un abrazo.

—¡Dios santo! El calor es insoportable ahí afuera. Este frío es justo lo que necesitaba —se acomodó en el sillón de la esquina y _____ se sitúo alado de ella—. ¿Y bien?

_____ sabía a lo que se refería. Justin. Era a la única persona que le había hablado de su atractivo vecino desde el día en el que se mudó y en cómo lo miraba desde la ventana de su cocina. Jenny era la única al corriente de sus miradas secretas.

—Nada —negó con la cabeza con un semblante de tristeza—. Aquel tipo no sabe ni dar las gracias.

[Nota: esto es como si fuera en tiempo pasado.]

  Era como si las galletas lo estuvieran llamando desde que su vecina las dejó ahí. No se había acercado a abrir el plástico que las cubría. Sin poder evitarlo, se dirigió hacia la ventana que daba a la calle. Su vecina apenas estaba llegando a su casa para después cerrar la puerta tras ella. Regresó la mirada hacia el plato. De verdad se veían deliciosas. Apoyó las manos en la encimera y las vio. Destapó el plástico y el olor a harina con chocolate recién hecha le llegó a su nariz.

  —Maldita sea —dijo en voz baja en cuanto se dio cuenta de lo delicioso que era el olor.

  Hace mucho que Justin no probaba galletas o cualquier alimento que contuviera harina. Pero en cuánto una estuvo en su boca, supo que era la mejor que había probado en su vida. Estaban tan blanditas, recién hechas y las chispas de chocolate eran las mejores que había probado también. ¡Demonios! pensó al darse cuenta que ya llevaba la tercera de las cinco que había en el plato. Y sin poderlo evitar, felicitó a su vecina por aquellas galletas.

  No volvió a hablarle después de tragarse todas las galletas. Pasados los días, Justin la veía salir antes que él todas las mañanas y se había fijado que normalmente salía con una falda formal y camisas de vestir de diferentes colores cada día junto con zapatos de tacón bajo. Se sentía un completo imbécil al darse cuenta que la observaba en algunas ocasiones por su ventana. Deben ser las galletas, se repetía cada vez que la veía entrar a su casa y salir de ella. Aunque Justin ya había notado que su vecina solía llegar por la noche. 

  Notó que el plato seguía en la encimera después de cinco días. Justin solamente tenía que entregar el maldito plato y no volvería a entablar algún otro tipo de conversación con ella.

The Neighbor [j.b.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora